A mi también me duele: Silencio e Impunidad a la violencia contra la mujer
Melissa FerréEnsayo4 de Julio de 2018
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FACULTAD DE DERECHO
ESCUELA ACADÉMICO PROFESIONAL DE DERECHO
ARTÍCULO:
“A MÍ TAMBIÉN ME DUELE: Silencio e impunidad al fenómeno social de violencia contra la mujer”
SEUDÓNIMO DEL AUTOR (A):
“Themis”
Chiclayo-Perú
2018
RESUMEN
La presente investigación surgió en el contexto que vive hoy en día nuestro país, respecto al silencio e impunidad del fenómeno social de violencia hacia la mujer. Dado este contexto, preguntarse ¿qué es lo que mayor dolor e impotencia causa de este mal social? fue el referente que motivó a realizar esta investigación.
El título que lleva el presente artículo es “A mí también me duele: Silencio e impunidad al fenómeno social de violencia contra la mujer”; teniendo como objetivo principal de estudio, el analizar el fenómeno social de violencia contra la mujer, y el silencio e impunidad que nos presenta la realidad actual.
La investigación surgió de la observación de un problema vinculado a la realidad actual que presenta nuestra sociedad: el tema de violencia contra las mujeres.
Todo este trabajo permitió concluir que, si bien llena de impotencia y dolor el acto de violencia como tal; es aún más preocupante y doloroso, el silencio cómplice que ampara la violencia, los estereotipos, prejuicios y roles que alimentan el odio machista contra la mujer el silencio de la víctima, así como la impunidad de este tipo de agresiones, por parte de las autoridades de nuestro país.
Palabras clave: Violencia – Mujer - Silencio - Impunidad
A MÍ TAMBIÉN ME DUELE: Silencio e impunidad al fenómeno social de violencia contra la mujer
I. INTRODUCCIÓN
Sí, a mí también me duele la violencia aplicada sobre madres, hijas, hermanas o amigas; a mí también me duele los asesinatos de mujeres por su condición de tal y el sufrimiento cruel que padecen; a mí también me duele escuchar a diario en los medios de comunicación, frases como: “hombre quema viva a mujer en autobús”, “mata a esposa de 14 puñaladas porque le propuso divorciarse” o, “comerciante celoso decapita a esposa delante de su único hijo”. Sí, me llena de impotencia el silencio cómplice que ampara la violencia, los estereotipos, prejuicios y roles que alimentan el odio machista contra la mujer. No obstante, tengo la plena certeza que este dolor e impotencia es compartido por miles de personas más, porque rechazamos tajantemente todo acto denigrante y de maltrato contra la mujer.
Lamentablemente, en pleno siglo XXI, en nuestro país, la violencia de género en la pareja aún continúa quedando encubierta por un pacto de silencio, especialmente en el ámbito doméstico, toda vez que la víctima por miedo o temor no denuncia este tipo de agresiones. Aunque cueste aceptar, diferentes formas de maltrato son toleradas, si no aceptadas socialmente.
Entonces, es a raíz de esta realidad, que la sociedad se empieza a cuestionar: ¿dónde está la justicia ordinaria en nuestro país? ¿se pudo realizar algo para prever dicha violencia? ¿dónde están las autoridades para la punibilidad de este delito? ¿por qué la violencia de género no cesa? A criterio personal, ello surge porque la clave no radica en la penalización y aumento de penas para los agresores, sino en la prevención y esfuerzos que se deben realizar desde múltiples instancias y trabajo conjunto de las instituciones de justicia.
No hay duda de que las trasformaciones sociales, culturales y legales de los últimos años deben implicar una mayor sensibilización de la opinión pública respecto a este fenómeno social.
Para Roca (2011)[1], la violencia ejercida contra la mujer es un problema que obedece a estructuras jerárquicas patriarcales que reproducen una cultura donde las mujeres son vistas como objetos desechables y maltratables. Muestra de ello es que las múltiples violaciones a los derechos de las mujeres se desarrollan tanto en tiempos de paz como en tiempos de conflicto armado; respondiendo a diferentes contextos, pero a imaginarios culturales similares que limitan y atentan contra la libertad femenina y el desarrollo de sus capacidades. Con ello se evidencia que las mujeres se enfrentan a la discriminación del Estado, de sus familias y de la comunidad en general.
El fenómeno social de violencia, no tiene actores ni coyunturas únicas, ni tampoco existe un perfil único de víctimas; en consecuencia, cualquier mujer puede ser agredida hasta ocasionarle la muerte. Por otra parte, los autores de los crímenes no responden a una particularidad; es decir, que pueden ser realizados por personas conocidas o vinculados con las víctimas (familiar, sentimental o amicalmente), así como del entorno laboral o de estudios; además de ex convivientes o ex cónyuges, o desconocidos.
El presente artículo tiene como propósito de estudio, analizar el fenómeno social de violencia contra la mujer, y el silencio e impunidad que nos presenta la realidad actual. El centro de interés de este problema social, tiene incidencia tanto a nivel nacional como internacional, y es que la violencia ha invadido de forma extrema e irreparable nuestra realidad actual.
Tal como lo afirma Bustelo (2007)[2], a pesar de los avances, la violencia contra las mujeres sigue representando un problema polémico y complejo. En nuestro entorno geopolítico hay una gran variedad de interpretaciones y análisis, y un gran número de estrategias de acciones distintas, influenciadas por los diferentes contextos nacionales; sin embargo, no se ha evidenciado hasta el momento ningún avance significativo en nuestro país.
Ahora, ¿y qué de la punibilidad de la conducta del agresor? Sin duda ese es un tema, que indigna tanto como la propia agresión, y es que, si bien en nuestro sistema jurídico se han desarrollado normas y estrategias para garantizar la atención y protección a las víctimas, así como la criminalización de la conducta; éstas normas a su vez, presentan serias deficiencias y vacíos, máxime si las propias autoridades en el ejercicio de sus funciones, dejan una gran frustración al momento de administrar justicia. Los Estados, a través de sus autoridades, tienen la obligación de proteger a las mujeres de la violencia, responsabilizar a los culpables e impartir justicia y otorgar recursos a las víctimas.
II. OPINIÓN
La violencia contra las mujeres es la mayor atrocidad cometida contra los derechos humanos en nuestros tiempos. Cada año, millones de niñas y mujeres sufren violaciones y abusos sexuales a manos de familiares u hombres ajenos a la familia. Desde que nacen hasta que mueren, las mujeres se enfrentan a la discriminación y la violencia del Estado, la comunidad y la familia.
Lamentablemente hoy en día ya no es ajeno que en los diarios de circulación local y nacional observemos noticias relacionadas al aumento de la violencia en nuestra sociedad, reportándose a su vez casos de crímenes a mujeres[3].
La solución a este mal social debe empezar trabajando de forma conjunta, en red y haciendo un seguimiento proactivo de cada uno de los casos, detectando rápidamente las situaciones de riesgo y actuando con celeridad y eficacia, sólo así se podrá lograr los resultados que todos deseamos. Se debe de ahondar en la prevención y sensibilización en menores, adolescentes y jóvenes para inculcarles, desde las primeras etapas de sus vidas, la cultura del respeto, de la igualdad, de la no violencia, y sobre todo, a no callar ante cualquier acto de violencia. La educación en valores de igualdad y respeto es esencial para que la violencia de género sea erradicada. Debemos, por ello, volcarnos en estas actuaciones que destruyan los tabúes, los prejuicios negativos y las ideas preconcebidas que desemboquen en conductas basadas en la superioridad, en la falta de respeto, en la violencia verbal y física.
La violencia contra las mujeres actúa como mantenedora y al mismo tiempo se nutre de las relaciones estructurales de desigualdad de género: es una forma de poder masculino para mantener su dominio y subordinación de las mujeres.
Aunque la violencia es un problema generalizado y adopta muchas formas, puede presentarse en todos los ambientes de la vida de las personas desde la calle, el trabajo y principalmente en sus hogares. La ejercen y la sufren tanto mujeres como varones, aunque la mayoría de la violencia, independientemente de su forma, naturaleza o consecuencias, es perpetrada por los varones. Especialmente en el caso de la violencia de género, los agresores son personas cercanas a las agredidas y se produce dentro del ámbito doméstico o bien cuando la víctima y el agresor ya no conviven, en espacios privados o públicos, no siendo raros los casos en que la agresión se da en la calle o en las proximidades de la vivienda.
Lo que sale a la luz es, con más frecuencia, lo más visible: la violencia física que deja su rastro en lesiones que van de las excoriaciones y contusiones hasta la muerte. Las agresiones y humillaciones sexuales (relaciones sexuales forzadas u otras formas de coacción sexual) también forman parte del ciclo y manifestaciones de la violencia contra las mujeres. Lo que pocas veces se detecta y se denuncia, a no ser que se haga una búsqueda activa, es la violencia psicológica, que lleva a problemas de salud que van desde la depresión hasta las autolesiones o el suicidio, pasando por la exacerbación de síntomas físicos y psicosomáticos. (Barcaz, 2009)[4]
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