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AMORES Y ODIOS: GAYO VALERIO, CATULO


Enviado por   •  26 de Octubre de 2015  •  Documentos de Investigación  •  1.601 Palabras (7 Páginas)  •  320 Visitas

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AMORES Y ODIOS: GAYO VALERIO, CATULO

Odi et amo. quare id faciam, fortasse requiris. nescio, sed fieri sentio et excrucior”. Odio y amo. Quizás te preguntes por qué lo hago. No lo sé, pero siento que así ocurre y me torturo.

Me hubiese gustado ser quien hizo en usted, lector, el creador de la idea que ahora lo aflige; así como esclavizó a Catulo cuando este conoció la obra de Anacreonte: “Amo y no amo, deliro y no deliro” (Anacreonte 79D). Catulo, al igual que Anacreonte, acepta que el odio y el amor no caben en su humanidad, por tanto, se abstiene a resistirse y se resignándose a vivirlos con dolor y pasión.

De su vida existen pocos datos verídicos, sin embargo se dice que Gaius Valerius Catullus nació en Verona entre los años 87 y 54 a. C. Su estadía en la tierra fue corta, pero su huella es eterna. Historiadores afirman que a la edad de 25 años, en la época de la dictadura de Sila[1] hasta el primer triunvirato[2], es decir, el paso de la Roma republicana y aristocrática al período del principado con una Roma abierta y cosmopolita,  Catulo se une a otros literatos para argüir a la poesía griega, ya sean las de Calímaco o las de Hipatia; mejorar sus creaciones gramaticales. Es cuando ahí conoce las obras de Safo[3] pues Anacreonte escribe acerca de ella y su relación amorosa con otras jóvenes mujeres, aspecto que también influiría en Catulo, lo cual trataré más adelante.

Catulo cae perdidamente enamorado de una mujer, Clodia, quien fue esposa de Quinto Celicio[4], y es gracias al constante cortejo de Gayo, que Clodia cede y tienen una relación amorosa, lastimosamente, esta relación solo dura un suspiro, pues ella le es infiel a nuestro poeta, él hace referencia a este pasaje de su vida en su poema II:

“Passer, deliciae meae puellae, quicum ludere, quem in sinu tenere, cui primum digitum dare appetenti et acris solet incitare morsus, cum desiderio meo nitenti carum nescio quid lubet iocari et solaciolum sui doloris, credo ut tum gravis acquiescat ardor: tecum ludere sicut ipsa possem et tristis animi levare curas!

Gorrión[5], capricho de mi niña, con el que acostumbra ella jugar, tenerlo en su
regazo, ofrecerle la punta de su dedo tan pronto se le acerca y moverle a agudos
picotazos, cuando al radiante objeto de mi desasosiego le agrada jugar a no sé qué cosa querida y solaz de su dolor; entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión.
¡Ojalá pudiera yo, como ella, jugar contigo y aliviar las tristes cuitas de mi alma!

Clodia deja de existir para Catulo y la hace renacer con el nombre de Lesbia[6] . Su tristeza no fue eterna como lo expresa en su poema LXXVI que fue una obra llena de desespero y desahogo, si no es tal, la mejor de las suyas.

“…difficile est longum subito deponere amorem, difficile est, verum hoc qua lubet efficias: una salus haec est. hoc est tibi pervincendum, hoc facias, sive id non pote sive pote. o di, si vestrum est misereri, aut si quibus umquam extremam iam ipsa in morte tulistis opem, me miserum aspicite et, si vitam puriter egi, eripite hanc pestem perniciemque mihi…”

…Difícil es dejar de repente un largo amor. Difícil es, pero consíguelo como sea: ésa es tu única salvación, ésa debe ser tu victoria; hazlo, puedas o no puedas. ¡Dioses!, si es propio de vosotros sentir compasión, o si a alguno alguna vez en el instante último, ya en el momento preciso de su muerte, le prestasteis ayuda, volved los ojos a este desdichado que soy, y, si he pasado mi vida honradamente, arrancadme esta peste y esta perdición…

Algunos hechos de su vida se reflejan en su obra, como la muerte de un hermano, la gran amistad que profesó por sus amigos a los cuales dedica una gran cantidad de poemas, pero quizá el hecho apoteósico de su vida fue una relación bastante íntima con un joven muchacho, Juvencio. Se sabe que en la antigua Grecia era normal una relación entre maestro y aprendiz, en aquella sociedad no había una orientación sexual, escritores como Platón y Jenofonte lo sabían, y estos actos amorosos de pederastia eran normales, pero en la Roma Imperial era mal visto, llegó a ser casi un tabú y por eso, en sus obras, Catulo es muy sutil cuando se refiere a Juvencio La sangre que plasma y la felicidad con la que escribe son iguales para Juvencio y Lesbia. Aquí una muestra de un poema dedicado a su joven amante:

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