Analisis Sociedad Argentina
yoel1125Informe7 de Agosto de 2022
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ANALISIS DE LA SOCIEDAD ARGENTINA
TERCER TRABAJO EVALUATIVO
HASDAY YOEL
1) A) A partir del texto de Faur y Tazziani, se puede afirmar que un rasgo importante para pensar las desigualdades entre géneros e intragénero en el modo en que las familias resuelven la conciliación entre mercado de trabajo y cuidados, es analizar la continua negociación de valores e ideales de género. Ambas mujeres expresan la dificultad moral que cada una siente al dejar su hogar para ir a su actividad laboral, y esto para ellas constituye una contradicción moral, que nace al confrontar los ideales femeninos cargados de definiciones de lo bueno y lo malo. Siendo esta, una cuestión representativa de las desigualdades entre géneros e intragenero. Esta negociación moral e incertidumbre con que la mujer se ve inmersa, puede analizarse como mecanismo para medir la dominación social, donde a mayor poder social, menos se experimenta la contradicción moral. Si nos enfocamos en los hombres y como ellos desarrollan sus actividades laborales y sus tareas en ámbito familiar, veremos una enorme desigualdad, ya que según los datos relevados en las encuestas muestran que hay una cierta “ajenidad“, respecto a las responsabilidades morales y de cuidado en el sector masculino. Para ellos hay una especie de marco de principios y representaciones que los eximen de las responsabilidades del cuidado del hogar y los hijos, esto se da gracias a depositar toda la responsabilidad en la supuesta “incondicionalidad” con que las madres tienen para con sus hijos y que pareciera formar, este vínculo, parte del orden natural de las diferencias sexuales y de las desigualdades de sexo. En los hombres no se halla presente la tensión entre desempeñar un buen rol como padre y a la vez ser un buen trabajador, como si lo está entre las mujeres, para ellos el ser un buen padre es ser también un buen trabajador. Por lo tanto, para los hombres el equilibrio entre la vida laboral y la vida familiar se presenta mucho más armonioso y más equilibrado que la de las mujeres. Pero también es relevante destacar que hay hombres que desean o están obligados a estar presentes en los cuidados del hogar y la familia y la vez necesitan trabajar para el sostenimiento familiar, para ellos también se presentan dificultades y desigualdades , por un lado un nivel social más modesto limita la posibilidad de contar con recursos para pagar a una persona que cuide de los niños y el hogar, pero por el otro lado hay una falta de instituciones públicas o comunitarias abocadas al cuidado familiar, de modo que tener un trabajo a tiempo completo y llevar adelante un hogar se vuelven tareas difícil de conciliar . Para los hombres a cargo solo de su hogar como para las mujeres la contención familiar se vuelve esencial, ya que sin ella las posibilidades de trabajar y llevar adelanten la familia y el hogar no podría llevarse a la par.
El estudio presenta distintas dimensiones para analizar desigualdades. Las trayectorias de desempleo e inactividad se tornan dispares, porque la posibilidad de inserción y armonía laboral femenina se encuentra arraigada a sus ciclos de vida individual y familiar, donde frecuentemente, la participación laboral femenina depende de la responsabilidad doméstica, mientras que las trayectorias masculinas garantizan estabilidad al no verse imbuidos bajo esta influencia. Después, la rigidez horaria del trabajo y las cláusulas de precarización suponen limitaciones para la responsabilidad doméstica imbricada sobre la mujer, aspecto contrario al perfil laboral masculino de tiempo completo, mayoritariamente desentendido de las tareas de cuidado y abocado completamente al rol paternalista-proveedor.
Al interior del campo femenino, la experiencia de Gabriela comienza brindando aportes más cercanos a contextos de altos niveles educativos, empleos profesionales y posibilidades de movilidad social ascendente. Dentro del entorno familiar, el poder adquisitivo alcanzado gracias a la formalidad del trabajo ofrece ventajas en torno a la externalización del cuidado de sus hijos, capaces de solventar las exigencias horarias laborales, tanto a través del financiamiento de guarderías, como también de empleadas domésticas. Este evento, a pesar de sus accesibilidades, instala controversias entre lo laboral y la responsabilidad doméstica, recargadas sobre la figura de la mujer. Las extracciones testimoniales evidencian cómo el peso de la ausencia a la hora de salir del hogar y trabajar, recae propiamente sobre Gabriela, sin cuestionar la falta de presencia masculina por parte del padre. Es allí cuando ella adopta un rol como encargada de la organización del hogar, cubriendo las tareas domésticas con servicios mercantilizados llevados adelante por otras mujeres contratadas, o en caso de algún inconveniente, por redes familiares, también representadas con presencias femeninas (su mamá o la suegra).
Por otra parte, las vivencias de Amalia se asocian a realidades cercanas a sectores medios y populares. Emigrada desde el interior del país, con secundario incompleto, casada joven, madre de tres hijos, y actualmente divorciada, sufrió diversas interrupciones a lo largo de su experiencia laboral, producto del condicionamiento familiar. La falta casi total de presencia paterna y masculina, la obligó a tomar las riendas del hogar, con serias dificultades para externalizar los cuidados frente a las escasas remuneraciones salariales, encontrando contradicciones morales naturalizadas culturalmente dentro de sus márgenes de elección, debido a la imposibilidad de complementar el rol maternal y doméstico junto a las restricciones laborales. La inflexibilidad y la informalidad del empleo, es una de las motivaciones por las que también estudia, aspirando a terminar el secundario y cumplir con alcances educativos capaces de ampliar sus horizontes laborales. Ambas situaciones, tanto Gabriela como Amalia, a pesar de las divergencias de clase, encuentran un rasgo en común, la persistencia de tensiones y negociaciones entre los valores e ideales de género de cara a las tareas de cuidado y las relaciones laborales.
Los contrastes frente a las realidades masculinas, evidencian las desigualdades de género e intragenero existentes en ambas esferas. Las altas tasas de ocupación, independientemente del nivel educativo alcanzado, correlacionan las elecciones de los hombres alrededor de su proyección económica y laboral, donde las matrices domésticas y de cuidado casi que no influyen alrededor de sus trayectorias en el mercado de trabajo. Su relación en cuanto al hogar se limita en la mayoría de los casos, al rol de proveedor como fuente de ingresos, aprovechando la accesibilidad remunerativa del tiempo de trabajo desarrollado, sin asumir los costos morales de la ausencia y la falta de responsabilidad doméstica que sí padecen las mujeres, salvando algunas excepciones como es el caso de Omar.
B) En los 90, y hasta la implementación de la AUH, se han llevado a cabo políticas sociales desde el Estado con el objetivo de aliviar la pobreza y reducir las brechas de desigualdad social. Sin embargo, en las mismas, han operado concepciones y estereotipos de género, que posicionan a las mujeres en una situación de mayor vulnerabilidad frente a las problemáticas sociales y económicas que dificultan el acceso al bienestar, con comparación a los hombres. En este sentido, Faur, en su trabajo, aborda estas concepciones, enfatizando en los distanciamientos que estas políticas tenían con un abordaje social con perspectiva de género que contemple las desigualdades en relación a los roles asignados y la distribución del tiempo para la realización de tareas de cuidado y actividades laborales.
Durante la década de 1990, se afianzan las políticas asistencialistas, motorizadas por organismos internacionales. Con el fin de aliviar la pobreza, se llevan acabo medidas focalizadas, con la finalidad de generar contención social, evitar el conflicto y atender demandas que el mercado no logra satisfacer. En esta serie de medidas, un aspecto importante a tener en cuenta es el de la “participación comunitaria” como requisito para acceder a políticas sociales. Esta participación comunitaria, posee un marcado estereotipo de género, donde se revaloriza el aspecto “maternalista” comúnmente asociado a las mujeres y se lo presenta como un valor fundamental. Las tareas de cuidado y de reproducción social, imbricadas históricamente sobre las mujeres, son reconocidas como aspectos positivos por el Estado y se incorpora a estas a los planes de protección social. En el rol de cuidadoras de las infancias, voluntarias en comedores populares y en otras tareas asociadas al ámbito doméstico. De esta manera, el Estado contribuyo a prolongar la situación de vulnerabilidad de las mujeres, institucionalizando mediante medidas asistenciales, un rol en la sociedad basado en estereotipos de genero y edificado sobre una condición de pobreza preexistente y persistente. Se produce de esta manera un abordaje sobre la situación ya problemática de la pobreza que no atiende ni busca atender la posibilidad de planificar la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, ni de equilibrar la distribución del tiempo dedicado al trabajo y a las tareas de cuidado entre hombres y mujeres.
En la primera década del siglo XXI, se llevan adelante políticas basadas en los programas de transferencias condicionadas de ingreso (PTC) que se han impuesto en América Latina como la principal forma de intervención de los gobiernos para atender a la población en situación de pobreza, mediante la garantía de cierto nivel básico (en general mínimo) de ingresos monetarios. Ejemplo de estas, fue el plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados eo el plan Familias. Políticas sociales como estas, en su finalidad de aliviar la pobreza, buscaban introducir la noción de “corresponsabilidad” de los beneficiarios. Para ello, plantearon requisitos para acceder a esta cobertura, entre ellos, garantizar el cuidado sanitarix y la educación de lxs hijxs. Por motivos de eficiencia y responsabilidad, fueron las mujeres las principales beneficiarias de estas contraprestaciones y transferencias. Lo que impulsa a pensar, como las políticas estatales que, con interés de resguardar las infancias, institucionalizan la desigualdad preexistente en relación al género, en cuanto a la distribución de responsabilidades y usos del tiempo. Ya que, a partir de estas transferencias que buscan paliar de forma desesperada con la pobreza sin generar trabajo genuino y de calidad, se continúan reproduciendo desigualdades y estereotipos de género. Fortalecen el rol preestablecido y asociado a las mujeres en relación a las tareas del cuidado familiar. Una desigualdad que, en contextos de suma vulnerabilidad, se profundiza. Relegando a las mujeres el cuidado y la protección de infancias en todo un vecindario. Ya sea, cuidando de hijxs de vecinxs, de familiares o responsabilizándose de establecimientos donde se garantiza la nutrición y la contención de lxs niñxs de toda una comunidad. Cabe reconocer el hecho de que el plan JJHD, reconocia, a diferencia de las políticas focalizadas de los 90 o al plan Familias, el hecho de que las mujeres también podían ser jefas de un hogar y reconocían su participación en el mundo del trabajo. En cambio, el plan Familias, u otro tipo de contraprestaciones las reconocían tan solo como “madres”, considerándolas “inempleables” por un déficit personal y sin atender las desigualdades existentes en la estructura económica y social.
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