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Bauman, Nosotros Y Ellos En Pensando Sociologicamente


Enviado por   •  17 de Abril de 2015  •  1.825 Palabras (8 Páginas)  •  1.548 Visitas

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ZYGMUNT BAUMAN. “NOSOTROS Y ELLOS”. En: Pensando sociológicamente

Adam Smith, un agudo observador de las paradojas de la vida social, comentó cierta vez que “en la sociedad civilizada [una persona] tiene una permanente necesidad de la cooperación y la ayuda de grandes multitudes, mientras que su propia vida basta apenas para hacer unos pocos amigos”. Pensemos en las incontables y desconocidas multitudes cuyos actos son indispensables para hacer llevadera nuestra vida (los que trabajan para llevar el desayuno a nuestra mesa todos los días; los que cuidan el estado de las carreteras y calles para que podamos transitar a la máxima velocidad permitida sin riesgo de tropezar con toda clase de baches; los ciudadanos corrientes, como nosotros, que obedecen las reglas de la convivencia, permitiendo así que transitemos por las calles sin miedo a ser asaltados y que respiremos tranquilos, sin miedo de inhalar un aire contaminado por emanaciones tóxicas). Y pensemos en las enormes multitudes, compuestas también por personas desconocidas para nosotros, que limitan nuestra libertad para seleccionar la vida que queremos llevar (los que desean poseer la misma mercancía que buscamos y permiten, por ende, que el precio se mantenga alto; los que piensan que es más rentable usar robots que emplear personas y recortan así nuestras posibilidades de encontrar un empleo conveniente; los que, preocupados sólo por sus propios fines, producen el aire viciado, el ruido, las carreteras congestionadas, el agua contaminada, todo eso de lo que es tan difícil escapar). Comparemos el tamaño de esas multitudes con una lista de las personas que conocemos, cuyos rostros somos capaces de reconocer, cuyos nombres recordamos. Descubriremos, sin duda, que entre todas las personas que influyen sobre nuestra vida, aquellas que conocemos constituyen un fragmento muy pequeño del conjunto de gente que nunca conoceremos, de la que nunca hemos oído hablar. No imagina usted cuán pequeño es ese fragmento. A medida que reflexiono sobre ellos, los miembros de la raza humana (pasada, presente y futura) se me presentan en diferentes situaciones. Hay personas que conozco mucho y que veo con frecuencia; creo que sé lo que puedo y lo que no puedo esperar de ellas; qué debo hacer para que me brinden lo que espero y deseo; cómo asegurarme de que reaccionarán ante mis actos del modo que a mí me gustaría. Con esas personas yo interactúo, esas personas y yo nos comunicamos, conversamos, compartimos conocimientos y debatimos temas de interés común, con la esperanza de llegar a un acuerdo. A otras sólo las veo de vez en cuando; nuestras reuniones tienen lugar, en general, en circunstancias especiales, cuando queremos obtener o intercambiar determinados servicios (rara vez me reúno con mi profesor fuera de los cursos o conferencias; veo al empleado del supermercado únicamente cuando hago mis compras; con suerte, a mi dentista lo veo poquísimo). Podría decir que mis relaciones con esas personas son funcionales. Esa gente desempeña una

Función en mi vida; nuestra interacción se reduce a ciertos aspectos de mis intereses y actividades (y presumo que también de los suyos). En la mayoría de los casos sólo me interesan los aspectos de la persona que tienen algo que ver con lo que yo espero que ella haga. Por lo tanto, no indago la vida familiar del dependiente del supermercado, los hobbies del dentista, el gusto artístico de mi profesor de ciencias políticas. Y de ellos espero un trato similar. Si me preguntaran ciertas cosas yo consideraría esas preguntas como una injustificada intrusión en lo que, en relación con ellos, es mi privacidad. Y si se produjera tal intrusión, yo la rechazaría, la sentiría como una violación de las condiciones implícitas de nuestra relación que, después de todo, no es más que un intercambio de determinados servicios. Y hay, por último, otras personas a las que prácticamente no veo nunca. Sé que existen, pero como no tienen vinculación directa con mis asuntos, no considero seriamente la posibilidad de comunicarme con ellas. De hecho, apenas si les dedico un pensamiento fugaz de vez en cuando.

Alfred Schütz, un sociólogo alemán-americano que fundó la llamada escuela fenomenológica en sociología, dice que, desde un punto de vista individual, yo puedo señalar a todos los otros miembros de la raza humana como puntos a lo largo de una línea imaginaria, un continuo medido por la distancia social, que crece a medida que el intercambio social disminuye de volumen e intensidad. Tomándome a mí mismo (el ego) como punto de partida de esa línea, puedo decir que los puntos más próximos son mis asociados, gente con la que establezco relaciones directas, cara a cara. Mis asociados ocupan una estrecha franja de un sector mayor, poblado por mis contemporáneos, gente que vive al mismo tiempo que yo y con la que, potencialmente, puedo establecer relaciones cara a cara. Mi experiencia práctica detales contemporáneos es, por supuesto, variada. Abarca toda la gama que va desde un conocimiento personalizado hasta un conocimiento limitado por mi capacidad de dividir a las personas en tipos, de considerarlas nada más que ejemplares de una categoría (los viejos, los negros, los judíos, los sudamericanos, los ricos, los hooligans del fútbol, los soldados, los burócratas, etcétera). Mientras más distante de mí está el punto elegido en el continuo, más generalizado, más tipificado es mi conocimiento de las personas que lo ocupan, como también mi reacción ante ellas, mi actitud mental si no las conozco, mi conducta práctica si las conozco. Pero, además de mis contemporáneos, están (al menos dentro de mi mapa mental de la raza humana), mis predecesores y mis

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