Calles y leyendas de México.
pata1Documentos de Investigación25 de Marzo de 2016
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INDICE.
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PROYECTO 6.
Trabajo de Investigación: “LAS CALLES DE LAS CIUDADES COLONIALES Y SUS LEYENDAS”.
INTRODUCCIÓN.
Al llegar los españoles a nuestro territorio a conquistarnos acabaron con muchas de las tradiciones y formas de sociedad que tenían nuestros antepasados prehispánicos, se dieron a la tarea de imponernos todo, la religión, los gobernantes, la economía e incluso construyeron ciudades a la época de Europa, siendo las ciudades más destacadas de la Nueva España: La Capital de la Nueva España ( ahora el Distrito federal ), Morelia, Guanajuato, Puebla, San Cristóbal de las Casas, Zacatecas, Guanajuato, Oaxaca.
También sabemos que los españoles que vinieron a vivir a la Nueva España traían consigo ideas religiosas y sociales que no compaginaban con los de los habitantes indígenas, por lo que eran muy supersticiosos y a todo acto del que no estuvieran de acuerdo lo calificaban como pecaminoso o impuro y que traería un castigo para los pecadores y culpables de estos hechos.
Así es como en las calles de las Ciudades Coloniales de los diferentes estados de México hubo historias, algunas hermosas y con finales felices, pero otras terroríficas y con finales nada buenos. Pero en la Ciudad de México es donde más historias y Leyendas podemos encontrar, pero sin olvidar las otras ciudades que también cuentan con historias muy interesantes que a lo largo del tiempo se han convertido en Leyendas que caracterizan tal calle, callejón o plazuela por alguna historia colonial. Quién no ha escuchado hablar de la Calle del Beso en Guanajuato, de la Mulata de Córdova de Veracruz, de la Llorona que tiene muchas versiones y que en todos los lugares donde hay lagunas o agua se aparece y así en cada estado de nuestra nación se tejieron diversas historias pero lo que las hace iguales es que representa la época colonial.
PROPÓSITO DEL PROYECTO.
Conocer uno de los aspectos que caracterizan a las ciudades creadas en la época de la Nueva España en nuestro país y que hasta nuestros días aún prevalecen formando parte de nuestra identidad y como parte de nuestra cultura.
DESARROLLO.
Entre las ciudades que se construyeron en la época Virreinal destacan las de Puebla, Veracruz, Oaxaca, Morelia en Michoacán, Guanajuato, San Cristóbal de las Casas y la Ciudad de México, en todas ellas se establecieron familias acaudalas o bien de gran estirpe que venían de España y que por diversas razones aceptaron venir a poblar las colonias. Estas familias traían costumbres e ideas religiosas muy arraigadas y por otro lado el gobierno español a la par con la Santa Inquisición procuro siempre establecer un régimen de constantes hostigamiento contra la población para fomentar. Instituir y hasta obligar a los indígenas a convertirse a la religión católica. Todas estas circunstancias dieron lugar a entrelazar la realidad con la ficción.
Varios acontecimientos en diversas calles, plazas, conventos, iglesias, casas y otros lugares dieron origen a diversas historias que se entremezclaban con las creencias religiosas y hasta paganas, éstas historias fueron pasando de generación en generación hasta convertirse en leyendas que caracterizaron ésas calles, callejones, plazas, conventos, casas que todavía existen y que se han convertido en atractivos turísticos siendo los mismos lugareños quienes las fomentan. Pero de una cosa si debemos estar seguros, de que la mezcla de razas, de religiones, de cultura, dio origen a estas historias que en algunas ocasiones son fantásticas y con finales felices y otras son terroríficas y con no muy buenos finales para los protagonistas.
En las Ciudades con más leyendas de sus calles, casas y otros lugares tenemos a la Ciudad de México, ya que encontramos todavía que conservan las casas y los lugares donde cuentan las historias, Morelia en Michoacán, Guanajuato, Oaxaca, entre otras.
De las historias más conocidas de la Ciudad de Guanajuato nos encontramos con la famosa calle del Beso, en la Ciudad de México que no sólo tienen interés histórico por sus nombres, sino también por los sucesos que en ellas acontecieran y las personas que moraran en aquel lugar.
Como se puede observar, cada calle, cada rincón, cada callejón tiene una historia que brota a flor de piel, que se puede percibir a cada paso que se dé. Durante nuestro recorrido por las calles de la vida colonial absorberá toda nuestra atención las órdenes religiosas, los virreyes, los oidores, los alguaciles, los palacios, el relato popular, las risas, en fin todo lo que pueda imaginarse.
Algunas Leyendas son:
El callejón de la Condesa
La Casa de los Azulejos, ahora mejor conocida como el Sanborn's de los Azulejos, tiene una fachada que da al Callejón de la Condesa. Su nombre se debe a que por ahí salían los carruajes de la Condesa del Valle, y ese callejón, llamado de Dolores, con el tiempo y hasta nuestros días se le conoció como el Callejón de la Condesa.
"Sólo a través de los siglos y en aras de la tradición, ha llegado hasta nuestros oídos una curiosa anécdota, referente al Callejón de la Condesa, que tomó su nombre de alguna de las del Valle. Cuentan las consejas que cierta vez entraron por los extremos del callejón, dos hidalgos, cada uno en su coche y que por lo estrecho de la vía se encontraron frente a frente sin que ninguno quisiera retroceder, alegando que su nobleza se rebajaría si cualquiera de los dos tomara la retaguardia. Por fortuna, como asienta un grave autor, la sangre no llegó al arroyo ni mucho menos, ni si quiera hirvió en las venas de los dos Quijotes; pero a falta de cuchilladas salió paciencia a los hidalgos quienes estuvieron en sus coches tres días de claro en claro y tres noches de turbio en turbio. De no intervenir la autoridad, de seguro se momifican los hidalgos; el Virrey previno, pues, que los dos coches retrocedieran hasta salir, uno hacia la calle de San Andrés, y otro hasta la Plazuela de Guardiola"
El callejón del muerto
Corría el año de 1600 y a la capital de la Nueva España continuaban llegando mercaderes, aventureros y no pocos felones, gentes de romper y rasga que venían al Nuevo Mundo con el fin de enriquecerse como lo habían hecho los conquistadores. Uno de esos hombres que llegaba a la capital de la Nueva España con el fin de dedicarse al comercio, fue don Tristán de Alzúcer que tenía un negocio de víveres y géneros en las Islas Filipinas, pero ya por falta de buen negocio o por querer abrirle buen camino en la capital a su hijo del mismo nombre, arribó cierto día de aquél año a la ciudad.
Después de recorrer algunos barrios de la antigua Tenochtitlán don Tristán de Alzúcer se fue a radicar en una casa de medianía allá por el rumbo de Tlatelolco y allí mismo instaló su comercio que atendía con la ayuda de su hijo, un recio mocetón de buen talante y alegre carácter. Tenía este don Tristán de Alzúcer a un buen amigo y consejero, en la persona de su ilustrísima, el Arzobispo don Fray García de Santa María Mendoza, quien solía visitarlo en su comercio para conversar de las cosas de Las Filipinas y la tierra hispana, pues eran nacidos en el mismo pueblo. Allí platicaban al sabor de un buen vino y de los relatos que de las islas del Pacífico contaba el comerciante. Todo iba viento en popa en el comercio que el tal don Tristán decidió ampliar y darle variedad, para lo cual envió a su joven hijo a la Villa Rica de la Vera Cruz y a las costas malsanas de la región de más al Sureste. Quiso la mala suerte que enfermara Tristán chico y llegara a tal grado su enfermedad que se temió por su vida. Así lo dijeron los mensajeros que informaron a don Tristán que era imposible trasladar al enfermo en el estado en que se hallaba y que sería cosa de medicinas adecuadas y de un milagro, para que el joven enfermo de salvar. Henchido de dolor por la enfermedad de su hijo y temiendo que muriese, don Tristán de Alzúcer se arrodilló ante la imagen de la Virgen y prometió ir caminando hasta el santuario del cerrito si su hijo se aliviaba y podía regresar a su lado. Semanas más tarde el muchacho entraba a la casa de su padre, pálido, convaleciente, pero vivo y su padre feliz lo estrechó entre sus brazos. Vinieron tiempos de bonanza, el comercio caminaba con la atención esmerada de padre e hijo y con esto, don Tristán se olvidó de su promesa, aunque de cuando en cuando, sobre todo por las noches en que contaba y recontaba sus ganancias, una especie de remordimiento le invadía el alma al recordar la promesa hecha a la Virgen. Al fin un día envolvió cuidadosamente un par de botellas de buen vino y se fue a visitar a su amigo y consejero el Arzobispo García de Santa María Mendoza, para hablarle de sus remordimientos, de la falta de cumplimiento a la promesa hecha a la Virgen de lo que sería conveniente hacer, ya que de todos modos le había dado las gracias a la Virgen rezando por el alivio de su vástago. -Bastará con eso, -dijo el prelado-, si habéis rezado a la Virgen dándole las gracias, pienso que no hay necesidad de cumplir lo prometido. Don Tristán de Alzúcer salió de la casa arzobispal muy complacido, volvió a su casa, al trabajo y al olvido de aquella promesa de la cual lo había relevado el Arzobispo. Más he aquí que un día, apenas amanecida la mañana, el Arzobispo Fray García de Santana María Mendoza iba por la calle de La Misericordia, cuando se topó a su viejo amigo don Tristán de Alzúcer, que pálido, ojeroso, cadavérico y con una túnica blanca que lo envolvía, caminaba rezando con una vela encendida en la mano derecha, mientras su enflaquecida siniestra descansaba sobre su pecho. El Arzobispo le reconoció enseguida, y aunque estaba más pálido y delgado que la última vez que se habían visto, se acercó para preguntarle. - A dónde vais a estas horas, amigo Tristán Alzúcer? - A cumplir con la promesa de ir a darle gracias a la Virgen-, respondió con voz cascada, hueca y tenebrosa, el comerciante llegado de las Filipinas. No dijo más y el prelado lo miró extrañado de pagar la manda, aun cuando él lo había relevado de tal obligación. Esa noche el Arzobispo decidió ir a visitar a su amigo, para pedirle que le explicara el motivo por el cual había decidido ir a pagar la manda hasta el santuario de la Virgen en el lejano cerrito y lo encontró tendido, muerto, acostado entre cuatro cirios, mientras su joven hijo Tristán lloraba ante el cadáver con gran pena. Con mucho asombro el prelado vio que el sudario con que habían envuelto al muerto, era idéntico al que le viera vestir esa mañana y que la vela que sostenían sus agarrotados dedos, también era la misma. -Mi padre murió al amanecer -dijo el hijo entre lloros y gemidos dolorosos-, pero antes dijo que debía pagar no sé qué promesa a la Virgen. Esto acabó de comprobar al Arzobispo, que don Tristan Alzúcer estaba muerto ya cuando dijo haberlo encontrado por la calle de la Misericordia. En el ánimo del prelado se prendió la duda, la culpa de que aquella alma hubiese vuelto al mundo para pagar una promesa que él le había dicho que no era necesario cumplir. Pasaron los años...
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