Ceguera De Los Rios
jovalles714 de Mayo de 2014
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Ceguera de los ríos
Apenas eran las siete de la mañana de un lunes de febrero de 1978, pero Roy Vagelos, responsable de investigación de Merck, se encontraba ya en su oficina. Por delante le esperaba una semana muy intensa y había decidido madrugar para planificar las tareas de los próximos días. Después de dejar los papeles en su despacho, se dirigió a la máquina expendedora para tomar su segundo café del día. Tras acomodarse en la silla, se fijo en unos papeles encima de su mesa, que aparecían firmados por William C. Campbell, un investigador en parasitología muy brillante, que venía trabajando para ellos desde hace cinco años. Mientras daba un sorbo, y se volvía a quejar interiormente una vez más de lo pésimo que era el café, comenzó distraídamente a leer el informe de Campbell.
Conforme avanzaba en la lectura, se fue incorporando paulatinamente en la silla y concentrando todos sus sentidos en el contenido de las páginas. Cuando terminó el documento se quedo unos segundos pensativo: “si lo que Campbell cuenta es verdad, es muy probable que hayamos dado con la solución de la ceguera del rio”.
El “Informe Campbell” señalaba un hecho fascinante: durante sus trabajos con la ivermectina (un nuevo compuesto antiparasitario en estudio para uso veterinario), había descubierto, en los ensayos realizados en caballos, que el antibiótico mostraba una gran efectividad contra las microfilarias de Onchocerca cervicalia, un parásito gastrointestinal exótico y poco importante. Aquel gusano en concreto, si bien era inofensivo en los caballos, tenía unas características muy similares a otro insidioso parásito, Onchocerca volvulus, que en los seres humanos causaba la ceguera del rio.
LA CEGUERA DEL RIO. La ceguera del rio, conocida formalmente como oncocercosis, era una enfermedad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) consideraba un problema de salud pública y socioeconómico de considerable magnitud en más de 35 países en vías de desarrollo. Se estimaba que alrededor de 85 millones de habitante de miles de pequeños asentamientos de toda África, así como de zonas de Oriente Medio y Latinoamérica, corrían el riesgo de infectarse. La enfermedad era provocada por un nematodo parásito, transportado por una pequeña mosca negra que habitaba en las márgenes de los ríos de corriente rápida y que al picar a los humanos les introducía en el cuerpo las larvas de este parásito: Onchocerca volvulus. Una misma persona podía recibir miles de picaduras en un solo día.
Los nematodos podían crecer más de 50 cm de largo y provocaban la aparición de nódulos en la piel de muy mal aspecto, aunque relativamente inocuos. El verdadero mal comenzaba cuando los nematodos adultos se reproducían y liberaban entonces millones de larvas microscópicas, las microfilarias, que se extendían por todos los tejidos del cuerpo. Los infectados padecían entonces un picor muy intenso que incluso había provocado el suicidio de algunos enfermos. Con el paso de los años, las microfilarias causaban lesiones cutáneas y despigmentación de la piel hasta que, al final, afectaban a los ojos y, frecuentemente, provocaban ceguera.
En 1978, la Organización Mundial de la Salud calculó que la oncocercosis había dejado ciegas a unas 340.000 personas, y que otro millón presentaba lesiones oculares de diversa gravedad. En aquella época había más de 18 millones de personas afectadas por el parásito, si bien la mitad de los casos no presentaba todavía síntomas graves. Casi todos los habitantes de las aldeas cercanas a las áreas de reproducción de las moscas estaban infectados y, en su mayor parte, los mayores de 45 años se habían quedado ciegos. Se decía que los niños de aquellos lugares pensaban que aquel picor intenso, las infecciones cutáneas y la ceguera formaban parte del crecimiento.
‘La ceguera del río es una enfermedad que la OMS consideraba un problema de salud pública y socioeconómico en más de 35 países en vías de desarrollo’
En un intento desesperado por huir de las moscas, pueblos enteros evacuaban las tierras fértiles próximas a los ríos y se trasladaban a zonas más áridas, lo que con frecuencia provocaba la escasez de alimentos.
Los científicos identificaron la enfermedad por primera vez en 1893, y en 1926 se descubrió su relación con las moscas negras. Hasta los años setenta no se contó con un tratamiento, pero éste provocaba graves efectos secundarios en los pacientes.
Aunque la OMS lanzó un programa de fumigación para tratar de eliminar las moscas mediante plaguicidas, lo cierto es que su eficacia fue muy reducida debido a que las moscas se hicieron resistentes o, si abandonaban la zona fumigada, regresaban al cabo de un tiempo.
LOS GASTOS EN INVESTIGACIÓN. Roy Vagelos era consciente de la importancia y trascendencia de la propuesta que tenía encima de su mesa. Si Merk decidía ir adelante, y esa era una decisión que en gran parte recaía sobre él, la empresa farmacéutica podría contribuir a aliviar cientos de miles de vidas humanas. Una negativa a invertir en el desarrollo del fármaco podía producir un mal efecto en el equipo de investigadores y terminaría minando la moral de los empleados.
Pero, por otra parte, las posibilidades de éxito no estaban aseguradas y, además, en el caso de que los resultados fueran positivos, las posibilidades de rentabilizar la investigación con el fármaco eran nulas, pues se trataba de una enfermedad que afectaba a habitantes pobres de zonas rurales y remotas del Tercer Mundo, sin ninguna capacidad de pago para comprar un medicamento o seguir un tratamiento.
La inversión requerida en esos años para poner en el mercado un nuevo producto, había supuesto una media de doce años de investigación y pruebas, y alrededor de 200 millones de dólares de capital.
En realidad, el futuro de las empresas farmacéuticas dependía de que las decisiones de inversión en la investigación de nuevos fármacos fuesen acertadas. Miles de científicos trabajaban sin descanso en el descubrimiento y desarrollo de principios activos con potencial para convertirse en nuevos medicamentos.
Pero el desarrollo de medicamentos no era una ciencia exacta, sino un proceso de ensayo y error. Cada año, el departamento de investigación de Merk celebraba una reunión de evaluación en la que se examinaban todos los proyectos de investigación, se coordinaban y confirmaban los proyectos, se revisaban los programas en marcha y se planteaban nuevas posibilidades.
Antes de tomar una decisión sobre la distribución de los fondos para la investigación, se estudiaba cada programa en profundidad y se analizaba según sus posibilidades de éxito, la situación del mercado en aquel momento, la competencia, sus potenciales problemas de seguridad, la viabilidad de su producción y la situación de la patente. Los problemas de seguridad eran muy importantes. Si Merk decidía ir adelante con la investigación de la ivermectina para una posible aplicación de seres humanos y ésta fracasaba, podían poner en riesgo el desarrollo del fármaco para el tratamiento de animales.
Todos estos riesgos y dudas los tenía muy presentes P. Roy Vagelos y los iba sopesando de uno en uno durante los siguientes días. Finalmente, decidió aprobar la asignación de una inversión inicial a la investigación del posible tratamiento de la ceguera del rio. Varias fueron las razones que le convencieron. Por una parte, el impacto desmoralizador que podía tener en el personal investigador una decisión negativa; de otra parte, la confianza en que se podrían conseguir fondos de organismos internacionales de ayuda para financiar la distribución del fármaco entre los pacientes pobres y, sin duda, también peso a favor el conocimiento en parasitología que le proporcionaría a Merk la investigación de la ivermectina.
Pero por encima de todas esas razones, fue el recuerdo de las palabras del hijo del fundador de Merk y presidente de la compañía lo que terminó de convencerle: “Intentemos tener siempre presentes que la medicina se centra en las personas y no es sólo una cuestión de beneficios. Estos llegan más adelante, y siempre ha sido así cuando hemos seguido esa línea. Cuanto más fieles hemos sido a esa idea, más beneficios hemos obtenido”.
UNA CARRERA DE OBSTÁCULOS. El desarrollo de la invermectina no fue un camino fácil. Se inició la investigación parasitológica dirigida por Campbell, luego los programas de la síntesis química de la ivermectina. Por último, el desarrollo a partir de las fórmulas del fármaco para animales.
Cuando se decidió comenzar con los ensayos clínicos humanos se encomendó la tarea a Mohammed A. Aziz, director de investigación
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