¿Cómo pensar lo comunitario en contextos globalizados?
xsmahechaEnsayo11 de Marzo de 2018
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¿Cómo pensar lo comunitario en contextos globalizados? La experiencia de las zonas de reserva campesina en Colombia.
En los acuerdos de paz entre el gobierno y las Farc-EP, la Reforma Rural Integral propone solucionar el problema de la tenencia de la tierra, para ello se considera necesario iniciar un proceso de modernización del campo, por medio de la alianza entre el sector público y privado, llevando consigo una transformación de la realidad rural del campo, pues se piensa invertir en infraestructura, acompañado por la formulación de los Planes de Desarrollo Territorial (PDET). Sin embargo y como expone Arturo Escobar el posconflicto debe construirse bajo nuevas categorías, diferentes, a las que dieron origen al conflicto como la de “desarrollo”; así mismo deben re-pensarse algunos conceptos como el territorio, puesto que la paz no se puede construir bajo las lógicas del mercado y del neoliberalismo dado que las causas del conflicto seguirían presentes (Escobar, 2014). En este sentido el papel de las comunidades es clave, para configurar nuevas formas territoriales.
En este orden, el presente ensayo se centrará en la forma organizativa territorial de la Zona de Reserva Campesina como expresión de lo comunitario, rescatando algunos planteamientos de Arturo Escobar sobre el Pluriverso. Pero antes de comenzar con el tema que nos compete, es necesario retomar algunas ideas sobre el desarrollo y la modernidad.
Desde sus inicios el concepto de desarrollo estuvo vinculado al campo de la biología, siguiendo a Martínez se explica como "el despliegue de posibilidades que están presentes en un determinado ser que todavía no ha llegado al estado de madurez o plenitud, sino que se encuentra en algún estadio inicial del ciclo vital" (Martínez, 2007, p.49). Eventualmente, el concepto se utilizó en el campo de las ciencias sociales donde se le definió como la extensión plena de las capacidades físicas, culturales, políticas, económicas y ecológicas que tienen los pueblos para desarrollarse, siendo una visión amplia e incluyente que no sólo se centra en el ámbito económico. Sin embargo, con la consolidación de la modernidad y el capitalismo como sistema económico y social, la humanidad se ha sumido en un paradigma homogéneo y unidimensional, dejando por fuera otras formas ontológicas de conocer el mundo. Dicho paradigma ha limitado la relación sociedad-naturaleza al ámbito económico, pues ha consolidado la idea de que el crecimiento económico es infinito e ilimitado. Según el Papa Francisco en su segunda encíclica, Laudato Si, un conjunto de economistas, tecnólogos y financistas sustentan este modelo económico, fijando las condiciones de vida de las personas y el funcionamiento de la sociedad (Papa Francisco, 2015). Este estilo de vida impuesto, orienta y determina las posibilidades sociales bajo los intereses de determinados grupos de poder, reduciendo la capacidad de acción de los agentes sociales.
En este sentido, existe un dominio político y económico de la realidad social, este último, se ha encargado de maximizar los beneficios con el propósito de aumentar un crecimiento de capitales sin generar una solución eficaz a las condiciones de desigualdad y miseria que afronta la mayoría de la población mundial. Por otro lado, la especialización y fragmentación de los saberes han llevado a perder el sentido de la totalidad, impidiendo encontrar caminos adecuados para resolver estas problemáticas. De acuerdo con Francisco, la llamada cultura ecológica se debería constituir como: pensamiento, política, programa educativo, estilo de vida y espiritualidad (Papa Francisco, 2015) que se encuentre acorde a las exigencias de las comunidades y sus territorios; dado que las soluciones que presenta el modelo son respuestas paliativas, ya que se quedan en la inmediatez y la parcialidad, buscando solo remedios técnicos a problemas estructurales.
Uno de los problemas que afronta actualmente el modelo tiene que ver con la agudización de la crisis climática, la cual pone de manifiesto la necesidad de cambiar y transformar la relación hombre-naturaleza. La explotación de recursos naturales a gran escala como actividad propia del sistema capitalista lleva instaurada en América Latina más de 500 años; dicha explotación ha generado diversos conflictos por el control de los recursos ocasionando efectos irreversibles en los territorios y en las poblaciones intervenidas. Siguiendo esta línea, resulta claro que el llamado “desarrollo” solo se ha pensado en términos económicos, es decir, se ha centrado en el crecimiento del capital, sin tener en cuenta el bienestar humano y el medio ambiente. Es así como la minería, ha estado mediada por la constitución de relaciones de poder que implicaron la participación y constitución de las colonias para hacerlas parte integrante de la economía moderna; un ejemplo claro de ello fue la constitución del régimen hacendatario consolidado en el siglo XVIII como estructura social y productiva en la región que estuvo mediado por relaciones de compadrazgo y autoridad, el cual, permaneció durante varios siglos.
En este orden de ideas se entiende porqué la ilusión desarrollista ha sido un fracaso en la región, pues el grueso de la población vive en condiciones de desigualdad y marginalidad social, sin contar con la devastación ambiental que pone en peligro a la supervivencia de las generaciones presentes y futuras. La naturaleza afronta una de las crisis más graves en los últimos siglos ya que el desarrollo se ha pensado de manera lineal –Producción, consumo, desechos- dando como resultado la creación de una sociedad de consumo. De este modo, tenemos un sistema productivo que NO está asegurando los recursos para las generaciones presentes y futuras, puesto que se cree que la naturaleza y sus recursos son ilimitados; por consiguiente nos encontramos en un sistema que es insostenible e inviable.
Es claro que la desesperanza se ha tomado el mundo, existe un panorama de No futuro, reflejando las consecuencias de la crisis del antropocentrismo moderno. La razón y la técnica se han sobre puesto a la realidad, dejando de lado la naturaleza, la cual le es indiferente, lo que significa no sólo la perdida de los lazos sociales, sino en general con el medio que lo rodea. Esta crítica se sustenta en la crisis ecológica, espiritual, ética y cultural de la actualidad. El ser humano se ha colocado en el centro de todo, dándole importancia a las conveniencias circunstanciales y lo demás se vuelve relativo, conduciendo, a una objetivación del mundo presentando por la modernidad como única verdad y al “desarrollo” como el único medio para llegar a ella.
En este contexto, diferentes sectores de la sociedad como ambientalistas, ecologistas, académicos, científicos y movimientos sociales de todo el mundo, han expuesto y visibilizado la crisis ecológica que afecta el planeta. Cada uno de estos sectores concluye que el modelo implantado de desarrollo, no puede seguir sustentando el crecimiento de la sociedad y su relación con la naturaleza. Somos herederos de dos siglos llenos de cambios que incluyeron una serie de revoluciones industriales y tecnológicas, las cuales supusieron un cambio en la superación gradual de ciertas condiciones materiales para mejorar la calidad de vida del ser humano; estos avances implicaron un alto grado de poder respecto a quienes eran dueños de ese conocimiento. Sin embargo y pese a la promesa de la modernidad y su discurso de desarrollo de crear una sociedad democrática, libre y próspera, nos encontramos hoy en día con todo lo contrario. Como se expuso anteriormente, el conocimiento ha sido apropiado por un grupo pequeño, utilizándolo como un dispositivo de poder con el fin de homogenizar los diferentes territorios, invisivilizando al mismo tiempo, otras formas de vida.
Pero, contrario a lo que algunos teóricos que expusieron sobre los impactos de la modernidad y el individualismo en la sociedad, alrededor del mundo han surgido grupos, y movimientos sociales que desde sus lugares de enunciación crean formas de resistencia y subalternidad. Siguiendo a Matías Saidel, “El pensamiento político de las últimas décadas se ha caracterizado por cuestionar los presupuestos de la filosofía política tradicional y por reconsiderar lo político en términos ontológicos. En ese marco, una de las dimensiones a ser repensadas ha sido la de lo común” (Saidel, 2015, p. 101). De esta forma, se comprende lo común o lo comunitario como la capacidad de agencia que tienen los sujetos políticos y su relación con los dispositivos de poder. Del mismo modo, se suele tener una imagen idealizada e ideologizada de lo que representa la comunidad, lo que genera reacciones encontradas, pues para algunos despierta un sentimiento idílico del deber ser de la sociedad y para otros, genera escepticismo frente a cierto populismo romántico.
Pese a esto, y de acuerdo con lo expuesto por Alfonso Torres, estas posiciones se encuentran en la idea de que la imagen de la comunidad, representa un esquema de vida social propio de grupos tradicionales o donde se desarrollen con mayor intensidad lazos afectivos y de solidaridad (Torres, 2013). Actualmente, este sentido comunitario escapa a las lógicas globalizantes y posmodernas, rescatando formas políticas que reivindican la agencia de los movimientos sociales que se oponen a la idea homogenizante de la sociedad moderna. Es de resaltar que el estudio de la comunidad, ha sido objeto de la sociología y por ende es normal encontrar diferentes interpretaciones epistemológicas de la misma, Robert Nibest por ejemplo asocia la comunidad como una forma de relación social caracterizada por el grado de intimidad, cohesión, compromiso y continuidad en el tiempo que tejen un conjunto de individuos en un espacio concreto, es decir, un territorio (Nibest, 1996).
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