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DIDÁCTICA MAGNA

HugoParga1 de Junio de 2012

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DIDÁCTICA MAGNA

JUAN AMÓS COMENIO

CAPITULO PRIMERO

EL HOMBRE ES LA CRIATURA POSTRERA, LA MÁS ABSOLUTA, LA MÁS EXCELENTE DE TODAS LAS CRIATURAS

1. Al pronunciar Pittaco, en la antigüedad, su famoso (nosce te ipsum, conócete a ti mismo), acogieron los sabios con tanto entusiasmo dicha sentencia, que para entregarla a la plebe afirmaron que había descendido del cielo, y cuidaron de que fuera inscripta con letras de oro en el frontispicio del Templo de Apolo en Delfos, adonde concurría gran multitud de hombres. Fue prudente y piadoso proceder, pues aunque en realidad era una ficción, se encaminaba a la verdad, que es más clara para nosotros que para ellos.

2. ¿Qué es sino una voz celestial la que resuena en la Sagrada Escritura, diciendo: ¡Oh, hombre, si me conocieras, te conocerías? Yo, la fuente de la eternidad, de la sabiduría, de la bienaventuranza; tú, mi hechura, mi imagen, mi delicia.

3. Te elegí como compañero mío en la eternidad, dispuse para tu uso el cielo, la tierra y todo cuanto contienen, reuní en ti solo cuanto brilla en cada una de las demás criaturas: la esencia, la vida, el sentido y la razón. Te elegí sobre todas las obras de mis manos; subyugué a tus plantas todas las cosas: ovejas, bueyes, bestias del campo, aves del cielo y peces del mar; por igual razón te coroné de gloria y honor. (Salmo 8.) Finalmente, para que nada faltase, me uní a ti, yo mismo, en hipostático lazo, juntando eternamente mi naturaleza a la tuya, como no acaece a ninguna de las criaturas ni visibles ni invisibles. ¿Hay alguna criatura ni en el cielo ni en la tierra que pueda gloriarse de tener a Dios revelado en su carne y mostrado a los Ángeles (1, Tim., 3. 16), no sólo para que estupefactos vean al que deseaban ver (1. Pet., 1. 12), sino para que adoren a Dios, manifestado en carne, al hijo de Dios y del hombre? (Hebr., 1, 6, Juan, 1, 52, Mat. 4. 11.) Entiende, pues, que tú eres el colofón absoluto de mis obras, el admirable epitome, el Vicario entre ellas y Dios, corona de mi gloria.

4. ¡Ojalá todas estas cosas queden esculpidas, no en las puertas de los templos, ni en las portadas de los libros, ni en los ojos, lenguas y oídos de todos los hombres, sino en sus corazones! Ciertamente hay que procurar que todos aquéllos que tienen la misión de formar hombres hagan vivir a todos conscientes de esta dignidad y excelencia y dirijan todos sus medios a conseguir el fin de esta sublimidad.

CAPITULO II

EL FIN DEL HOMBRE ESTÁ FUERA DE ESTA VIDA

1. Los dictados de la razón nos afirman que criatura tan excelsa como lo es el hombre, debe estar necesariamente destinada a un fin superior al de todas las demás criaturas; a saber, que unida a Dios, cúmulo de toda perfección, gloria y bienaventuranza, goce con El eternamente de la gloria y beatitud más absolutas.

2. Y aunque esto se halla suficientemente expresado en la Sagrada Escritura y nosotros creemos firmemente que así acaece, no será labor en balde que reseñemos, aunque muy a la ligera, los modos mediante los cuales Dios nos ha representado en esta vida nuestro último fin.

3. En primer lugar, por cierto, aparece esta representación en la Creación misma. Dios no mandó al hombre secamente que existiese, sino que, previa una solemne resolución, le formó con sus propios dedos un cuerpo y le inspiró un alma de Sí mismo.

4. Nuestra misma constitución demuestra que no nos es bastante todo lo que en esta vida tenemos. Vivimos aquí una vida triple: vegetativa, animal e intelectiva o espiritual, la primera de las cuales jamás se manifiesta fuera del cuerpo; la segunda se dirige a los objetos por las operaciones de los sentidos y movimientos; la tercera puede existir separadamente, como ocurre en los Ángeles. Es evidente que este supremo grado de la vida esté en nosotros oscurecido y como dificultado por los demás, y debemos suponer que ha de existir algo donde esta vida intelectiva alcance su mayor desarrollo.

5. Todas las cosas que hacemos y padecemos en esta vida demuestran que en ella no se consigue nuestro último fin, sino que todas ellas tienden más allá, como nosotros mismos. Cuanto somos, obramos, pensamos, hablamos, ideamos, adquirimos y poseemos no es sino una determinada gradación, en la que, lanzados más y más allá, alcanzamos siempre grados superiores, sin que jamás lleguemos al supremo. En un principio, nada es el hombre, como nada existió en la eternidad; tiene su iniciación en el útero de la madre, de la gota de sangre paterna. ¿Qué es el hombre al principio? Una masa informe y bruta. Entonces empieza la delineación del corpúsculo, pero sin sentido ni movimiento. Comienza después a moverse, hasta el momento en que por la fuerza de la naturaleza es expelido al exterior, y poco a poco van entrando en función los ojos, los oídos y los demás sentidos. Con el transcurso del tiempo se manifiesta el sentido interno cuando se da cuenta de que ve, oye y siente. Más tarde ejercita su entendimiento, advirtiendo las diferencias de las cosas; finalmente, la voluntad asume su función de directora, aplicándose a ciertos objetos y apartándose de otros.

6. Y aun en cada una de estas operaciones existe también la gradación. Pues el mismo conocimiento de las cosas va insensiblemente apareciendo, como el resplandor de la aurora, surge de la oscuridad profunda de la noche, y mientras dura la vida (a no ser que se embrutezca de un modo absoluto) recibe continuamente más y más luz hasta la misma muerte. Nuestras acciones, en un principio, son tenues, débiles, rudas y en extremo confusas, y paulatinamente se desarrollan después las potencias del alma con las fuerzas del cuerpo, de tal manera que mientras tenemos vida (salvo el caso de quien es atacado de un entorpecimiento extremo y sepultado vivo), no nos falta qué hacer, qué proponer, qué emprender, y todo esto, es un espíritu generoso, siempre se dirige más allá, pero sin que se vea el término. No se encuentra en esta vida un ninguno de nuestros deseos ni de nuestras maquinaciones.

CAPITULO III

ESTA VIDA ES TAN SÓLO PREPARACIÓN DE LA VIDA ETERNA

1. Vamos a demostrar, aduciendo el testimonio de Nosotros mismos, del Mundo y de la Sagrada Escritura que esta nuestra vida actual, al encaminarse a un más allá, no es vida, propiamente hablando, sino el prólogo de otra vida verdadera y sempiterna.

2. Si investigamos en nosotros mismos llegaremos a observar que todo se desarrolla en nosotros de manera tan gradual que un antecedente cualquiera despeja el camino al que le sigue. Por ejemplo: Nuestra vida primera tiene su existencia en las entrañas maternales; pero, ¿en razón de qué? ¿Acaso de sí misma? Nada menos cierto. Aquí se trata solamente de que el corpúsculo se prepare a ser habitación e instrumento adecuado del alma para su fácil empleo en la siguiente vida que hemos de disfrutar bajo el firmamento. Tan pronto como aquello está conseguido, salimos a la luz, porque ya nada tenemos que hacer en tales tinieblas. De igual modo esta vida exterior es sólo preparación de la vida eterna, con el fin, sin duda, de que el alma prepare, mediante el auxilio del cuerpo, todo cuanto le es preciso para la otra vida. En cuanto esto se realiza, marchamos de este mundo, porque lo que en él hagamos después no tiene ya finalidad alguna. Y si algunos se ven arrebatados estando desprevenidos, son más bien empujados a la muerte, a semejanza de los fetos abortivos que por mil causas suelen ser expelidos del útero, no vivos, sino muertos ya; lo que en uno y otro caso acontece por culpa de los hombres, aunque con permiso de Dios.

CAPITULO IV

CONOCERSE, REGIRSE Y ENCAMINARSE HACIA DIOS, TANTO A SÍ PROPIO COMO TODAS LAS DEMÁS COSAS CON UNO MISMO, SON LOS TRES GRADOS DE LA PREPARACIÓN PARA LA ETERNIDAD

1. Quedó ya suficientemente demostrado que el fin último del hombre consiste en la Bienaventuranza eterna con Dios, y también es fácil deducir cuáles son los fines secundarios y adecuados a esta vida transitoria, tomándolo de las mismas palabras de la divina resolución al formar al hombre: Hagamos –dijo- al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine a los peces del mar y a las aves de los cielos y a las bestias, y a la tierra y a todo animal que anda sobre la tierra. (Gén., 1.26.)2. Claramente se desprende de lo dicho que el hombre está colocado entre las criaturas visibles para que sea: I. Criatura racional. II. Criatura señora de las criaturas.III. Criatura imagen y deleite de su Creador. Y de tal manera están estos tres miembros enlazados entre sí que no puede admitirse entre ellos separación alguna, porque en ellos se asienta la base de la vida presente y de la futura.

2. Finalmente, ser la imagen de Dios es representar vivamente el prototipo de su perfección, como Él mismo dice: Sed santos, porque Yo, vuestro Dios, soy santo. (Lev. 19. 2.)6. De todo lo cual se saca la conclusión de que los requisitos genuinos del hombre son los que siguen: I. Que sea conocedor de todas las cosas. II. Dueño de ellas y de sí mismo. III. Encaminarse él y todas las cosas hacia Dios, origen de todo. Lo que puede expresarse en estas solas tres palabras de todos conocidas: I. ERUDICIÓN. II. VIRTUD O COSTUMERES HONESTAS. III. RELIGIÓN O PIEDAD. El nombre de Erudición comprende el conocimiento de todas las cosas, artes y lenguas; el de buenas costumbres, no sólo la externa urbanidad, sino la ordenada disposición interna y externa de nuestras pasiones; y con el de Religión se entiende aquella interna veneración por la cual el alma

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