EL ESTADO DE NECESIDAD Y SUS PRETENDIDOS REMEDIOS
cruzalcantar22 de Febrero de 2014
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EL ESTADO DE NECESIDAD Y SUS PRETENDIDOS REMEDIOS
1. Las necesidades y sus coberturas
El ser humano es en gran parte de su vida un ser indefenso. En la etapa
inmediata al nacimiento y en la niñez su dependencia es tan grande como
en la vejez. La juventud lo impulsa a la autonomía, la madurez a la solidaridad.
Aunque no siempre. También lo llega a dominar el egoísmo. Sin
embargo, la palabra "dependencia" explica casi todo en la historia del
hombre.
A lo largo de los tiempos el hombre y valga esa expresión en su sentido
habitual que comprende a los dos géneros ha tratado de establecer
los mecanismos de defensa ante la adversidad. Cabe imaginar en las primeras
etapas de su evolución lo precarios que podrían ser esos medios
pero que seguramente, se entendían como suficientes frente a los misterios
insolubles de la naturaleza o a la fuerza mayor del entorno animal. El individuo
se integraba en la familia, en la gens, buscaba el sustento y el techo
que la misma naturaleza ofrecía sin lo que hoy llamaríamos el valor agregado:
el esfuerzo para adaptar la naturaleza a las necesidades humanas a
través de la agricultura o para superar la fuerza mayor de los animales
con las armas elementales del cazador o la inteligencia puesta al servicio
de su domesticación o, finalmente, la capacidad de construir un techo para
sobrevivir en medio de los fenómenos adversos.
La historia ha hecho evidente que los esfuerzos del hombre por ser independiente,
algo que forma parte de su condición aventurera y en alguna
medida de su lucha permanente por el ascenso vertical en la sociedad, han
sido tan ineficaces como prolongados. El apoyo de los demás y la capacidad
de ser uno de los demás que apoya al necesitado ha sido el motor
que impulsa a lo largo de los tiempos las formas asociativas en las que el
ser humano ha encontrado el refugio indispensable. No es ajena al destino
del ser humano la lucha de clases aunque hoy en día parezca detenida por
los fracasos de la antigua Unión Soviética. Pero ya se encarga el neoliberalismo
o capitalismo salvaje de renovar las ideas que actualizaron la lucha
social. La explotación sin límites genera ya nuevas protestas.
El hombre es sobre todo un ser social como ha dicho Aristóteles. "La
vida social es un imperioso mandato de la naturaleza. El primero que fundó
una asociación política hizo a la humanidad el mayor de los beneficios".
Lo social, para Isaac Guzmán Valdivia, es condición forzosa del hombre.
"No hay vida humana que directa o indirectamente no sea vida en común".
En otra parte nosotros mismos hemos afirmado que "La asociación,
como fenómeno consciente, es el resultado de la convivencia
dinámica. Implica un intercambio, la transferencia del "yo", la comunicación,
la mutua dependencia. Surge tal vez como un proceso intuitivo pero
al crear conciencia, la sociabilidad, el actuar en común, se transforma en
un objetivo. El hombre busca asociarse para que, al sumar sus fuerzas a las
de sus semejantes, queden a su alcance aquellos objetivos que escapaban de
su acción individual".
Es por ello mismo profundamente interesante advertir que a lo largo
de la historia el hombre ha creado organismos de mutua defensa, particularmente
en relación al trabajo, cuyo origen sigue siendo incierto. Guillermo
Cabanellas dirá que "Puede afirmarse que el origen de las corporaciones
de oficios, en sus más remotos antecedentes, se pierde en la noche de
los tiempos. Los historiadores hacen referencia a fuentes que tienen más
de incertidumbre que de veracidad".
El mismo Cabanellas dice "sin excesiva seguridad" que en la India
existían asociaciones, corporaciones (srení) de agricultores, pastores, banqueros
y artesanos gobernadas por un consejo y capaces de contratar y de
comparecer en juicio. Admite que durante el reinado de Salomón, también
son conocidos en el pueblo judío algunos organismos corporativos. No faltan
tampoco en Egipto las corporaciones de guerreros, agricultores, traficantes,
pilotos y porqueros, que también se encuentran en Palestina.
En el libro 47, título XXII, ley 4a. del Digesto se reproduce un texto de
Gayo que hace referencia a una práctica griega "Son compañeros los que
son de un mismo Colegio que los griegos llaman compañía. A éstos les
permite la ley imponerse las condiciones que quieran, con tal que ninguna
sea contra el derecho público". Pero esta ley parece que se trasladó de la
de Solón; porque en aquella se expresa en esta forma "si la plebe o los hermanos,
o los que guardan los vasos sagrados, o los marinos, o los que venden
granos, o los que entierran en un mismo sepulcro, o los compañeros
que habitan juntos o por causa de negociación, o por alguna otra causa:
todo lo que éstos disponen por mutuo consentimiento, sea válido, a no ser
que se prohíba por las leyes".
El espíritu asociativo se manifiesta de manera más concreta en los colegios
romanos, en las guildas medievales y sobre todo en las corporaciones
de oficios que eran organismos gremiales a los que algunos atribuyen
el origen de los sindicatos. Sin embargo es un criterio del que no participo.
En esos grupos, además de la regulación de la escala gremial y los claros
matices religiosos, el sentido mutualista formaba parte principal de sus
objetivos. Sin olvidar que constituyeron instituciones contrarias a la libertad
ya que vinculaban a los miembros de por vida al oficio quizá con la
compensación de no tener que servir a los ejércitos. Pero esa falta de libertad
provocaría, en los finales del siglo XVIII (12 de marzo de 1776) que se
dictara el Edicto Turgot, que puso fin al corporativismo, confirmado poco
después con la ley Le Chapelier (14-17 junio 1791) que consagró la prohibición
de las coaliciones.
El arribo de la burguesía al poder, un resultado conjunto de la Revolución
Industrial y de la Revolución Política (Francia, 1789), generará un espíritu
represivo en contra de los trabajadores en quienes ya se advertía,
como lo demostró "El Movimiento de los iguales" de Grachus Babeuf la
contradicción de intereses de clase lo que llevó a que el Código penal francés
de 1810 consagrara, en la línea de la ley Le Chapelier, los delitos de
coalición (sindicalismo) y de huelga. Como contrapartida los trabajadores
iniciaron su lenta organización hacia la lucha de clases con la formación de
mutualidades y en una fase posterior, cooperativas.
Pero la marcha hacia el sindicalismo, que logró su reconocimiento a finales
del siglo XIX, fue acompañada de un nuevo impulso que venía por
cierto de muy atrás: una cierta solidaridad, mínima si se quiere, que entendió
que las necesidades de los seres humanos requerían de otro esfuerzo
adicional, no solo a cargo de los compañeros de los gremios sino de otros
entes. A eso nos referimos en el punto siguiente.
2. Las asistencias represivas o las Leyes de Pobres inglesas
De la misma manera que no es posible encontrar antecedentes reales
del sindicalismo antes de la Revolución Industrial, no puede hablarse de
seguridad social en sentido estricto antes de que el Canciller Bismarck pusiera
en vigor el primer sistema de seguros sociales, a partir de 1881, quizá
como una defensa frente al socialismo que avanzaba pese a las derrotas, y
que podía constituir una amenaza al desarrollo capitalista.
Karl de Schweinitz, un experto en seguridad social pero sobre todo en
la historia previa a su aparición, ha hecho una buena narración de lo que
no necesariamente tenía un sentido altruista pero que, a fin de cuentas,
podría apuntarse como un esquema elemental con relación a los necesitados,
a veces para reprimirlos, en ocasiones para ayudarlos. Vale la pena
seguir su camino.
En 1349 Eduardo III de Inglaterra publicó una proclama denominada
"Estatuto de los Trabajadores del Campo" que Schweinitz califica y yo
dudo de lo acertado de la calificación como el punto de partida de la administración
de la seguridad o el bienestar social en Inglaterra. No lo era
ya que por el contrario tenía el propósito de sancionar a quienes auxiliaran
a los mendigos que en lugar de pedir limosna deberían dedicarse al trabajo
productivo. El párrafo que cita Schweinitz no puede ser más expresivo:
Debido a que esos mendigos, recalcitrantes, mientras pueden vivir de limosna
se niegan a trabajar, entregándose a la ociosidad y al vicio, y aun, a veces, al
robo y a otras abominaciones, se prohíbe que nadie, bajo la indicada pena de
encarcelamiento, su color de caridad o limosna, dé cosa alguna a los mismos
que estén en condiciones de trabajar, o trate de favorecer sus deseos; de suerte
que, de ahora en adelante, se vean compelidos a trabajar para subvenir a las
necesidades
...