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El Niño En La Antiguedad

bauty20 de Noviembre de 2013

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EL NIÑO Y LA VIDA FAMILIAR EN EL ANTIGUO RÉGIMEN

Philippe Ariès

CAPÍTULO II

El descubrimiento de la infancia

Hasta aproximadamente el siglo XVII, el arte medieval no conocía la infancia o

no trataba de representársela; nos cuesta creer que esta ausencia se debiera a

la torpeza o a la incapacidad. Cabe pensar más bien que en esa sociedad no

había espacio para la infancia. Una miniatura otoniana del siglo Xl1 nos da una

impresionante idea de la deformación que el artista hacía sufrir a los cuerpos de

los niños y que nos parece ajena a nuestros sentimientos y a nuestra intuición.

El tema es la escena del Evangelio en la que Jesús pide que se le acerquen los

niños, y el texto latino es claro: parvuli. Ahora bien, el miniaturista agrupa

alrededor de Jesús a ocho hombres verdaderos, sin ningún rasgo de la infancia,

los cuales han sido simplemente reproducidos a tamaño reducido. Sólo su talla

los distingue de los adultos. En una miniatura francesa de fines del siglo Xl2, los

tres niños que resucita San Nicolás han sido igualmente reducidos a un tamaño

inferior al de los adultos, sin ninguna otra diferencia de expresión o de rasgos.

El pintor no dudará en dar a la desnudez del niño, en los pocos casos en que

aparece desnudo, la musculatura del adulto. Así, en el Salterio de San Luis, de

Leyden3, fechado a finales del siglo XII o principios del siglo XIII, Ismael, poco

después de su nacimiento, tiene los abdominales y los pectorales de un

hombre. A pesar de un mayor sentimiento en la representación de la infancia4,

el siglo XIII permanecerá fiel a ese procedimiento. En la Biblia moralizada de

San Luis, las representaciones de niños se vuelven más frecuentes, pero éstos

sólo se caracterizan por su talla. Un episodio de la vida de Jacob: Isaac está

sentado, rodeado de sus dos mujeres y de unos quince hombrecitos que llegan

a la cintura de las personas mayores: son sus hijos5. Job es recompensado por

su fe, vuelve a ser rico y el iluminador evoca su fortuna colocando a Job entre

el ganado a su izquierda, y los niños a su derecha, igualmente numerosos,

imagen tradicional de la fecundidad inseparable de la riqueza. En otra

ilustración del libro de Job, los niños han sido escalonados según su talla.

En otro caso, en el Evangeliario de la Sainte-Chapelle, del siglo Xlll6, en el

momento de multiplicar los panes, Cristo y uno de sus apóstoles flanquean a un

hombrecito que les llega a la cintura: se trata sin duda del niño que cargaba los

peces. En el mundo de fórmulas románicas y hasta finales del siglo Xlll no

aparecen niños caracterizados por una expresión particular, sino hombres de

tamaño reducido. Por otra parte, esa resistencia a aceptar en el arte la

morfología infantil se encuentra en la mayoría de las civilizaciones arcaicas. Un

magnífico bronce sardo del siglo IX antes de Cristo7 representa una especie de

Piedad: una madre tiene en sus brazos el cuerpo bastante grande de su hijo.

Pero quizá se trate de un niño, según lo indica la nota del catálogo: "La

pequeña figura masculina podría ser además un niño que, según la fórmula

adoptada en épocas arcaicas por otros pueblos, habría sido representado como

un adulto." Porque, en efecto, parece como si la representación realista del

niño, o la idealización de la infancia, de su gracia, de su armonía, fueran

propias del arte griego. Los pequeños Eros proliferan con exuberancia en la

época helenística. La infancia desaparece de la iconografía con los otros temas

helenísticos y el románico volvió a ese rechazo de los rasgos específicos de la

infancia que caracterizaba ya las épocas arcaicas, anteriores al helenismo.

Vemos en ello algo más que una simple coincidencia. Partimos de un mundo de

representación en el que se desconoce la infancia. Los historiadores de la

literatura (mons. Calvé) han hecho la misma observación a propósito de la

epopeya, donde los niños prodigio se conducen con el mismo arrojo y fuerza

física que los valientes. Sin duda alguna, eso significa que los hombres de los

siglos X y Xl no perdían el tiempo con la imagen de la infancia, la cual no tenía

para ellos ningún interés, ni siquiera realidad. Ello sugiere además que, en el

terreno de las costumbres vividas, y no únicamente en el de una transposición

estética, la infancia era una época de transición, que pasaba rápidamente y de

la que se perdía enseguida el recuerdo.

Tal es nuestro punto de partida. ¿Cómo se llega de ahí a los chiquillos de

Versalles, a las fotos de niños de todas las edades de nuestros álbumes de

familia?

Hacia el siglo XIII aparecen varios tipos de niños, algo más cercanos al

sentimiento moderno.

El ángel, representado bajo la apariencia de un hombre muy joven, de un

adolescente joven: de un monaguillo [clergeon], como dice P. du Colombier8.

Mas, ¿qué edad tiene el monaguillo? Se trataba de niños más o menos jóvenes

a quienes se educaba para ayudar a misa, y destinados a ser ordenados; eran

como unos seminaristas en una época en que no había seminarios, y en la que

la escuela latina, la única existente, estaba reservada a la formación de los

clérigos. "Aquí-dice un Miracle de Notre-Dame9-había niños de corta edad que

sabían poco de letras, pero quienes de buen grado hubiesen mamado el seno

de su madre [se destetaba muy tarde: la Julieta de Shakespeare mamaba

todavía a los tres años] antes que ayudar al servicio divino." El ángel de Reims,

por ejemplo, más que un niño, era un jovencito, pero los artistas trazaron con

evidente afectación los rasgos redondos y graciosos, incluso un poco

afeminados, de los chicos muy jóvenes. Hemos dejado atrás los adultos de

tamaño reducido de la miniatura otoniana. Este tipo de ángeles adolescentes se

volverá más frecuente durante el siglo XlV y perdurará aún a finales del

quattrocento italiano: los ángeles de Fra Angélico, de Botticelli y de Ghirlandajo

pertenecen a dicha variedad.

El segundo tipo de niño será el modelo y el precursor de todos los niños

pequeños de la historia del arte: el Niño Jesús o la Virgen Niña, ya que la

infancia está aquí vinculada al misterio de su maternidad y al culto mariano. Al

principio, Jesús, como los otros niños, continúa figurado como un adulto en

miniatura: un pequeño sacerdote-Dios de porte majestuoso, presentado por la

Theotokos. La evolución hacia una representación más realista y más

sentimental de la infancia comenzará muy pronto en la pintura: en una

miniatura de la segunda mitad del siglo Xll10 aparece Jesús en pie, con una

camisa fina, casi transparente, que con ambos brazos estrecha a su madre,

mejilla con mejilla. Con la maternidad de la Virgen, la pequeña infancia entra en

el mundo de las representaciones. En el siglo XIII inspira otras escenas

familiares. En la Biblia moralizada de San Luis11 se pueden ver escenas de

familia donde los padres están rodeados de sus hijos, con los mismos rasgos de

ternura que las de la tribuna que separa el coro del trascoro de Chartres; por

ejemplo, la familia de Moisés: marido y mujer están cogidos de la mano y los

niños (hombres en miniatura) que les rodean tienden las manos hacia su

madre. Estos casos son raros: el sentimiento cautivador de la pequeña infancia

se reserva al Niño Jesús hasta el siglo XIV cuando, como es sabido, el arte

italiano contribuirá a desarrollarlo y a extenderlo, aparece vinculado a la ternura

de la madre.

En la época gótica aparece un tercer tipo de niño: el niño desnudo. El Niño

Jesús casi nunca está figurado desnudo. La mayoría de las veces aparece, como

los otros niños de su edad, envuelto en pañales castamente, o cubierto con una

camisa o un faldón. Sólo se desvestirá al Niño Jesús a finales de la Edad Media.

En las escasas miniaturas de Biblias moralizadas en que aparecen niños, éstos

están vestidos, excepto si se trata de los Inocentes, o de los niños muertos a

cuyas madres juzgará Salomón. La alegoría de la muerte y del alma introducirá

en el mundo de las formas la imagen de esta joven desnudez. Ya en la

iconografía prebizantina del siglo V, donde aparecen muchos de los rasgos del

futuro arte románico, se reducían las dimensiones del cuerpo de los muertos.

Los cadáveres eran más pequeños que los cuerpos. En la Iliada de la

Ambrosianal2 los muertos de las escenas de batalla tienen la mitad del tamaño

de los vivos. En nuestro arte medieval, el alma está representada por un niñito

desnudo y en general asexuado. Los juicios finales conducen bajo esta forma

las almas de los justos al seno de Abraham13. El moribundo exhala esta

representación de su boca: imagen de la partida del alma. Así se figura la

entrada del alma en el mundo, ya sea una concepción milagrosa y sagrada: el

Ángel de la Anunciación entrega a la Virgen un niño desnudo, el alma de

Jesús14, ya sea una concepción muy

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