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El tráfico en Lima: espacio social de conflicto y desesperación.


Enviado por   •  18 de Noviembre de 2016  •  Ensayos  •  2.126 Palabras (9 Páginas)  •  241 Visitas

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El tráfico en Lima: espacio social de conflicto y desesperación.

Con el pasar de los años, y elección tras elección, el clamor popular tiene una petición constante: solucionar el terrible tráfico de la ciudad. Aunque son muchas las propuestas de las autoridades, los limitados proyectos que han logrado culminarse no constituyen más que una emoción efímera sin resultados sostenidos al mediano plazo. Dentro de esta dinámica, la población se ve obligada a lidiar con el desorden, el bullicio y el caos total en las calles, asumiendo actitudes agresivas e impulsivas ante sus pares.

El problema parece no tener una solución cercana; sin embargo, se debe poner mayor énfasis en su estudio, pues constituye un espacio social muy peculiar, en el que la ley del más fuerte predomina, pero no responde una jerarquía específica, sino a aquellos gritos de mayor eco que dominan a los silencios cargados de impotencia y frustración.

En general, son dos roles los que puede asumir una persona: conductor o peatón, este último incluye el papel de pasajero de transporte público. Ambos están inconformes con la situación actual; no obstante pueden ser muy contradictorios entre sí. Es decir, aunque parezca irónico, un conductor puede quejarse del caos e imprudencia de los peatones, siendo él también, en otros momentos, un peatón que desea preferencia y ventaja.

Desde mi perspectiva de peatón o pasajero, el tráfico de Lima me ha desesperado al punto de desear la desaparición de todos los autos. Viajar ha llegado a ser un tema de suerte: suerte en el día y suerte en el horario. Por ejemplo, todas las mañanas la gente se traslada a sus centros de trabajo y estudio, los autobuses parecen una lata de conserva, en la que no se alcanza la capacidad máxima hasta que el último pasajero quede casi colgando de la puerta y arriesgue al máximo su vida. La gente grita, se insultan, y esto se agrava con la lentitud del auto. Avanzar cuatro cuadras de la Avenida Salaverry, en el centro de Lima, en un horario poco caótico y poco frecuente también, tomaría un tiempo máximo de siete minutos, suponiendo todos los semáforos en contra. Sin embargo, el panorama se transforma en las “horas punta”, donde recorrer la misma distancia puede tomar incluso 25 minutos, caso en el que caminar se convierte en la mejor alternativa.

Una de las bases del conflicto es el egoísmo de las personas. Se puede decir que el tráfico despierta las actitudes más primitivas de cada sujeto, sin importar su clase social, nivel de educación, religión ni convicciones. Simplemente se transforma en un león que desea llegar a su destino y está dispuesto a someter a cualquiera en su objetivo. El esposo de mi tía es un hombre amable y servicial. Una mañana en la que viajaba con él, nos debimos enfrentar al embotellamiento de una avenida durante un lapso de tiempo e el que detecte su molestia y cierto enojo. Cuando por fin nos disponíamos a cruzar, se atravesó inesperadamente un auto que, por centímetros, no produjo un choque con el nuestro. En ese momento observé como en instantes, mi tío se transformaba en un conductor desesperado más, empezó a gritarle al conductor del otro vehículo, quien respondió con insultos y amenazas. Al final, el conflicto terminó por perjudicar no sólo a los implicados, sino también al resto de la fila de autos que se formó.

A nivel general, la ciudad está atiborrada de unidades de transporte entre autorizadas e ilegales. Cada una preocupada solo en su movilización, se traslada sin importarle el bien común. Es más fácil para cada conductor atravesarse al resto o alternar entre el lado derecho e izquierdo de la calle sin un orden determinado, que esperar de forma ordenada el avance conjunto. Esto se agrava con la respuesta de un conductor a otro: nadie está dispuesto a ceder, el que insulte o grite más, es aquel que tiene preferencia y poder de decisión.

Uno de los sectores más afectados por esta violencia en es la población femenina. Para poder sobrevivir a esta selva de automóviles, la delicadeza o sensibilidad están prohibidos; por el contrario, es necesario exponer el lado más agresivo y machista de la personalidad. De lo contrario, es muy probable que el más caballeroso de los hombres no reflexione antes de insultar a una conductora y mandarla a cocinar porque “mujer tenía que ser”.

 A nivel más particular, la situación puede variar ligeramente. Increíblemente, aún existen calles que no son muy concurridas por los autos, aunque sean pocas, en ellas aún hay cierta paz y amabilidad. Por ejemplo, en la calle paralela a la de mi hogar, aún es posible encontrar empáticos conductores que ceden el paso a los peatones y respetan las señales de tránsito sin la necesidad de una autoridad que los controle. Sin embargo, en la calle siguiente el panorama se transforma totalmente. Muchos autos ignoran las señales de tránsito, algunas motocicletas cruzan entre los autos e incluso invaden las veredas, pues a fin de cuentas, sólo se preocupan por llegar a su destino. No hay día en el que dos conductores no se enfrenten verbalmente o en el peor de los casos lleguen a las agresiones físicas.

Se puede afirmar entonces que el tráfico es un lugar peculiar de interacción. La primera característica en él es la ausencia de una jerarquía de poder. Es decir, no existe una clara definición de las características o cualidades de aquellos que gozarán de ventajas sobre el resto. Sólo existe un principio básico en la dinámica de interacción: el más agresivo, sin importar más que su actitud en el momento, será aquel que logre tener privilegios.

La segunda característica del tráfico de la ciudad es la pérdida de la humanidad que genera en los ciudadanos. Sin importar el tipo de educación, el género, la religión u otro rasgo, la persona esta propensa a deshumanizarse y actuar impulsiva e irracionalmente en su afán egoísta de llegar a su destino. Asimismo, esta deshumanización implica la pérdida total del respeto por el prójimo, más aún en una sociedad machista como la peruana, la mujer se convierte en blanco de agresiones. En esta situación radica una paradoja muy importante, Yazici indica “Mientras que estas mujeres acaudaladas pueden experimentar la ‘libertad’ en nightclubs y en comunidades residenciales cercadas, los encuentros con aquellos de otras clases y géneros en autopistas y en el tráfico puede ser incómodo (…)La diferencia es que estos espacios no están marcados para ninguna clase específica y pueden exigir a las mujeres que desarrollen estrategias en relación con normas de honor”, es decir, el tráfico termina pir exigir la deshumanización y violencia en toda la población.

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