Ensayo de EL cuerpo sin órganos y la mercantilización del deseo
Marlene Cecilia Vera GutierrezDocumentos de Investigación27 de Junio de 2017
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Las máquinas deseantes y la mercantilización del deseo en la sociedad del capital
Marlene Vera Gutiérrez
Resumen: La sociedad capitalista ha modificado no solo la conformación discursiva de nuestros cuerpos, sino que también ha privatizado el deseo apartándola del socius y logrando que su codificación controle el flujo existente en los cuerpos deseantes, logrando que la sociedad decida que existen ciertos cuerpos deseantes, agentes y ciertos cuerpos que son objetos de deseo. Pero, por otra parte, también ha obnubilado la visión de los sujetos y no ha permitido comprender que el cuerpo ya ha sido mercantilizado, puesto que ha nacido y se ha construido en las discursividades capitalistas actuales de la sociedad.
Palabras Claves: cuerpos deseantes-deseados, deseo, máquinas deseantes, capitalismo, mercantilización
Los habitus cambian sin cesar en función de las experiencias nuevas. Las disposiciones están sometidas a una especie de revisión permanente, pero que nunca es radical, porque se lleva a cabo a partir de las premisas instituidas en el estado anterior (Bourdieu, 1999, pág. 211)
Que los habitus estén a merced de constante modificación frente a nuevas experiencias y que estas tengan efectos distintos, puesto que se enfrentan con un estado anterior, es una de las afirmaciones que nos lleva a concebir el cuerpo como una construcción social discursiva que no tendría un origen fundacional común o, como se declaraba en la modernidad, una sustancia de hombre que luego encontrara su identificación a partir de las características diferenciales que este posea. Por su parte, Judith Butler, en su texto El género en disputa (1999), establece que las diferencias biológicas del cuerpo no determinan las categorías de género, sino que son los actos de constante performatividad los que van conformando y construyendo las corporalidades de los sujetos, vale decir, que desde la constante construcción y también de los momentos de indecibilidad es que se configuran las subjetividades.
De este modo, las identidades se conforman a partir de todas aquellas diferenciaciones de los sujetos que, a su vez, están marcadas y cruzadas por los discursos con los que estas mismas se han ido constituyendo. Desde esta perspectiva, cobra una importante relevancia la idea de interseccionalidad, considerada el estudio de los sujetos no como determinados por una característica particular, sino como un complejo sistema en el que las distintas categorías (raza, clase, género, nación, entre otros) generan construcciones y subjetivaciones distintas, acentuando y demarcando las diferencias del ser con los otros, delimitando el espacio simbólico y jerárquico en el que se deben mover y posicionándolos en un lugar determinado dentro de las relaciones de poder en la sociedad.
Es innegable entonces que el cuerpo se constituye como una construcción social, es decir, al hablar de cuerpo no es posible pensar en un estado natural o pre-político del mismo y, por lo tanto, de los hombres. Lo que es el cuerpo hoy en día y cómo se percibe desde la mirada de los otros no es más que una serie de discursos trazados a lo largo de la historia y que conformar las corporalidades del hoy. Así, se construye a partir de influencias culturales, relaciones de poder, relaciones de género, clase, raza, discursos familiares, entre otras muchas variables.
Por otro lado, y en relación con la perspectiva desde la que se mira el cuerpo y la importancia que se le da a este en la subjetivación, Gilles Deleuze toma a Baruch Spinoza para explicar que es fundamental la consideración de las corporalidades como algo más allá de la conformación y funcionamiento de los órganos, y que no es posible situarlo en una posición jerárquica específica con la interioridad del hombre, es decir con el alma, sino que figuran como un yuxtapuesto, es decir, “convertir el cuerpo en una fuerza que no se reduzca al organismo, convertir el pensamiento en una fuerza que no se reduzca a la conciencia” (Deleuze, 1980, pág. 71)
Continúa Deleuze y aclara:
“Cuando Spinoza dice: lo asombroso es el cuerpo…, aún no sabemos lo que puede un cuerpo, (…) Quiere eliminar la pseudo‑superioridad del alma sobre el cuerpo. Hay el alma y el cuerpo, y los dos expresan una misma y única cosa” (Deleuze, 1980, pág. 72).
De acuerdo con esto, las construcciones de las corporalidades de los sujetos estarían directamente relacionadas con sus construcciones emocionales y mentales, llevando inscritos en el cuerpo y por medio del cuerpo los discursos con los cuales se ha constituido. Este fenómeno, multiplicado por cada uno de los seres humanos que habitan los campos de relación, generaría, como estableció Bourdieu, una serie de habitus modificables a lo largo de la existencia del sujeto.
Dichas construcciones establecen, por lo tanto, el modo de relacionarse que tienen los sujetos pertenecientes a distintas comunidades, ubicándolos, de este modo, en una posición laboral, social, jerárquica determinada y con roles específicos que cumplir de acuerdo con cada conformación cultural. Asimismo, enmarcan el modo en el que se manifiesta y reproduce el deseo de los sujetos, puesto que estos últimos se encuentran siempre supeditados al contexto en el que son elaborados.
El deseo como flujo
Por lo general la idea de deseo se relaciona con la satisfacción de una necesidad, con la búsqueda de un placer o con la falta de completud de los sujetos que, en tanto experimentan dicha carencia, se ponen (consciente o inconscientemente) en búsqueda de aquello que vendría a suplir la falta y a otorgar placer. No obstante, Deleuze y Guattari realizan un seguimiento mucho más profundo acerca de las características y los principios que rigen el deseo y a los sujetos deseantes, caracterizándolo no como el movimiento que busca cubrir una carencia, sino como un flujo que recorre los sistemas en los que los sujetos se encuentran interconectados.
De este modo, en una primera instancia remarca la idea de la conectividad de las “máquinas”, es decir, de la relación que existe entre los elementos individuales del mundo que, para poder funcionar se ven en la obligación de conectarse con otros elementos. Esta situación es ejemplificada en el libro Anti Edipo a través de la imagen de la máquina-boca hambrienta del niño que busca a la máquina-pezón de la madre para recibir el flujo de leche. De la misma forma, la máquina-boca se encuentra conectada a la máquina-esófago para poder funcionar.
Tenemos, entonces, en las corporalidades que han sido construidas discursivamente, una serie de conexiones que dicen relación no tanto con la percepción de los otros, sino con las funcionalidades de estas y el modo de vincularse y que son denominadas como máquinas deseantes. Estas, como ya se distinguió en los ejemplos, pueden ser de carácter interpersonal o individual y en su funcionamiento permiten que los flujos puedan recorrer sus caminos o bien ser cortados por las mismas máquinas.
El deseo es, por lo tanto, para Deleuze y Guattari, un flujo, es un fluir libidinal a través de las máquinas deseantes que, acopladas, generan los espacios para que este flujo avance y se corte de acuerdo al momento y a las necesidades de estas máquinas acopladas. Así, explican que es justamente la necesidad de este flujo la que provoca el acoplamiento: “El deseo no cesa de efectuar el acoplamiento de flujos continuos y de objetos parciales esencialmente fragmentarios y fragmentados. El deseo hace fluir, fluye y corta” (Deleuze & Guattari, 1985, pág. 15).
No obstante, este flujo libidinal a través de las máquinas deseantes es un flujo que se encuentra ya codificado, es decir, no se trata del deseo en su estado puro o natural, sino que ya ha pasado por los espacios simbólicos para poder llegar a “significar algo” en la sociedad. Antes de esto nos encontramos con lo que los autores denominan el Cuerpo sin órganos (CsO) o, en otras palabras, el inconsciente de los individuos, de las sociedades y de la historia completa. En el CsO el deseo aún no se encuentra decodificado, es decir, se encuentra en estado puro, en ausencia de representación o de objeto. Y es justamente este estado el que se necesita dominar, hegemonizar y controlar en las sociedades definidas por el capital.
Pues las máquinas deseantes son la categoría fundamental de la economía del deseo, ya que producen por sí mismas un cuerpo sin órganos y no distinguen a los agentes de sus propias piezas, ni las relaciones de producción de sus propias relaciones, ni lo social de lo técnico. Las máquinas deseantes son a la vez técnicas y sociales. (Deleuze & Guattari, 1985, pág. 38).
En otras palabras, el deseo en sí mismo, sin interpretaciones, sin una codificación, no tiene objeto, es parte de la conformación del CsO, pero cuando este forma parte de las máquinas deseantes, es decir, cuando se encuentra dentro de un sistema de flujos, es que recibe una interpretación para que se vuelva consciente, es en esta instancia en que el deseo es codificado, no obstante, no es codificado por los sujetos o por las mismas máquinas que le permiten el fluir, sino que, inmerso en un sistema capitalista que rige la sociedad, el deseo es codificado, hegemonizado por el poder.
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