Globalización e identidad Manuel Castells
lauraramirez1926Resumen8 de Septiembre de 2021
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sociedades no podrán traspasar el umbral de una verdadera modernización hasta que no lleguen a un mínimo acuerdo sobre el modo de concebir y gestionar ese poder; dicho de otro modo, sobre las modalidades de presencia (y de acción) de la religión en el ámbito público. El enfoque jurídico, constitucional, que propone Mohamed Charfi es, verdaderamente, ideal: permite formular explícita y claramente normas que delimitan la acción, sin por ello eliminar el debate en la sociedad (se puede seguir cuestionando una constitución respetando sus
disposiciones). Este enfoque pragmático, que parece haber prevalecido en Marruecos en el transcurso de las últimas décadas, hace posible que el soberano monopolice el poder religioso autorizando un cierto margen de debate sobre el tema. Ambos enfoques no se excluyen entre sí, ya que el pragmatismo puede preparar el camino a actitudes más voluntaristas y formalizadas. Aun así, no parece posible ningún tipo de progreso en el camino de la democratización en las sociedades magrebíes sin que tenga lugar un giro decisivo en el ámbito religioso.
Globalización e identidad
Manuel Castells. Catedrático de sociología y urbanismo, Universidad de California, Berkeley
En las últimas décadas han coexistido a nivel mundial dos procesos paralelos: la globalización, por un lado, y la reafirmación de diversas identidades culturales, por otro. Ambos procesos están interrelacionados, ya que la homogeneización cultural con la que suele asociarse a la globalización implica una amenaza a las culturas locales, las identidades específicas. Surge así el miedo a perder las referencias culturales que defi- nen a las personas, y de ahí los conflictos y reivindicaciones en torno a las identidades locales o regionales. En este doble proceso han tenido mucho que ver las políticas de los estados-nación, que en muchos casos gobiernan identidades distintas en un mismo marco estatal. Para que el Estado-nación no se convierta en
«Estado fallido», es necesaria una voluntad civilizadora que legitime esas identidades.
En primer lugar, quiero agradecer al Instituto Euro- peo del Mediterráneo la oportunidad de poder mos- trar los resultados de mis investigaciones y mi teoría sobre la relación entre globalización e identidad, que planteo fundamentalmente como un proble- ma de relación institucional y política. Permítanme indicar cuál será el contenido del artículo antes de desarrollarlo detalladamente: partiendo de la ex- periencia empírica, hemos observado que durante los últimos 15 años, han coexistido en el mundo el desarrollo del proceso de globalización y el de una reafirmación de distintas identidades culturales: religiosa, nacional, étnica, territorial, de género y otras identidades específicas.
Los dos procesos se desarrollan al mismo tiempo. En mi opinión, no es simplemente una coinciden- cia histórica, sino que existe una relación sistémica. Esto, en principio, no es tan obvio, porque en algún momento se plantea la idea de que la globalización
requiere también una cultura global, cosmopolita, y en este punto aparecen distintas versiones: por un lado, la que habla de la unificación, la homogeniza- ción cultural del mundo como crítica de este proceso; por otro, la idea de que se superarán los particula- rismos, y en algunas de las ideologías también los atavismos históricos identitarios, para fundirnos en una especie de cultura universal indiferenciada en la que nos asumiremos culturalmente como una sola cultura ligada a la especie humana.
Así, tanto en lo positivo como en lo negativo, tanto en la visión de búsqueda de una nueva cultura universalista por encima de los valores identitarios, como en el miedo a una imposición de una homo- geneización cultural que a veces se llama, creo que de manera errónea, americanización, tanto en un sentido como en otro, la idea es que se acabaron las identidades específicas y que esto son atavismos históricos. Esta afirmación, ligada a la globalización,
al desarrollo económico, en el fondo no es más que una continuación de lo que han sido los dos grandes racionalismos sobre los que se fundamenta cultu- ral e ideológicamente el mundo contemporáneo: el racionalismo liberal y el racionalismo marxista. En ambos casos se parte de la negación de la construc- ción histórica, religiosa o étnica de las identidades, para afirmar la primacía de un nuevo ideal: el del ciudadano del mundo o el homo sovieticus, con dis- tintos tipos de relación pero superando cualquier otra distinción considerada artificial, ideológica, manipulada, etc. Hago hincapié en ello porque en estos momentos es la ideología dominante en nuestra sociedad y, sobre todo, en Europa. Es la ideología racionalista en la doble vertiente liberal y marxista. Es la ideología que considera que las identidades son un discurso sospechoso, peligroso y, probablemente, fundamentalista: ya sea religioso, nacional o étnico.
Está demostrado empíricamente –tenemos nu- merosas fuentes desarrolladas en distintas encuestas a lo largo del tiempo en ámbitos universitarios– que existe una persistencia de las identidades y de las identidades culturalmente construidas como ele- mento fundamental del sentido para las personas. La principal fuente de estos datos es el World Values Survey, impulsado sobre todo por el profesor Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, que desde hace bastante tiempo muestra a la vez la persistencia y la transformación de esas identidades.
Antes de entrar en materia quiero referirme a unos datos que analizó la profesora Pipa Norris, de la Universidad de Harvard, utilizando informa- ción del World Values Survey sobre la comparación entre identidades en el ámbito mundial, nacional, regional o local, y sobre la comparación de estas identidades con las identidades cosmopolitas o identidades de género humano en general. En los datos correspondientes a las dos oleadas de análisis de principios y finales de los años noventa, Pipa Norris calcula que en cuanto al conjunto mundial, la proporción de los que se consideran primariamente ciudadanos del mundo, es decir, cosmopolitas, es del 13%; la de los que se consideran primariamente de identidad nacional entendida como Estado-nación es del 38%, y el resto –por tanto, la primera mayo- ría– se considera como identidad local o regional prioritariamente. En esa base de datos, Cataluña o
Euskadi aparecen como identidad regional. Es más, cuando se desglosa por zonas geográficas mundiales, resulta que la zona donde la identidad regional local primaria es de mayor porcentaje –que llega a un 61% del conjunto de las identidades– es precisa- mente el sur de Europa. Éste es sólo un ejemplo que ilustra la necesidad de que primero hay que partir de esa observación: la persistencia de la fuerza de estas identidades. No obstante, también hay que partir de algo más que la combinación de una globalización en la que los procesos de generación de poder, rique- za e información son globales, y de una identidad en la que los procesos de construcción de sentidos son específicos de culturas e identidades. Estos dos procesos han provocado a la vez la crisis del Estado- nación constituido durante la Edad Moderna como sujeto de manejo institucional de las sociedades, y la crisis del Estado-nación como instrumento eficaz para gestionar los problemas.
Los problemas son globales, no se gestionan desde lo nacional, y se genera una crisis de la capa- cidad de representación de un mundo de pluralidad cultural a menos que haya una articulación de ese Estado en torno a principios plurales de fuente de identidad. Ése es el tema que quisiera tratar de profundizar aquí, pero creo que siempre es útil saber adónde vamos antes de empezar a recorrer un camino relativamente complejo.
En primer lugar, empecemos por lo fácil, por re- cordar que la globalización no es una ideología sino un proceso objetivo de estructuración del conjunto de la economía, sociedades, instituciones, culturas y, concretamente, empecemos también por recordar que «globalización» no quiere decir que todo sea un conjunto indiferenciado de procesos. Hablamos de globalización, por ejemplo, en economía, para refe- rirnos a un tipo de economía que tiene la capacidad de funcionar como unidad en tiempo real de forma cotidiana. Es decir, que la economía es global pero no toda la economía es global, que esa economía tiene la capacidad de funcionar en función de sus actividades centrales. ¿Cuáles son estas actividades centrales?: el capital, los mercados financieros. Los mercados financieros son globales interdependientemente, bien en economías de mercado, bien en economías capitalistas si el capital es global. La economía en su centro es global. Es interdependiente y es global en el comercio internacional, que ocupa un lugar
cada vez más central y decisivo en las economías de todo el mundo; es global en la producción de bienes y servicios, pero no todo es global, sólo el corazón de la economía es global. A modo de ilustración, la fuerza del trabajo no es global en su mayoría. Las empresas multinacionales y sus redes auxiliares sólo emplean a unos 200 millones de trabajadores. Esto parece mucho, pero en realidad, comparado con una fuerza de trabajo mundial de 3.000 millones, no es nada. Pero esos 200 millones en esas 53.000 empresas multinacionales representan el 40% del producto bruto mundial y dos terceras partes del comercio internacional. Por tanto, lo que ocurre en ese sistema de producción condiciona el conjunto de las economías.
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