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LA GUERRA DE LOS MIL DIAS

angelpino27 de Noviembre de 2012

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La Guerra de los Mil Días

La agitadísima vida en Panamá de Belisario Porras

La lucha contra la Regeneracion, o gobierno de Rafael Nuñez, estaba declarada abiertamente en Panamá desde 1885. Como quiera que las libertades públicas sufrían una represión continua, hombres como Carlos A. Mendoza y Belisario Porras se pronunciaban de manera insistente contra el régimen, aunque al último le reprochaban Salomón Ponce Aguilera y otros, que en años anteriores había colaborado con el nuñismo, cuando Ricardo Arango estaba al frente del Istmo como gobernador, puesto para el cual fue nombrado en 1893. Ejercía el poder legislativo la última Asamblea Departamental.

“Y Porras, liberal radical, por su amistad con Pablo Arosemena, ayudó al gobierno en su lucha contra sus mismos copartidarios y así encontramos que el gobierno regenerador le distingue nombrándolo primero magistrado suplente en 1885, y magistrado principal después, y en 1889 adjunto a la Legación de Colombia en Italia. El 10 de agosto de 1890 regresó de Europa.”

A su profesión de abogado en ejercicio unía Porras su beligerancia política y su condición de periodista que sostuvo polémicas y fue objeto de acusaciones, alguna por calumbia. Vivía, pues, en trance frecuente de ataque y defensa, que no le daban sosiego. En busca de tranquilidad solía trasladarse en ocasiones a su finca del Pausílipo, en Las Tablas. El contacto con la naturaleza le favorecía mucho y restauraba así las fueras que necesitaba para sus frecuentes querellas, en las que propinaba golpes y era, a su vez, fuertemente vilipendiado.

Sufrió prisión en 1895, decretada por el gobernador Arango en viertud de instrucciones recibidas desde Bogotá, en donde cuasaban indignación los ataques virulentos de los liberales 0panameños. Pero aun desde la cárcel combatía al gobernador en cartas enconadas que casi provocaron un duelo con su hijo, al salir de la prisión.

En la polémica con Ponce Aguilera, ocurrida en julio y agosto de 1896, en la que cada cual hacía ostentación de sus méritos, Aguilera llegó a decir que “el doctro Porras era más ilustrado que inteligente.”

Los continuos quebrantos morales que le proporcionaba su agitada vida en la capital, llegaron a comprometer su salud seriamente, a tal punto que hubo de retirarse a su finca en busca de reposo. No pudo dormir durante seis días ni de día ni de noche, y se temió que pudiese caer en la locura. La atención médica de su buen amigo de juventud, Rafael Neira, le restableció de aquella grave crisis. Veinte días después acompañado de sus hijos Belisario y Demetrio, se embarcaba con rumbo al Salvador, en exilio voluntario. Esto ocurría en 1896. (Baltasar Isaza Calderón; El Liberalismo y Carlos A. Mendoza en la Historia Panameña. Pág. 272)

En el exilio

En discurso pronunciado en el municipo capitalino años después, dirá el doctro Porras: “el suicidio es un crimen horrendo y el ostracismo aunque voluntario, el peor de los castigos.” Esto suele ocurrir, sin embargo, si el exiliado encuentra toda clse de torpiezos en el empeño de ganarse la vida; no si obtiene facilidades para subsistir. Pero nuestro compatriota logró abrirse paso, aunque iba acompañado de dos hijos; y él mismo reconoce que los años vividos en tierras extrañas fueron llevaderos porque se le trató en forma generosa, y pudo desenvolverse sin graves sinsabores.

Vivió al principio un año en San Salvador; luego otros dos en el desempeño de un cargo honorífico, mas con sueldo de la Junta de Unificación de la Legislación entre ese país y Honduras. Trabajó como porfesor de Derecho Internacional y de Filosofía en la Universidad Nacional. En mayo de 1898 se trasla<dó a Guatemala para ejercer una cátedra de psicología en el Colegio de Sión, y en ese mismo año se le nombró en Nicaragua como director del Colegio de Varones.

Todo esto significa un explícito reconocimiento de sus capacidades profesionales, que mucho le sirvieron, junto con su manera de conducirse en el trato con las gentes, pues sabía granjearse simpatías y buena voluntad hacia su persona.

Eusebio A. Morales experimentó una gran sorpresa cuando fue en su busca, en el desempeño de una comisoón que consistía en ganarle para que se pusiera al frente de los planes revolucionarios que se graguaban en Panamá. Pensó hallarle en condiciones de suma penuria, mas no en posición holgada y con sus hijos Demetrio y Belisario internados en un buen clegio, mientras ejercía el cargo de abogado consultor del gobierno. Era además abogado de una compañía de navegación, al paso que tenía franquicia para ejercer su profesión.

“Y era a un hombre en aquella situación a quein yo iba a pedirle que abandonara a sus hiojs, que despreciara una fortuna segura, que perdiera una posición social y política privilegiada, para correr los azares de una invasión armada, los peligros más grandes y hasta la muerte! Debo confesar que aquello me pareció como le parecería a cualquiera persona juiciosa, una enormidad que llegaba a los linderos de lo absurdo.”

Conviene recordar que la envidiable situación que había conseguido el doctor Porras en Nicaragua se debía a la excelente amistad y admiración que le tenía entonces presidente de Nicaragua, el gneral José Santos Zelaya, a cuya protección y ayuda se debió la expedición que encabezada por Porras, se dirigió al Istmo para iniciar la revolución liberal contra el gobierno conservador establecido en Panamá.

El pasaje en que Morales relata los términos de la conversación que mantuvo con Porras en Managua, en cumplimiento de la misión que se le había encomendado, es de la mayor importancia, porque demuestra el temple de alma del político nacido en Las Tablas, la hondura de sus convicciones, la presteza con que se decidió a cabiar las comodidades en que viviía or una aventura incierta y llena de peligros:

“Generalmente el revolcuioneario tiene algo de aventurero y de desesperado y yo iba a convidar a un amigo querido a tomar parte en una aventura extraordinaria y peligrosa precisamente en la hora en que este amigo recuperaba su tranquilidad de espíritu después de torturas íntimas inmensas, cuando se hallaba en plena prosperidad, gozando de sitinguidísima posición social, querido de todas las capas del pueblo nicaragüense, estimado, agasajado, sin enemigos y sin penas.

Narro estas circunstancias porque ellas forman una base cierta para conocer el temple de un carácter y son datos positivos para estimar la calidad de su patriotismo.

El doctor Porras no vaciló un solo instante, EL deber nos llama, me dijo: cumplámoslo sacrficándolo todo, hasta nuestras vidas. Sé que vamos a lanzarnos a una aventura sin precedentes, llena de azares, de sufrimientos y peligros; pero no podemos evadir el cumplimiento de ese deber, y lo cumpliremos con fe, con valor y con entusiasmo. Estas fueron más o menos sus palabras, dichas con la vehemencia del convencido y repetidas después siempre que hablábamos sobre nuestros planes.

No es preciso que yo haga comentarios sobre esa actitud del doctor Porras, pues ella se comenta por sí misma; pero la historia de los sucesos que él narra en su libro demuestra que en aquella empresa no le tcó como cosecha final sino el sacrificio de todo, fortuna, posición política, amistades, influencias; no salvó sino la vida y el prestigio que siempre adquiere y conserva quien se arriesga por servirle a una doctrina o por realizar una aspiración nacional.”

Se le podían reprochar a Porras defectos nacidos de su culto excesivo a la egolatría, de su afán de predominio y ambición de mando, que le inckibanba a figurar siempre en primer plano. Sin embargo, no será posible desconocer que también le animaban un sano y constructivo idealismo, un hondo respeto a sus convicciones y sentimientos patrióticos; que a diferencia de otros hombres que sólo piensan en las conveniencias personales, desoyendo cualesquiera otros móvoles de la conducta, era capaz del sacrificio y del mayor desinterés, tocante casi con el heroísmo, en determinados momentos de la vida, como lo demuestra ese magnífico gesto de arrojarse a un futuro incierto y lleno de peligros, obdeciendo a los mandatos de su credo liberal y de su patriotismo. (Baltasar Isaza Calderón; El Liberalismo y Carlos A. Mendoza en la Historia Panameña. Pág. 273)

Preparativos frustrados de la expedición

El engaño de Estrada Cabrera

Ya decidido a lanzarse a la temeraria empresa, el doctro Porras hubo de tropezar con el obstáculo formidable de no contar con los recursos indispenables para emprenderla. Una cosa era la decisión adoptada de acometerla, y otra, muy distinta la de ponerla en marcha. Sus actividades profesionales, aquellas en que había logrado tan señalados éxitos en países extraños, quedaban atrás. ¿Cómo enfrentarse ahora al utópico problema de organizar una expedición de guerra sin dinero, sin hombres ni pertrechos, sin posibilidades de transporte?

En ese empeño le había precedido Rafael Uribe Uribe, el batallador político colombiano que se encontraba en Guatemala, porfiando por obtener la protección del dictador Estrada Cabrera para la proyectada expedición bélica.

El doctor Porras llegó a Guatemala en el mes de mayo de 1898. En la estación del ferrocarril le aguardaban Uribe Uribe, Simón Restrepo y José María Sánchez Mejía, quienes se mostraon solícitos con el recién llegado, echaron un cuarto al lado del que ocupaba Uribe Uribe, quien le dijo:

“Estamos a punto de conseguir, al fin, que el licenciado Manuel Estrada Cabrera ratifique el convenio que tenía celebrado yo con el presidente Reina Barrios y nos entregue las armas que éste se obligó a darme. La muerte de

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