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Las “Crónicas” de Froissart: Jacquerie y revuelta en París


Enviado por   •  6 de Abril de 2018  •  Informes  •  2.213 Palabras (9 Páginas)  •  270 Visitas

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Las “Crónicas” de Froissart: Jacquerie y revuelta en París

La Guerra de los Cien Años fue un conflicto armado de larga duración (de hecho, más de cien años, desde 1337 hasta1453) entre Inglaterra y Francia, en pugna por el control de las posesiones inglesas en territorio francés. Claro que el término con que designamos actualmente esta guerra es de acuñación relativamente reciente. Aquellos que vivieron durante el conflicto mal podían haber previsto cuál iba a ser la duración del mismo. Los cronistas de la época recogen episodios con mayor o menor objetividad. Ente ellos, destaca Jean Froissart, quien, inspirándose en principio grandemente en las crónicas de su compatriota Jean le Bel, narra los hechos de armas y otros acontecimientos de la época.

Jean Froissart (1337-1404 o 1410) fue un poeta y cronista al servicio de la reina Phillipa de Hainaut, esposa del rey inglés Eduardo III. Escribe poemas, pero se centra en recoger, cercano al estilo de la novela galante, los hechos de armas de la corte en la que se desenvolvía. Reescribe, sin embargo, años más tarde, una nueva versión en la que encuadra mejor los acontecimientos narrados dentro de la gran guerra entre los reyes franceses e ingleses[1].

El fragmento seleccionado pertenece a su primer volumen de Crónicas, y en él narra desde su propia visión de persona cercana a las clases privilegiadas una serie de revueltas ocurridas en Francia entre los años 1358 y 1359 que involucraron a los campesinos enfurecidos por los impuestos abusivos, a los burgueses de París encabezados por el preboste de los comerciantes, Étienne Marcel, al rey de Navarra Carlos II el Malo y al mismo Delfín de Francia, futuro rey Carlos.

El contexto del momento era una época convulsa, con un pueblo descontento tras el desastre de la batalla de Poitiers (1356) contra el heredero inglés, el Príncipe Negro, en la que había caído prisionero el propio rey Juan II el Bueno. Y no es que el pueblo llano tomase muy en cuenta el honor en la batalla, sino la carga de impuestos extraordinarios que se le había impuesto para mantener ejércitos y soldados[2]; carga que se hacía insostenible y que iba a hacer estallar uno de los más famosos enfrentamientos entre los campesinos y la nobleza: la gran jacquerie, que como veremos es objeto de rechazo por parte de Froissart, que no recoge en su Crónica el descontento de los campesinos hacia la nobleza que ni gana guerras, ni defiende al rey, ni protege a sus vasallos. Para Froissart sólo les mueve su brutalidad irracional.

Froissart escribe sus crónicas años después de los acontecimientos. No hay una fecha precisa para la primera versión del primer libro, pero sí se sabe que debió de ser en los tiempos finales de su servicio a Phillipa de Henault, y que el segundo libro o termina en 1388. También que reescribe el primero en varias ocasiones[3]

El partido que toma Froissart se desvela desde el principio del capítulo, al mencionar en estilo directo su desdén por un nuevo orden político: “Os digo que los nobles del reino de Francia y los prelados de la Santa Iglesia se empezaron a cansar de la empresa y del orden de los tres estados”.  Son los tres estados del antiguo régimen, constituidos por la nobleza, al clero y al pueblo llano, cuyos representantes pugnaban en aquellos momentos por obtener un mayor poder de decisión política, en la coyuntura de un reino cuyo rey era prisionero de los ingleses y que estaba en manos de un joven e inexperto Delfín, que sería más tarde Carlos I el Sabio[4]. La juventud e inexperiencia del Delfín, a quien Froissart denomina “duque de Normandía”, así como su posición de regente escasamente apoyado por el pueblo, apenas queda de manifiesto en el episodio del llamado “asesinato de los Mariscales”, que es resuelto por Froissart elegantemente. Tras acudir a la corte el preboste de los comerciantes rodeado por sus seguidores, a los que Froissart denomina “secta”, se le exige al Delfín que acabe con los desmanes de los llamados “compañeros” que “saqueaban a todos los que llevaban cofres” Se refiere a las Compañías o routiers, mercenarios que, en aquel momento de tregua con los ingleses, campaban por el país cometiendo todo tipo de abusos y rapiña[5]. Los ánimos se calientan, se desencadena la violencia y tres de los consejeros reales (dos de ellos, los mariscales de Normandía y Champagne) son asesinados de malos modos. El Delfín es obligado a lucir una de las caperuzas con los colores de París que portan los burgueses, y también a pasar por alto este asesinato. Froissart lo resuelve con un simple “le dieron una de las caperuzas y concedió perdonar la muerte de aquellos tres caballeros”.  No importa ocultar la realidad, sólo pasar por alto la debilidad del regente.

Otro ejemplo del manifiesto partidismo de Froissart por las clases más privilegiadas lo tenemos en la descripción de la principal revuelta campesina, denominada la jacquerie. Jacques Bonhome era el nombre despectivo que los nobles daban a los campesinos[6], probablemente por el jubón que solían vestir, el jacque. Jacques Bonhomme es el nombre que Froissart da al cabecilla de los campesinos sublevados contra a nobleza, sin concederle otra identidad que no sea ser “el peor de los peores”, aunque es sabido por otras crónicas que su nombre fue Guillaume Charles, o Cale, y que posiblemente fuera no un simple campesino sino un acomodado paisano[7]. Pero Froissart los iguala a todos por la baja: se regodea contando los detalles de sus desmanes, cómo abusaban y asesinaban a los nobles en sus propias mansiones, con todo lujo de detalles truculentos, aunque acompaña esta descripción con un “no me atrevo a escribir ni contar los horribles e inconvenientes actos que realizaban…”. Igualmente anónimo permanece en todo el escrito el preboste de los comerciantes de París, Étienne Marcel, un rico comerciante partidario de Carlos de Navarra, y circunstancialmente de los jacques, cuyo nombre propio no es mencionado en ningún momento por Froissart.

La preferencia por los nobles hechos de armas realizados por caballeros y en defensa de las damas, en el más puro estilo de novela de caballerías, se encuentra caramente reflejada en el episodio de la defensa de Meaux en Brie. Allí se habían refugiado las damas nobles temerosas de los horribles peligros de la jacquerie, y hacia allí se dirigían los campesinos sublevados, a los que se habían unido gentes del pueblo de París. Se da el caso de que el conde de Foix, caballero francés que iba de paso, acompañado por un noble pariente inglés y unos cuarenta lanceros, al enterarse de aquel gran peligro que corrían las damas refugiadas, se dirigió hacia Meaux con ánimo de protegerlas. Las turbas llegan, invaden la plaza, las mujeres tiemblan… finalmente los caballeros, gracias a su ingenio y su valor, logran expulsar a los salvajes y aún matar a muchos de ellos; hasta siete mil, menciona Froissart, estando en clarísima situación de desventaja numérica. Resulta esclarecedor calcular la diferencia en las cifras de campesinos participantes en la revuelta: mientras Froissart habla de cien mil, otros cronistas más parciales, como Jean de Venette, se quedan entre cinco y seis mil[8]

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