Las Maras
0105824 de Junio de 2013
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LAS MARAS
Las Maras son las nuevas pandillas juveniles que ocupan los barrios fronterizos de Estados Unidos y México. Son miles de jóvenes, hijos de la marginación y la falta de futuro, que arrasan como la marabunta, con todo lo que encuentran a su paso. El gobierno norteamericano los acusa de drogadictos, asesinos y hasta de formar parte de una red con Al-Qaeda. Ante la masividad del fenómeno -que incluye a El Salvador, Honduras y Nicaragua- ya existen leyes antimaras y un plan policial de mano dura para combatirlos. El autor de esta nota, especialista en temas de frontera, demuestra que estos grupos son herederos de movimientos de resistencia como los chicanos, pachucos y cholos.
En los últimos años los medios de comunicación centroamericanos y estadounidenses se han dedicado a registrar la presencia de pandillas juveniles bajo el nombre de mareros. La fuerza de esos grupos ha provocado la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos, El Salvador, Nicaragua, Honduras y México.
No es para menos, solo basta con repasar las cifras que manejan las fuerzas policiales de esos países: al finalizar el año 2003 se registraron en Nicaragua unos 20.000 mareros pertenecientes a 1.058 pandillas, mientras que en El Salvador se contabilizaron 10.500 mareros divididos en cuatro grandes pandillas y en Guatemala 14 mil que actuaban en 434 grupos maras.
Más allá de los números, modificados tanto por los problemas de conteo como por la alta movilidad de los jóvenes, los datos muestran por si solos la amenaza que representan esos jóvenes para los gobiernos. Un dato más: en Estados Unidos, la policía de Los Ángeles considera que en la actualidad la mara Salvatrucha (MS), uno de los grupos más importantes, está compuesta por más de 600 pandillas en esa ciudad y más de 20.000 en Estados Unidos.
Ante el peso social de las maras algunos gobernantes optaron por establecer marcos jurídicos y mecanismos legaloides para combatir este fenómeno, tales como las leyes antimaras e el Plan Mano Dura (ver recuadro), que no son otra cosa que reacciones ciegas frente a un fenómeno que debería analizarse desde perspectivas socioculturales. Comprender este asunto que se extiende hacia toda Centroamérica exige una mirada que tenga en cuenta los movimientos juveniles como los pachuchos y los cholos.
¿Qué son las maras?
Las maras son agrupamientos al estilo de pandillas conformados por jóvenes pobres y su nombre (asignado por la policía a partir de una película de los años sesenta), proviene de marabunta y alude a la condición depredadora de las hormigas que arrasan cuanto encuentran a su paso.
Se distinguen por el número 13, treceava letra del abecedario, la M, que significa la vida loca (marihuana) y “Mexicano”. La condición abarcadora del 13 también se ha expandido para integrar al conjunto de los barrios latinos, incluidas las maras.
En El Salvador, Guatemala, Honduras y México, las maras crecieron en contextos sociales definidos por conflictos profundos y debido a la poca expectativa de desarrollo que tienen los jóvenes frente a problemas urbanos como el desempleo, la explotación del trabajo infantil, la violencia urbana y civil y la deportación de muchos jóvenes que habían emigrado al norte durante los años de guerra civil.
Se considera que los potenciales integrantes de las maras son jóvenes que crecieron en los contextos urbanos de los años ’80: los deportados de Estados Unidos; parte de los 100.000 huérfanos de la guerra civil; las víctimas de la represión de los ’80 (ex policías y ex militares), y los jóvenes que no encuentran opciones que les permitan acceder a una vida distinta a los precarios espacios latinoamericanos marcados por la pobreza y la miseria.
Las maras irrumpieron en los escenarios centroamericanos, generando una reacción adversa en diversos sectores sociales, oficiales y policiales. También los medios masivos de comunicación participaron en la construcción de un estigma que los persigue.
Mediante una recurrente sinécdoque mediática, las maras devinieron en violencia, asesinato, robo, violación, delincuencia, secuestro y pandillerismo. Estos elementos existen y definen la conducta de un número significativo de mareros, pero resulta abusivo etiquetar a todo marero de delincuente. En la estigmatización de las maras también participaron figuras institucionales estadounidenses, en el marco de su estrategia de generar/ utilizar el miedo como recurso de legitimación, limitación de derechos ciudadanos y la continuación de derechos jugosos a costa de muchas vidas inocentes.
Por ello las maras fueron asociadas al eje del mal, destacándose, sin ninguna evidencia, que había una supuesta alianza entre mareros y Al Qaeda.
El funcionamiento interno
A mediados de los ’80, las maras expresaron la metamorfosis de las pandillas, integrando a jóvenes pobres y recuperando diversos símbolos y elementos derivados del cholismo, situación en la cual influyó la experiencia de los migrantes a Estados Unidos que se familiarizaron con las rutinas de vida, simbología, lenguaje, vestuario y códigos estéticos de los barrios chicanos y mexicanos.
El origen de las maras es complejo y escapa a la receta mono causal. Entre los elementos que los definen se encuentran los de orden estructural, económico y social que marcan las condiciones de vida de una población caracterizada por la depauperación de amplios sectores sociales en América Latina: la desarticulación de las relaciones agrícolas tradicionales y de las formas de relación indígena y popular; el desalojo violento de grandes grupos indígenas, las políticas represivas impulsadas por Centroamérica; la descomposición de los centros de habitabilidad urbana a partir de la violencia oficial, militar y paramilitar en las ciudades; la ausencia de empleos que propicia la migración internacional; las transformaciones familiares que incluyen a decenas de miles de huérfanos de guerra y la fragmentación familiar derivada de la migración de padres, madres y hermanos.
Un segundo factor es la definición de redes transfronterizas creadas a partir de los procesos migratorios a Estados Unidos y, en menor medida, a México; y Estados Unidos; la deportación de muchos jóvenes centroamericanos o estadounidenses de origen centroamericano a partir de la segunda mitad de los ’80 como parte de una redefinición de las políticas migratorias estadounidenses, y las transformaciones de las cárceles que implicaron la deportación de presos, así como la firma del Acuerdo de Paz en El Salvador que dejó librados a la buena de Dios a los ex combatientes.
Como tercer punto se destaca la recreación de elementos culturales y simbólicos recuperados del repertorio de pachuchos y cholos, a través de la experiencia directa en los barrios y mediante la recepción activa de películas que recrean el tramado de las pandillas, con lo cual las maras presentan una fuerte influencia cultural mexicana y chicana, (re)apropiada y (re)significada por los mareros.
El barrio o el Fuerte Apache
No se puede entender el fenómeno de las maras sin relacionarlo con el del pachuquismo y de los cholos. El principal elemento que las maras recuperan y recrean de esos movimientos juveniles es el barrio. La organización barrial se presenta de manera clara dentro de las maras, como una condición de espacio, límite y limitante de experiencias comunes.
Como ya se dijo, las maras siguieron en el contexto estadounidense como parte de una relación de encuentro/ desencuentro con las comunidades mexicanas y chicanas. Los jóvenes maras se apropiaron de elementos distintivos de aquellas pandillas y hasta llegaron a ocupar espacios que antes eran habilitados y controlados por cholos, chicanos y mexicanos, tal el caso del antiguo Barrio 18, hoy la M18, perteneciente a una de las dos maras salvadoreñas más importantes.
Los jóvenes mareros también recuperaron formas del barrio chuco y cholo donde destaca la formulación de consignas como: “Eme a morir”, “Hasta Morir”, “Eme ese a morir”; “la MS siempre”, “La MS se respeta”, “La MS controla”; “La mara es mi familia”.
El barrio controla las lealtades y potencia los anclajes de pertenencia, por ello la mara, al igual que el barrio cholo, define diversas formas de integración, como son los ritos de iniciación, entre los cuales se encuentra la pelea entre nuevos habitantes y viejos miembros del barrio. El objetivo: conocer las habilidades y evaluar el respaldo que se dará en caso de lucha con otros barrios o personas. La iniciación de las mujeres en los barrios también varía, existiendo algunos donde deben tener relaciones sexuales (trencito) con los hombres.
Sin embargo, hay otros en los cuales no existen ritos de iniciación, sino que la aceptación deriva de la confianza, la socialización compartida y las experiencias comunes.
Entre las maras, existen liderazgos que ejercen las personas con mayor fuerza o capacidad para pelear, aunque en ocasiones estos liderazgos recaen en los veteranos. Sin embargo los jóvenes establecen un discurso de igualdad donde en el barrio todos son iguales, todos son jefes. El barrio define diversas estrategias.
Se han incorporado distintos códigos de mafia, son códigos gangsteriles que definen la forma de relación, entre las cuales resulta significativa la práctica (no en todos los casos), de matar al homie que niega a su barrio y a quienes deciden abandonarlo.
Un elemento asociado a los barrios es la llamada vida loca: violencia, drogas, cárcel y muerte. Muchas de las formas expresivas de la vida loca se recuperan
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