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Mxry13 de Abril de 2014

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Notas sobre el autor

Alain Touraine es un reconocido sociólogo francés. Se recibió en 1950 en la "École Normale Supérieure" de París. Realizó sus estudios en las universidades de Columbia, Chicago y Harvard y fue investigador del Consejo Nacional de Investigación Francés hasta 1958. Fundó el Centro de Estudios para la Sociología del Trabajo de la Universidad de Chile. Fue investigador principal de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París y fundó el Centro de Análisis y de Intervención Sociológicos (CADIS). En los últimos años se ha dedicado al estudio del papel del sujeto dentro de los movimientos sociales, en el marco de las sociedades democráticas. El texto que aquí reseñamos se inscribe en un conjunto de textos destinados a reflexionar sobre la relación entre democracia, actores sociales, globalización económica y diversidad cultural. Cabe mencionar, entre otros: El regreso del actor, Eudeba, Buenos Aires, 1987; Crítica a la modernidad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994, Qué es la democracia, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1995, y ¿Podremos vivir juntos? La discusión pendiente: el destino del hombre en la Aldea Global, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1997.

Síntesis de la obra

Alain Touraine inicia su exposición sosteniendo que la modernidad construyó una idea de sociedad concebida como creación de la voluntad política. Esta sociedad y sus intereses se constituyeron en el principio de valoración moral de los comportamientos individuales y produjeron, al mismo tiempo, la idea de igualdad de los ciudadanos y de desigualdad de los individuos. La confianza absoluta de la modernidad en la razón como principio de autoridad y en el progreso como motor de la historia permitieron afirmar el principio de igualdad sin por ello desterrar las desigualdades sociales.

La creencia común en el fin de la historia y la fe en la razón es compartida por la democracia revolucionaria y la democracia liberal, más allá de sus diferencias. La primera impuso, en el nombre de la igualdad, la voluntad política al orden social, desembocando más de una vez en el autoritarismo. La segunda subordina la política a la economía en el nombre de la libertad, minimizando la idea de ciudadanía como ejercicio real de derechos civiles y sociales. Las dos, al sujetar la vida social a un orden que le es externo, excluyen el protagonismo de los actores sociales reales, definidos por su identidad cultural y sus relaciones sociales. Ambas concepciones de la democracia llevan a la eliminación de la política: la revolucionaria porque no puede reconocer el debate y la contraposición de mayoría y minoría, la liberal porque reduce cada vez más la idea democrática al pluralismo de las candidaturas y al respeto de algunas reglas de juego.

Touraine sostiene que el pensamiento democrático debe transformase profundamente. Debe reconocer que el actor social, aquél empeñado en relaciones sociales concretas y firmemente unido a identidades culturales, busca acrecentar su propia autonomía y controlar las condiciones de su existencia.

El contexto en el cual debe construirse esta democracia esta signado por la disociación creciente entre la instrumentalidad del mercado y el mundo técnico por un lado, y el universo cerrado de las identidades culturales por el otro. El sociólogo francés advierte tanto contra la amenaza uniformizante de un mundo globalizado que ignora la diversidad, así como respecto de la presión de los nacionalismos y los comunitarismos agresivamente cerrados, que se aíslan y afirman su identidad en el rechazo y la exclusión del otro. En esta realidad, el espacio político se fragmenta y la democracia se degrada, o se reduce, en el mejor de los casos, a un mercado

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