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Miradas A Liscriminacion

gerardo2344 de Noviembre de 2012

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El episodio es más que conocido. El 8 de julio de 2011, en la Torre Altus en Paseo de Las Lomas, un hombre enfebrecido, fuera de sí, insultó y golpeó a un empleado. Gracias a YouTube, miles de personas pudimos observar como Miguel Sacal, em- presario textil, arremetió contra el señor Hugo Enrique Vega, empleado del conjunto residencial. Al parecer, el embate se desató porque Hugo Enrique Vega no pudo resolver una solici- tud de Miguel Sacal, porque no podía abandonar su puesto de trabajo, tras lo cual, el empresario le gritó “¡Pendejo, hijo de tuputa madre, no sabes con quién te metes, pinche gato, pinches indios!” Y de la agresión verbal pasó a la física. Golpeó a Hugo Enrique hasta que le tumbó dos dientes y le sangró la boca.

El primer desenlace de esa agresión alevosa fue que el em- pleado perdió su trabajo y además requirió de dos férulas denta- les por los golpes recibidos. El segundo episodio fue una denuncia de carácter penal contra Miguel Sacal, que se encuentra en curso.

El episodio es tristemente inmejorable porque ilustra los resortes discriminatorios que palpitan en más de uno. No se trata sólo de una riña, no es muestra solamente de un carácter exaltado. Es sobre todo expresión de racismo y clasismo pro- fundamente arraigados. No sé si el agresor tenga además agu- dos trastornos psicológicos, pero lo que no cabe duda es que se siente por encima de un trabajador, al que desprecia de ma- nera inercial. Se trata de una relación que el agresor sólo pue- de vivir de manera asimétrica, como de mando y obediencia, porque no reconoce en el empleado a un semejante, sino que, para él, empleado es sinónimo de inferioridad, de servidumbre.

Los epítetos gato e indio denotan la idea de superioridad, que supuestamente se deriva del dinero, por un lado, y de una presunta adscripción “racial”. Son insultos marcados por un prejuicio que postula que unos hombres son superiores por su estatus o ingresos y los otros no son más que sirvientes, gatos.

Cualquier observador distraído de la vida social sabe que la misma se reproduce en medio de marcadas diferencias: físi- cas, educativas, religiosas, de ingreso, sexuales, de edades, en- tre otras, pero constatar que ellas existen no necesariamente genera discriminación. Incluso es posible que a partir de esas diferencias, algunos se revelen contra ellas –cuando no son in- natas– o por lo menos traten de auxiliar a los más débiles. Las diferencias se vuelven discriminación cuando a partir de ellas se establece una relación de superior / inferior y se cree que los “superiores” tienen derecho a “dominar, someter, utilizar, mal- tratar y hasta exterminar a los pretendidamente inferiores”.1

Luis Salazar Carrión, “Democracia y discriminación”, en Discriminación, demo- cracia, lenguaje y género, México, Comisión de Derechos Humanos del Distrito Fede- ral / Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2007, p. 45.

Y no es fácil saber por qué un grupo de personas, una co- munidad o incluso constelaciones más grandes generan discur- sos y actitudes abiertamente discriminatorios. ¿Cómo llegan a la convicción de que ellos son superiores? ¿Qué los lleva a tratar con desprecio a los diferentes? ¿De dónde proviene la fuerza de la pulsión discriminatoria? Luis Salazar nos ofrece una respuesta a la persistencia de prejuicios más que arraigados:

Los prejuicios se caracterizan por oponer una fuerte resistencia no sólo a ser reconocidos como tales sino a modificarse cuando se muestra, con argumentos o con datos empíricos, su falsedad o su irracionalidad. Se trata en verdad de creencias bien atrin- cheradas, derivadas de las opiniones generalizadas en nuestro entorno, de experiencias singulares falazmente generalizadas o, en el peor de los casos, del impacto de ideologías políticas y/o religiosas que apelan a la irracionalidad de los individuos para promover visiones maniqueas y explicaciones simplistas de los problemas. En todos los casos, sin embargo, su tenacidad –como señala Bobbio– sólo puede entenderse como consecuencia de los deseos, pasiones e intereses que satisfacen.

Esto quiere decir que los prejuicios son tales porque cum- plen varias funciones. Alimentan el sentido de pertenencia, la adscripción a un grupo que supuestamente es superior a los otros. Nutren también “el orgullo, la vanidad”, “el dudoso aunque generalizado placer de sentirnos mejores, superiores, y el perverso goce de utilizar, humillar y ofender a los débiles”. Pero además de las pasiones, los prejuicios esconden y recrean intereses. El machismo, la intolerancia religiosa, la homofobia, etc., tam- bién son sentidos por interesados en sacar ventaja, en térmi- nos de poder o riqueza. Pero –concluye Salazar– la condición de posibilidad última de todas las prácticas y actitudes discrimi- natorias son las desigualdades que de hecho existen en todas las sociedades. Desigualdades económicas, políticas, culturales que permiten a los fuertes, los poderosos, oprimir y/o discrimi- nar a los débiles e impotentes. De tal suerte que cuando una sociedad está profundamente marcada por desigualdades, la discriminación, por desgracia, tiende a aparecer como su correlato. Desigualdades abismales y prejuicios discriminatorios parecen alimentarse mutuamente.

Al conocerse el video, en las redes sociales se expandió una ola de indignación en contra de la conducta del empresario textil. Con absoluta razón, decenas de personas no sólo expresaron su repudio a los epítetos y golpes lanzados por Sacal, sino que externaron su solidaridad con el joven agredido injustamente. Hubo quien llamó a boicotear los productos de las empresas del energúmeno, también quien reflexionó sobre la impunidad

que rodea a esas conductas, e incluso quien llamó a unir fuer- zas no sólo contra la prepotencia y la corrupción en ese caso, sino contra cualquier manifestación discriminatoria.

Se trató de los resortes solidarios y antidiscriminatorios que afortunadamente existen en nuestra sociedad. Se trata de la indignación que es fruto de contemplar cómo una persona se cree superior a otra y asume que tiene derecho a maltratar- la, ofenderla, injuriarla, golpearla. Una reserva moral que sin duda está presente en nuestra comunidad, la cual reacciona indignada, ofendida, contra esa conducta y lenguaje racistas y clasistas. Es, sin duda, una buena noticia.

Sin embargo, junto a esa sana indignación, se expresa- ron también agresiones, ofensas, injurias contra la comunidad judía, como si ésta hubiese sido responsable de los actos de uno de sus miembros. Aparecieron en la red todos y cada uno de los tópicos del lenguaje antisemita, que ve o quiere ver en los judíos un bloque homogéneo portador de todos los males habidos y por haber. Raúl Trejo Delarbre, en un reflexivo y per- tinente artículo, escribió que “una sociedad que es capaz de indignarse [ante agresiones como la descrita] demuestra vitalidad”, pero se lamentaba de que “en demasiados casos […] las reacciones contra el abusivo personaje estuvieron [acompaña- das de] expresiones de intolerancia e ignorancia”.

Y con su habitual escrúpulo contó las veces que las reac- ciones portaban esa pulsión bárbara que consiste en atribuir a una comunidad masiva, compleja, diferenciada, donde cabe de Pablo León, “Promueven boicotear al golpeador del Bosque”, Reforma, 12 de enero de 2012.

todo, los atributos de uno solo de sus componentes. Trejo De- larbre escribe: “los internautas que miraron el atropello de Mi- guel Moisés Sacal dejaron 1 766 comentarios”, en 441 de ellos se mencionaba la palabra judío, y “la mayoría se refirió a “el judío”, o incluso a “los judíos” de manera despectiva. De las 441 men- ciones, 73 fueron en contra de tales descalificaciones pero 368 estaban teñidas de resentimiento y prejuicios racistas”.5

En este caso lo más preocupante es que quienes se sien- ten agredidos –justamente– por la conducta racista y violen- ta de un sujeto, sin el menor rubor se convierten también en racistas al atribuirle a un conjunto variado de personas ca- racterísticas negativas que en todo caso trascienden las ads- cripciones religiosas. Como señala Raúl Trejo Delarbre, “la irritación contra el golpeador Sacal mostró el flanco virtuoso de una sociedad que se indigna ante la prepotencia. Las expre- siones racistas nos obligan a no olvidar el rostro persecutorio y mentecato de esa misma sociedad”. Y lo peor, agrego yo, es que una misma persona puede ser portadora de ambas pulsiones, como lo vimos en el multimencionado caso.

¿Cuándo se construyen los resortes discriminatorios?

Cuando a partir de una diferencia racial, religiosa, sexual, etc., se edifica un “nosotros” que no sólo se diferencia de los “otros”, sino que pregona la superioridad de unos sobre aquellos.

La sola existencia de “blancos” y “negros” en sí misma no debería ser fuente de prejuicios. Es la creencia en la superioridad de unos u otros lo que introduce la discriminación. De ese modo la coexistencia de diferentes religiones –judía, católica, evangélica, etc.– en sí misma puede verse como “natural”, pero la construcción de un “nosotros” superior a los otros ha desen- cadenado espirales de agresiones y estelas de sangre. Y lo mis- mo podría decirse entre hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, indígenas y no indígenas, y súmele usted.

Estamos condenados a vivir con “los otros”. La diversidad forma parte de la

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