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PARCIAL DE REALIDAD SOCIAL PERUANA- RESUMEN


Enviado por   •  21 de Mayo de 2019  •  Resúmenes  •  2.865 Palabras (12 Páginas)  •  158 Visitas

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PARCIAL DE REALIDAD SOCIAL PERUANA- RESUMEN

José Carlos Agüero, hijo de una pareja de senderistas, escribió en el 2015 el libro titulado “Los Rendidos. Sobre el don de perdonar” en el cual opta por la escritura de textos de no ficción para no volver más raro el campo de la memoria. Este libro está escrito desde la duda; de igual forma, no tiene el interés de confrontar las verdades sobre lo ocurrido en el Partido Comunista del Perú- Sendero Luminoso y las ideas alrededor sobre los “terroristas”. Para el autor, una de las razones por las que escribió inicialmente este libro es porque cree que existen muchas personas que han vivido situaciones parecidas, de igual manera para que se hable de temas como los traidores, criminales, terroristas, y por contraste también a los héroes, activistas, inocentes y quizá a los espectadores, los que creen que son el público pasivo en este panorama. Los capítulos que se explicarán a continuación relatan los conocimientos por parte de Agüero, su familia, la forma en la que experimentó las situaciones de guerra, entre otras cosas, como anécdotas de personas que, igualmente, estuvieron involucradas en esa misma situación. El primer capítulo: Estigma, relata como el autor aprende a vivir con vergüenza, la cual se va aprendiendo y se vive de muchas formas, la vergüenza no es un sentimiento, es algún mecanismo que no se puede evitar. Agüero nos cuenta a través de sus anécdotas cómo es que fue tratado, sabiéndose que era hijo de una pareja de terroristas, cuando era tan solo un niño. Además, relata la manera sobre en qué circunstancias se enteró de la muerte de su madre y cómo su familia se mantuvo en el mundo de los militantes sin cartel, siempre tratando de permanecer en un perfil bajo en cada distrito, al cual se mudaban constantemente, pero, de todas formas, sus vecinos sospechaban de las acciones realizadas en aquella casa y quienes eran los responsables de estas acciones o, incluso, llegaban a saberlo, pero no decían nada por miedo a que algo les pudiera ocurrir. Una de las preguntas que se formula en este capítulo es si realmente los compañeros senderistas de sus padres extrañaran la cárcel, en la que algún momento estuvieron, pues, en el mundo, están rodeados de odio y temor, mientras que en la cárcel cuentan con amigos. Culmina este capítulo contando una experiencia personal, en la que personas lo anexaron con su madre; es decir, lo proyectaron como fuente de resentimiento, un senderista contagioso, entre otras cosas, cuando no le dieron la oportunidad de presentarse como la verdadera persona que es. Luego, el segundo capítulo: Culpa, el autor relata lo sucedido después de muerte de su madre, su funeral, donde se formula a sí mismo sobre por qué siente alivio de que su madre haya fallecido, será acaso una forma injusta de padecer que miles de personas han vivido y siguen viviendo, porque se ven forzados a necesitar que se muera lo que aman, todavía genera dudas. Los hijos no pueden heredar la culpa de los padres, palabras del autor. Pero, incluso así, más adelante detalla cómo pidió perdón por los actos cometidos por sus padres, enviando correos a diferentes personas; sin embargo, las respuestas no fueron las esperadas y eso hizo que se dijera a sí mismo: este perdón es un derecho, no una humillación. Como también es injusto que los hijos hereden la culpa de los padres, pero sí la heredan es porque la justicia no es más que una palabra. Después, en el tercer capítulo: Ancestros, capitulo corto, pero profundo. Agüero empieza a narrar cómo hace unos años un periodista escribió un pequeño texto por Internet recordando a su padre, lo dibujó como un hombre valiente y defensor. Lo que siguió después fue el intercambio de correos e ideologías con respecto a la valorización de lo que hacía José Manuel Agüero Aguirre, padre del autor. Acaso puede morir dignamente un terrorista de Sendero Luminoso, es otra de las interrogantes que se formula a lo largo del capítulo. Sus ancestros, según él, no son inocentes, no son unas víctimas, más bien, ellos hicieron la guerra. Una pequeña anécdota que nos cuenta es la de su abuela, la cual odiaba a Sendero Luminoso, a pesar de que su hijo haya pertenecido allí. Ella reclamó el cuerpo de su hijo, cuando este falleció en la cárcel en junio de 1986, pero, fue en vano, pues hasta el día de hoy el cuerpo está desaparecido. Aquella abuela estaba inestable por la muerte de su hijo, e intentaba que José Carlos se convirtiera en lo que perdió, a lo que, por obvias razones, él dejó de visitarla. Lo que el autor resalta en este capítulo es el hecho de que su madre nunca quiso que se construya sobre ellos una identidad de víctimas. En el cuarto capítulo: Cómplices, se muestra al autor con cierta vinculación hacia Lurgio Gavilán, niño senderista, militar, joven cura y, mucho después, antropólogo. En su libro (2012) el autor intenta proyectar sus ideales, en el que, según él, trata de exculparse, pero es posible que haya algún lugar en el mundo en que pueda expresar el nivel de compromiso con la guerra y sus crímenes sin cargar con el riesgo de una sanción, aún se generan más dudas. Conoce a Pedro, ex-senderista, que lo involucró en apoyar a Sendero Luminoso (realizando cartuchos de dinamita, ocultando armas, transportar documentos, entre otras cosas). Él era un niño ingenuo en ese entonces y creía que, si su madre estaba de acuerdo, entonces, estaba bien. Ella misma le confesó la razón por la cual seguía en esta guerra y era porque quería que sus hijos ya no la realicen, para que puedan vivir en paz; de igual manera, deseaba que ellos estudien “cosas útiles” para construir una nueva sociedad en democracia. Culminando este capítulo, el autor narra de manera sentimental cómo fue asesinada su madre: en una playa de Chorrillos de tres disparos en la espalda. Según Agüero sintió como si nunca hubiera existido. En el quinto capítulo: Las víctimas, el texto desmantela lo que diferencia a la víctima del victimario, en especial, cuando se aborda el problema del senderista que ha sufrido tortura. Por ejemplo, en el Perú se establece que son víctimas aquellas personas que hayan sufrido alguna desaparición forzada, secuestro, asesinato, detención, desplazamiento forzoso, tortura, violación sexual, reclutamiento forzado o muerte. Sin embargo, el plan integral de reparaciones incluyó a los miembros de las Fuerzas Armadas y los Comités de Autodefensa como posibles víctimas, a pesar de también ser perpetradores, excluyó a los beneficiarios individuales, aun siendo víctimas de violaciones de derechos humanos. Igualmente, las ONG escogieron identificar inocentes de acuerdo a ciertos criterios de exclusión. Y es así que Agüero trata de demostrar que los terroristas torturados se convierten en un fantasma, una víctima no enunciable, como si se tratara de alguna enfermedad o pesadilla. Por último, en el sexto capítulo: Los rendidos, profundiza sobre este mismo significado. Perdonar es un don, pero para perdonar primero se debe ser víctima y ser víctima está cargado, simbólicamente, de valoraciones positivas. Para él, un hijo de terroristas no cuenta con estas cualidades positivas. Agüero plantea ser una víctima por primera vez, para poder tener la oportunidad de perdonar y luego, rendirse. Dejar de serlo, para dejar de tener la compasión de los demás. Jamás será olvidada tanta sangre, dado los eslóganes como “No olvidamos, no perdonamos”, que, obviamente, no le hace justicia al autor. Por otro lado, el autor prefiere mantener en secreto quienes fueron los que mataron a sus padres, pues quiere darles la oportunidad de que hereden a sus hijos su mejor versión. Piensa en Alan García como responsable de la muerte de los presos en el Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara, se formula la pregunta de si debe odiarlo como su abuela, como su madre, pero decide perdonarlo y que se defienda como pueda. Piensa en algunos compañeros de MOVADEF, que salieron de la cárcel y tienen que inventar su vida no desde cero, si no, más bien, desde la negación de su humanidad. Para él su perdón no vale nada, pues no tiene una posición de poder, no se le ha otorgado el don para reivindicar a nadie, perdonar es entregarse totalmente a los demás, es un acto de humildad. Por eso, aunque es un don, no debería serlo. Posiblemente para él, el acto de rendirse, de entregarse, es una forma de perdón. Por otro lado, recuerda con mucho sentimiento junto con su hermano, a sus padres, recordando la casa en la que creció, la única herencia que les dejaron. Según él, una “herencia inútil”, pues los recuerdos que invaden esa habitación vacía y empolvada son tantos, que lo atormentan y no deja recordarlos de buena manera a sus progenitores, se cuestiona la idea de llamarla “casa”, porque, más bien, servía de refugio, por cada emergencia que surgía podían volver ahí y sabían que estarían a salvo. Ese cuarto, como él lo llama, no lo abandonaría jamás. El libro culmina con un colofón escrito por Rubén Merino Obregón, licenciado en filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde explica las expresiones de lo íntimo y condiciones de lo público sobre el texto y, posteriormente, dos subtítulos: a la luz pública y ponerse en juego, que son más que todo una clasificación de los capítulos vistos anteriormente con el enfoque de Rubén Merino.

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