ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Sociologia - Como Leer Al Pato Donald

hernysh24 de Octubre de 2014

3.046 Palabras (13 Páginas)582 Visitas

Página 1 de 13

UN ANÁLISIS DEL LIBRO “PARA LEER AL PATO DONALD”, MUCHOS AÑOS DESPUÉS

INTRODUCCIÓN

Cuando empecé a pensar en la temática a desarrollar para el presente trabajo descubrí en la biblioteca familiar un libro que me llamó la atención, el texto en cuestión era “Para leer al Pato Donald”. Me interesó, había sido leído por familiares a los que se les pidio su lectura cuando eran estudiantes universitarios, en los años ’70, sobre todo en carreras humanísticas.

Mi propósito es realizar una lectura y análisis crítico del mismo, desde nuestra época actual, en el que procuraré integrar los conceptos estudiados en un clásico de la Sociología, Karl Marx.

En su parte final trazaré un paralelismo entre el Pato Donald y los Simpsons, como producto de alta consumición.

ANÁLISIS DE LA OBRA

Para leer al Pato Donald, cuyos autores son A. Dorfman y A. Mattelart, es un libro clave de la literatura política de los años ’70. Es un ensayo, un análisis marxista sobre literatura de masas, concretamente sobre la publicada por Walt Disney para el mercado latinoamericano cuya tesis principal es que las historietas de la factoría Disney no sólo serían un reflejo de la ideología dominante –el de las clases dominantes, según los postulados del marxismo-, sino que, además serían cómplices activos y conscientes de la tarea de mantenimiento y difusión de esa ideología. Las historietas de Disney, más que un entretenimiento infantil, son un manual de instrucciones para los pueblos subdesarrollados sobre cómo han de ser sus relaciones con los centros del capitalismo internacional.

El libro fue polémico desde el inicio. En plena agitación por las reformas de Salvador Allende, sus autores radicados en Chile, se propusieron hacer una contribución intelectual al proyecto socialista de aquella época. Su punto de partida es la teoría de la dependencia. A su juicio, hay un orden mundial económico, que ha impuesto una división del trabajo que intensifica las relaciones de desigualdad entre los países del mundo. Los países de la periferia aportan materias primas y trabajo barato. Los países del centro depredan los recursos y el trabajo, y mediante su tecnología, manufacturan mercancías.

A su vez, los países del centro exportan sus productos a los países de la perifería. Éstos los consumen, pero en este intercambio desigual, los países del centro venden sus productos a un precio sobrevaluado y los países de la perifería entregan sus recursos y trabajo a un precio infravalorado. Al final, los países de la periferia nunca pueden desarrollarse, y se establece una relación de dependencia. Y, en este sentido, las relaciones económicas entre los países recapitulan las relaciones de explotación que Marx denuncio entre capitalistas y proletarios. El norte depreda la plusvalía del sur, y para aumentar su capital, invade los mercados sureños con productos manufacturados.

Dorfman y Mattelart pretendieron llevar esta teoría de la dependencia más allá de la esfera económica. Marx y Engels ya habían adelantado la idea según la cual, la superestructura es un aparato ideológico para asegurarse el dominio de la infraestructura. En otras palabras, las relaciones de explotación, el burgués se asegura de que el proletario asuma unos valores e ideas que garantizan la preservación del status quo. Así, por ejemplo, la religión es el opio del pueblo, pues las ideas religiosas son un artefacto burgués para convencer al trabajador explotado de que no se rebele, en expectativa de una mejor vida después de la muerte.

El libro de Dorfman y Mattelart consistió en denunciar cómo los países del norte expanden sus valores burgueses a los mercados del sur, con un doble propósito. Por una parte, difunde una ideología capitalista que previene la rebelión proletaria. Y a su vez, incentiva el consumo que, a la larga, permitirá que los paises del norte expandan sus mercados.

Hay muchas formas de expandir estos valores, pero Dorfman y Mattelart se concentraron en las tiras cómicas de Disney, las cuales por aquellas épocas gozaban de gran popularidad en América Latina. A juicio de los autores, detrás de la inocencia de los personajes de Disney, hay una gran carga ideológica que sirve como aparato para reproducir las relaciones de explotación del mundo.

Entre los personajes clásicos de Disney, no hay padres e hijos, sino tíos y sobrinos. Esto, según los autores, reprime las relaciones sexuales y el rol de la mujer en la procreación. De ese modo, alegan los autores, se afianza la ideología patriarcal de explotación. Igualmente, los personajes de Disney acumulan riquezas sin el menor esfuerzo; muy rara vez se presentan escenas de fábricas o sindicatos. De nuevo, esto afianza la ideología capitalista que pretende disimular las relaciones de explotación y el sufrimiento de los trabajadores.

Además, son personajes que miden todo en función del dinero, y con esto, las tiras cómicas de Disney aplauden la actitud mercantil. Cuando los personajes de Disney viajan a América Latina, se encuentran con gente inocente pero inepta, a la espera de que los gringos les resuelvan sus problemas. Una vez más, esto siembra un complejo de inferioridad entre los latinoamericanos, y abre espacio para que las transnacionales una buena recepción en la periferia.

En principio, Para leer al Pato Donald tiene bastante plausibilidad. Las transnacionales aspiran expandir sus mercados y, por supuesto, deben incentivar el consumo. A estas transnacionales les viene bien que los habitantes del Tercer Mundo asuman el estilo de vida consumista, y todo parece indicar que las tiras cómicas de Disney persiguen ese objetivo. Al aplaudir el interés mercantil y el consumo entre los personajes de Disney, se siembre el consumismo entre los lectores de historietas, la cual viene muy bien a la transnacional Disney.

Hay también un halo de plausibilidad en la idea marxista de que los valores predominantes en una sociedad son aquellos que reflejan los intereses de la clase dominante, a fin de mantener el status quo. Y, en este sentido, las historiretas de Disney serían un aparato ideológico para distraer a las masas oprimidas, y prevenir así la revolución proletaria.

Probablemente el problema principal para leer al Pato Donald sea la disciplina desde la cual proceder. Marx pretendió demostrar, con datos numéricos desde la disciplina de la economía, que la plusvalía producidad por el proletariado no estaba siendo justamente distribuida , y por ende, el sistema capitalista es depredador. Quizás Marx estuvo equivocado, pero al menos intentó buscar datos precisos que respaldaran su postura. En cambio, Dorfman y Mattelart, escribieron desde la semiótica, la disciplina que pretende estudiar los signos. Y, como bien enseñaba Ferdinand de Saussure, la relación entre significantes y significados es arbitraria. Para leer al Pato Donald termina siendo un ejercicio especulativo que trata de desenmascarar un mensaje subliminal oculto.

De hecho, Mattelart y Dorfman no fueron los pioneros en su crítica a las tiras cómicas como lavadoras de cerebro. Estos autores escribieron desde la izquierda, pero ha habido también plenitud de autores ultraconservadores que observan en las tiras cómicas potencial revolucionario anárquico que atenta contra el orden social. Cuando Batman y otros superhéroes se toman la justicia por sus manos, motivan al lector común a no confiar en los cuerpos policiales del Estado. O el caso del psiquiatra F. Wertham que postula que existe una conspiración de homosexuales para corromper la moralidad mediante tiras cómicas, especialmente la dudosa relación entre Batman y Robin.

Dorfman y Mattelart se proponen hacer una crítica al imperialismo cultural. A su juicio, cuando Disney exporta a Mickey, nos impone un elemento foráneo a nuestra cultura, y nos obliga a vernos a nosotros mismos como ellos nos ven a nosotros. De nuevo, esta postura tiene un alto grado de plausibilidad. Pero, pretender que el imperialismo cultural sea exclusivamente malo, es no evaluar integramente la evidencia.

La función del cómic va mucho más allá de simplemente entretener. Gracias a los procesos de la industria cultural y debido a su estructura narrativa se constituye en un poderoso medio de comunicación y transmisión de ideología. A través de sus historias y personajes que reproducen ciertos arquetipos sociales, se transmiten ideas específicas sobre la sociedad, sus instituciones y su funcionamiento.

El poder del cómic se amplió al trasladárselo a la televisión, dejando de ser visto únicamente como un medio lucrativo de entretenimiento, pasando a ser utilizado muchas veces por los gobiernos o grupos de poder con intenciones específicos de manipular y guiar la opinión del público en ciertos momentos históricos. Sin embargo, no podemos generalizar esta idea afirmando que todos los cómics han sido creados con propósitos ideológicos.

Disney World es una de las cinco corporaciones más poderosas de Estados Unidos, ha creado muchos personajes, alguno de los cuales, y a lo largo del último siglo en la llamada “era de la imagen”, se convirtieron en referentes de la cultura occidental. Estos personajes y sus historias responden al medio en el que son producidos y a su compañía.

No todos los dibujos animados han podido responder a las exigencias de cada época. En los años ’70 y ’80, especialmente, el público cambiaba debido a las transformaciones que se daban tanto en la esfera social, como política y económica, y es a partir de esta época que surgen nuevas tendencias de comics, con contenidos alejados de moralismos y fundamentalismos y muchas veces con manejos más maduros de sus personajes,

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (19 Kb)
Leer 12 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com