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Aquí utilizaré la palabra "hechos"


Enviado por   •  5 de Julio de 2015  •  6.305 Palabras (26 Páginas)  •  125 Visitas

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Aquí utilizaré la palabra "hechos" en un sentido muy amplio, para referirme a todo aquello que, en la toma de decisiones, no pertenezca al ámbito de los valores (o, si se prefiere, de los fines, actitudes, virtudes o principios), como las relaciones económicas, las restricciones tecnológicas, las leyes, normas e instituciones sociales, la dotación de recursos, la información disponible, etc. Lo que esta tesis afirma es, en definitiva, que nuestra observación de los valores no suele ser directa, sino a través de las decisiones. Y en esas decisiones se combinan valores (y no uno cada vez, sino muchos) y otras realidades, a las que llamo "hechos".

El primer motivo de una discrepancia sobre valores puede ser el contenido de esos u otros valores. Veamos un ejemplo, quizás un poco rebuscado, pero me parece que ilustrativo. Los médicos piden a dos madres de familia, ambas de profundas convicciones religiosas, la autorización para practicar una transfusión de sangre a sus hijos. Una argumenta que su religión le prohibe esas prácticas médicas, y se opone a la transfusión, mientras que la otra no se siente sometida a esa restricción y la autoriza. ¿Significa esto que la primera no valora la vida, y la segunda sí, o que la primera concede a los preceptos religiosos un valor mayor que la segunda? No necesariamente: ambas pueden coincidir en que la vida es un valor Muy importante, pero que, en ocasiones, otro valor puede pasar por delante de éste. Igualmente, ambas pueden sentirse profundamente comprometidas con la religión que practican, pero la primera considera que, en ese caso concreto, hay un valor de índole religiosa que se antepone al valor de la vida de su hijo, mientras que la segunda considera que, también en ese caso concreto, no existe ese valor religioso superior. La diferente conducta no se basa en la diferencia de valores, sino de "hechos" (en este caso, sobre el contenido de ese valor superior que ambas reconocen).

Otro ejemplo, que se refiere más directamente a la discrepancia sobre "hechos". Dos personas suben a un autobús en el que hay varios viajeros de otra raza. Una no tiene inconveniente en sentarse al lado de uno de ellos; la otra prefiere quedarse de pie. ¿Es racista la segunda? No necesariamente: quizás le preocupa que le puedan robar, y piensa que la probabilidad de que una persona de otra raza sea un ladrón es mucho mayor que si se trata de una persona de su misma raza (puede argumentarse que ese mismo pensamiento prueba que es racista, pero la inferencia es incorrecta: su decisión tiene que ver con una cuestión de hecho, o de información sobre un hecho -quién es más probable que sea un ladrón-, no con su actitud hacia el color de la piel o los rasgos faciales).

Los ejemplos puestos antes son sólo eso, ejemplos. Pero nos llevan a formular la tesis anterior de un modo más explícito:

Tesis 25: La variedad de los valores que observamos en nosotros, en los demds y en nuestras sociedades es, probablemente, consecuencia más de la variedad de los "hechos" (relaciones económicas, restricciones tecnológicas, leyes, dotaciones de recursos, información, etc.) y de cómo los juzga el agente, que de la de los valores mismos (al menos, de los de nivel superior).

Ésta es más una hipótesis (acerca de la frecuencia con que se da un fenómeno) que una tesis apoyada en evidencias empíricas. Para justificarla (que no para demostrarla), volveré a recurrir a otro ejemplo.

Hasta los años cuarenta, y sobre todo en ámbitos rurales o entre recién llegados a las ciudades, era normal, en países como España, que los padres ancianos viviesen con los hijos, que les atendían en todas sus necesidades. En los años noventa, esa práctica era poco frecuente. ¿Significa esto que los hijos son ahora menos generosos con sus padres, o que la familia ha perdido cohesión, es decir, que se han perdido los valores correspondientes?

No necesariamente. Hasta hace algunas décadas, la mayoría de personas de edad avanzada no tenía protección médica (seguro de enfermedad) ni económica (pensión de vejez), de modo que los hijos debían atender a sus necesidades (a excepción de aquellos con niveles elevados de riqueza). La familia era, en este sentido, una entidad aseguradora: los padres dedicaban todos sus recursos a mejorar el nivel de vida de sus hijos (ésta era la prima del seguro), y éstos cuidaban luego de sus padres (ésta era la prestación). Y las nuevas generaciones aprendían el funcionamiento de ese mecanismo en su propia experiencia familiar.

Pues bien, con la extensión de la seguridad social, este esquema protector resultó innecesario. Pero la reducción de las transferencias recíprocas pudo interpretarse como un deterioro de los valores familiares, cuando lo que había cambiado eran los "hechos", la manera concreta de atender a las necesidades de los ancianos.

Esto resulta patente cuando, ante la quiebra de un valor, nos preguntamos por otros valores que están más altos en la escala. En el ejemplo que acabamos de poner, el valor vivido por la gran mayoría de las familias se tradujo en principios de actuación como, en el caso de los padres, "debo transferir a mis hijos toda mi riqueza). Este principio resulta de dos valores de nivel superior (el de la autonomía personal: "no debo ser una carga para mis hijos en la vejez", y el de la solidaridad familiar: "debo cuidar del nivel y calidad de vida de mis hijos"), más un "hecho" ("en mi vejez no tendré otra ayuda que la de mis hijos). Y a estos hay que añadir, probablemente, otros principios y "hechos": por ejemplo, la expectativa social de que, llegado el momento, los hijos cuidan de sus padres ancianos, expectativa basada en un deber moral, pero también en la existencia de instituciones (en Cataluña, el "hereu", es decir, el hijo que hereda las propiedades de la familia, debe atender también a los padres ancianos), costumbres, presiones sociales, etc.

Pues bien: al generalizarse la seguridad social, el "hecho" mencionado antes ya no se da. El principio inferior ("debo transferir a mis hijos toda mi riqueza") deja de estar vigente, pero el principio superior ("debo cuidar del nivel y calidad de vida de mis hijos") no ha perdido fuerza. Para determinar si se ha producido un cambio en los valores, habrá que analizar si, efectivamente, los padres siguen sintiéndose responsables del nivel y calidad de vida de sus hijos: si cuidan de su educación, si les facilitan el acceso a un trabajo, si velan por su salud, si les hacen regalos y les dejan herencias, etc.

Desde el punto de vista de los hijos, el razonamiento

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