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El Caníbal De Los Andes


Enviado por   •  25 de Abril de 2014  •  1.974 Palabras (8 Páginas)  •  164 Visitas

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El caníbal de Los Andes

Lo primero que notó Dorancel Vargas el día que salió a la calle fue la brisa fresca que golpeaba su enmarañado rostro y lo agradeció; después de respirar por tanto tiempo el aire viciado del Hospital Psiquiátrico de Peribeca, sintió que aquel soplo etéreo lo reavivaba. En su mente trastornada llevaba una idea fija, localizar a la persona que consideraba responsable de su reclusión: su antiguo vecino Antonio López Guerrero.

Dos años antes, exactamente el 18 de mayo de 1995, Antonio López se presentó ante la delegación local de la Policía Técnica Judicial (PTJ) para formular una escalofriante denuncia: Dorancel Vargas Gómez, natural de Mérida y sin oficio conocido, había dado muerte a su amigo Cruz Baltazar Moreno para luego proceder a comérselo. Lo primero que pensaron los funcionarios fue que el denunciante o era un bromista o era un loco; sin embargo, ante la insistencia del hombre procedieron a tomar su declaración. Unas horas después se presentaron al sitio donde pernoctaba el denunciado y efectivamente dieron con restos humanos, concretamente pies y manos, que según las experticias posteriores resultaron ser de Cruz Baltazar Moreno.

El presunto antropófago fue recluido en una celda de la PTJ y puesto a la orden de la Fiscalía. La evaluación médica hecha al acusado durante el proceso arrojó un cuadro de esquizofrenia paranoide, por lo que las autoridades decidieron internarlo en el Instituto de Rehabilitación Psiquiátrica del sosegado pueblito de Peribeca ubicado a 45 minutos de San Cristóbal, capital del estado Táchira. En los días que estuvo detenido en los calabozos de la judicial, Dorancel entabló amistad con un sujeto llamado Manuel, quien estaba allí por delitos menores. Años antes, Dorancel también había pagado cortas condenas en su pueblo natal por robo de gallinas y ganado; por lo que le fue fácil identificarse con aquel sencillo compañero de reclusión.

En 1997, luego de que una evaluación psicológica determinara que el hombre no significaba una amenaza se le dejó salir. Una vez afuera se fue a buscar a Antonio López Guerrero al que consiguió confiado pues no sabía que Vargas estaba en la calle. Con frialdad lo mató para luego darle el mismo destino que al finado Cruz Baltazar Moreno: servírselo de almuerzo.

Consumada la venganza, Dorancel Vargas consideró que ya no tenía nada que hacer en aquel pueblo y decidió trasladarse a San Cristóbal donde buscaría la manera de ganarse la vida. En la niñez había compartido sus estudios con labores agrícolas en la pequeña granja de sus padres; pero cuando tuvo que abandonar la escuela por falta de recursos económicos pensó que lo mejor era dedicarse al delito, luego de varias detenciones opto por mudarse de su pueblo natal.

Antes de irse a la capital del estado Táchira buscó a Manuel, su antiguo compañero de celda y le propuso que lo acompañara, aquel que al igual que Dorancel era de espíritu nómada no lo pensó mucho; en la ciudad siempre hay más oportunidades, incluso para los descarriados. No sabía el pobre Manuel con quien emprendía viaje.

En San Cristóbal ambos hombres se instalaron en las cercanías del río Torbes, donde compartían una vida sencilla con otros vagabundos. Dorancel se posesionó de un rancho abandonado que usaba solo en las horas diurnas pues para dormir prefería un estrecho túnel ubicado bajo el puente Libertador. Los primeros días se les veía merodear juntos por las márgenes del río y en las inmediaciones del cercano parque recreacional 12 de Febrero. Una mañana cualquiera Dorancel invitó a sus vecinos a degustar unas empanadas que había preparado, todos los presentes alabaron la buena mano que el recién llegado tenía para la cocina, – La carne tiene un sabor exquisito – le dijeron. Dorancel halagado les prometió que siempre que pudiera les invitaría a comer:

- Así lo recomienda la Biblia, compartir el pan con nuestros semejantes – Acotó Dorancel – . Ninguno de los presentes reparó en la ausencia de Manuel.

En los días siguientes, se veía a Dorancel errar de un sitio a otro, ahora andaba siempre con un tubo metálico puntiagudo, parecido a una lanza. Nadie preguntó por Manuel, al fin y al cabo entre los vagabundos la estabilidad no es precisamente una virtud.

Los vendedores del mercado municipal pronto se acostumbraron a la extraña figura de aquel hombrecillo de piel apergaminada y sucia barba que iba con frecuencia a recoger del piso restos de verduras y vegetales. Por esos días andaba solo, mirando en torno a sí con ojos vidriosos, siempre con el tubo en una mano a modo de báculo patriarcal. A veces desaparecía por largas temporadas pues su hoja de ruta era bastante extensa; hasta que reaparecía en las riberas del Torbe para repetir ante sus asombrados congéneres el milagro de la multiplicación de la carne.

Como en todo río, en el Torbes operan pequeñas empresas que se dedican a la peligrosa labor de la extracción de arena para usar en construcción; para esto contratan a hombres fornidos que se sumergen hasta el fondo con una bolsa de lona que llenan con arena para subirla con gran esfuerzo hasta pequeñas embarcaciones que luego acercan a la orilla para trasvasar el material a camiones de carga. Uno de estos obreros se llamaba Francisco López y rara vez faltaba a su trabajo; un día se esfumó y no se le vio más. Su familia preocupada puso la denuncia en la unidad de personas desaparecidas; los funcionarios prometieron buscarlo, pero debían tener paciencia pues Francisco no era el único al que parecía habérselo tragado la tierra.

Por los días en que desapareció Francisco López se vio a los alegres mendigos del Torbes comiendo una suculenta parrilla regalada por su generoso colega Dorancel Vargas. Estos infortunados aliviaban el hambre con todo tipo de viandas salidas de las hábiles manos del merideño; sopas, arepas y empanadas todas con bien sazonadas presas y rellenos.

La desaparición de personas se convirtió pronto en motivo de

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