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Fabricio Ojeda


Enviado por   •  3 de Noviembre de 2012  •  Monografías  •  3.760 Palabras (16 Páginas)  •  360 Visitas

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Fabricio Ojeda 1929-1966

Fabricio Ojeda Periodista y guerrillero venezolano nacido en Boconó el día 6 de febrero de 1929 y asesinado [«suicidado»] en Caracas, en los calabozos del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA) el 21 de junio de 1966.

Periodista de La Calle, El Heraldo y El Nacional, representando a la Unión Republicana Democrática URD, alcanzó gran protagonismo en 1958 como Presidente de la Junta Patriótica (singular movimiento integrador nacional por encima de intereses particulares e ideológicos) que logró terminar política y militarmente con la dictadura que el teniente coronel Marcos Pérez Jiménez había establecido en Venezuela al asumir la Presidencia de la República en diciembre de 1952, y que supuso su derrocamiento por parte de las Fuerzas Armadas y su huida en el avión Vaca Sagrada hacia la República Dominicana el 23 de enero de 1958. Fabricio Ojeda realizó entonces la primera alocución pública tras producirse el vacío de poder, llamando a la tranquilidad patriótica: «Este no es el momento de la venganza.»

Tres días antes, el 20 de enero de 1958, ya se había producido el «pacto de Nueva York» [en presencia de Maurice Bergbaum, jefe de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado de los Estados Unidos del Norte de América] entre Rómulo Betancourt (de la socialdemócrata Acción Democrática AD), Rafael Caldera (del socialcristiano Comité de Organización Política Electoral Independiente COPEI) y Jóvito Villalba (de la nacionalista Unión Republicana Democrática URD), por el que los representantes de estos tres partidos sellaban su solidaridad frente a la tiranía militar de Pérez Jiménez, pero marginando, de paso, al también opositor Partido Comunista de Venezuela. Acuerdo reafirmado el 31 de octubre de 1958 en el «pacto de Punto Fijo» –nombre de la residencia de Rafael Caldera– cuando se comprometieron a respetar el resultado electoral y establecer un gobierno de unidad nacional (segundo pacto del que expresamente se orilló al Partido Comunista de Venezuela, pese a que había formado parte de la Junta Patriótica).

En las elecciones generales de 1958, de las que resultó elegido presidente Rómulo Betancourt (1959-1964), fue elegido Fabricio Ojeda diputado, de la URD, al Congreso Nacional, por el Distrito Federal. Se cumplió el pacto de Punto Fijo, el gabinete Betancourt lo formaron adecos, copeyanos y urredistas, y el tripartito se repartió entre su militancia cargos y gobernaciones... hasta que la URD se retiró del gobierno y del pacto en 1962, año en el que surgen las primeras guerrillas organizadas de Venezuela en el siglo XX, inspiradas por el ejemplo triunfante de la revolución cubana.

Fabricio Ojeda, maestro, periodista y diputado, estudioso de la independencia de Cuba y admirador de la revolución cubana (que conoció directamente en sus primeros meses, al residir un tiempo en Cuba en 1960), renunció a sus cargos en 1962 y se unió a las guerrillas. Ese mismo año de 1962 apareció publicado en La Habana su libro Presencia revolucionaria de Martí. Se hizo famosa su carta de renuncia como diputado, de 30 de junio de 1962:

«Señores Presidente, Vicepresidente y demás miembros de la Cámara de Diputados. Palacio Legislativo. Caracas. Distinguidos colegas:

En el primer aniversario de la suspensión de las garantías Constitucionales, un grupo de estudiantes de la Universidad Central y yo, hicimos una promesa de extraordinaria significación. Estábamos en el Cementerio General del Sur, frente a la tumba de Alberto Rudas Mezzone –uno de los tantos jóvenes caídos en la lucha por la libertad–, allí levantamos las manos y las voces y juramos: que el sacrificio de nuestros mártires no sería en vano. Juramos continuar sus pasos y cumplir su obra, para que la sangre derramada retoñase en nueva vida para el pueblo.

Y desde entonces comenzamos a prepararnos para el cumplimiento irrenunciable. Con este objetivo, redimir al pueblo haciendo honor al sacrificio de sus mártires, hemos trabajado sin descanso, hemos luchado sin cesar. Ahora a mí, solo me queda, como decía un insigne pensador latinoamericano [José Martí], "cambiar la comodidad por la miasma fétida del campamento, y los goces suavísimos de la familia por los azares de la guerra, y el calor del hogar por el frío del bosque y el cieno del pantano, y la vida muelle y segura por la vida nómada y perseguida y hambrienta y llagada y enferma y desnuda".

Es por ello, colegas Diputados, que vengo ante ustedes a expresar la decisión de dejar el Parlamento –este recinto que pisé por voluntad del glorioso pueblo caraqueño, hoy oprimido y humillado–, para subir a las montañas e incorporarme a los compañeros que ya han iniciado el combate y con ellos continuar la lucha revolucionaria para la liberación de Venezuela, para el bienestar futuro del pueblo, para la redención de los humildes.

Estoy consciente de lo que esta decisión implica, de los riesgos, peligros y sacrificios que ella conlleva; pero no otro puede ser el camino de un revolucionario verdadero. Venezuela –lo sabemos y los sentimos todos–, necesita un cambio a fondo para recobrar su perfil de nación soberana, recuperar los medios de riqueza hoy en manos del capital extranjero y convertirlos en instrumento de progreso colectivo. Necesitamos un cambio a fondo para liberar al trabajador de la miseria, la ignorancia y la explotación; para poner la enseñanza, la técnica y la ciencia al alcance del pueblo: para que el obrero tenga trabajo permanente y sus hijos amparo y protección. Venezuela, en fin, necesita un cambio profundo para que los derechos democráticos del pueblo no sean letra muerta en el texto de las leyes; para que la libertad exista y la justicia impere; para que el derecho a la educación, al trabajo, a la salud y al bienestar sean verdaderos derechos para las mayorías populares y no privilegios de escasas minorías. Pero nada de esto podrá lograrse en un país sub-desarrollado y dependiente, como el nuestro, sino a través de la acción revolucionaria que concluya con la conquista del Poder Político por parte del pueblo. De otra manera, tanto los instrumentos de poder, como los medios de riqueza, continuarán en manos de los monopolios internacionales y de las castas oligárquicas del país, con la consiguiente explotación de los trabajadores, la proliferación del hambre y la miseria y el abandono permanente del pueblo. Esta situación precisa una transformación estructural que cambie el sistema formalista de la democracia por la efectiva realización de la misma: es decir, que arrase con todo lo podrido, con todo lo injusto, con todo lo indigno de nuestra sociedad y en su lugar erija una nueva vida de justicia y libertades.

A

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