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John Stuart Mill


Enviado por   •  5 de Mayo de 2014  •  Tesis  •  2.039 Palabras (9 Páginas)  •  304 Visitas

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John Stuart Mill publicó esta obra en 1863. En ella hace una clara exposición de la doctrina ética utilitarista, defendiéndola de las objeciones y críticas de que había sido objeto hasta el momento. A la vez, critica la consideración exclusivamente cuantitativa del placer y de la felicidad propia de Bentham, introduciendo para esto elementos antropológicos nuevos, próximos al aristotelismo. Así configurado, el utilitarismo de Mill condiciona hoy día buena parte de la reflexión ética en las áreas culturales anglosajonas. En particular, esta obra tiene interés, actualmente, para comprender el modelo filosófico básico que los consecuencialistas emplean en su exposición de la Teología Moral católica.RESUMEN DEL LIBROEste breve escrito –58 páginas en la edición francesa por la que citaremos[1]– está dividido en 5 capítulos:Cap. 1. Consideraciones preliminaresJohn Stuart Mill desea inicialmente poner de manifiesto la importancia de establecer un supremo criterio distintivo del bien y del mal, lo que equivale a determinar cuál es el sumo bien, fundamento de la moralidad, ya que en las ciencias prácticas las normas se establecen a partir del fin. Stuart Mill considera que el criterio distintivo del bien y del mal debe ser anterior a la determinación de lo que en concreto es bueno y malo, y no una consecuencia de esa determinación (cfr. p. 19). Primero se determina qué es el bien; después se verá qué comportamientos son correctos y qué comportamientos son incorrectos, ya que lo correcto no sería otra cosa que la maximización del bien. Es ésta una exigencia, de alguna manera ya señalada por Hume[2], que se ha convertido hoy día en una característica de la ética teleológica o consecuencialismo.Este planteamiento muestra claramente la preocupación del utilitarismo por la fundamentación de las normas éticas. En principio no habría nada que objetar, pero es obligado precisar que una cierta manera de asumir el punto de vista de la fundamentación de las normas éticas presupone una precisa imagen de Dios. Por tanto es éste un problema de importancia capital para la ética. Definir el bien antes y con cierta independencia de lo que en concreto es justo o equivocado es una exigencia aceptable y quizá incluso necesaria desde el punto de vista lógico; pero se debe admitir, al menos por respeto a la común experiencia ética de los hombres, que a veces la persona procede desde lo justo o injusto en concreto hacia la noción general de bien, sin caer por eso en una definición circular del valor ético.La explicación de este hecho es la siguiente: utilizando la dicotomía establecida por la reflexión ética anglosajona entre "intuicionismo" y "utilitarismo", y sin que esto implique un juicio de valor sobre ella, es necesario admitir en el conocimiento moral un elemento intuicionista (en la línea del conocimiento por connaturalidad de Santo Tomás). Kant lo admite en el prefacio de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Santo Tomás de Aquino señala justamente que el conocimiento moral natural es una participación del hombre en la Sabiduría divina y, por eso, un signo de la cercanía y del interés que Dios se toma por el obrar humano (también cuando éste parece moverse en una dimensión "horizontal").La valoración espontánea racional de comportamientos como el homicidio, el adulterio, etc., no pierde nada de su valor, aun en el caso de que la persona no fuese capaz de fundamentarla de un modo lógicamente perfecto e irreprensible. Rechazar esos juicios éticos por el hecho de que en algún caso particular no estén apoyados suficientemente en un razonamiento lógico impecable, es atribuir a la lógica humana una función de fundamentación ontológica, es decir, admitir que lo que todavía no está suficientemente fundamentado desde el punto de vista de la lógica humana no está fundamentado en absoluto. Implícitamente se niega que Dios sea el supremo Legislador moral. Naturalmente, no se debe caer en el extremo opuesto, es decir, fundamentar toda la moral en el sentimiento subjetivo o personal. Muy otro es el modo en que Santo Tomás entiende la participación humana en la Sabiduría divina[3].Stuart Mill considera que el problema del criterio distintivo supremo entre el bien y el mal no ha recibido una respuesta satisfactoria en los demás sistemas éticos (Mill se refiere a la teoría del moral sense y a la ética inductiva). No son capaces estos sistemas de reconducir los principios morales a un primer principio evidente, capaz de resolver los problemas de colisión de deberes que se presentan en la práctica. No consiguen, en definitiva, establecer de modo claro cuál es el primer principio de todo razonamiento moral. Esta deficiencia origina no pocas confusiones que, en la práctica, se ven atenuadas por el hecho de que todos aceptan implícita o inconscientemente un único principio: el principio de la utilidad o felicidad general, en virtud del cual se enjuician las diversas acciones según su previsible repercusión en la felicidad de todos.Esto es verdad incluso en Kant, gran enemigo del eudemonismo. Según Stuart Mill, cuando Kant afirma que se debe obrar de manera tal que la propia acción pueda ser aceptada por todos los seres racionales, no puede demostrar que exista imposibilidad lógica de aceptar el peor de los comportamientos posibles. Simplemente demuestra que las consecuencias de la difusión de ese comportamiento serían tales como para desanimar a realizarlo (cfr. p. 21). Mill quiere dar a entender que sólo una interpretación utilitarista o consecuencialista del principio kantiano pone de manifiesto la parte de verdad que hay en él.Cap. 2. Qué es el utilitarismoStuart Mill comienza el capítulo II saliendo al paso de dos interpretaciones equivocadas del utilitarismo. La utilidad —afirma Mill— ni puede oponerse al placer ni puede identificarse con el placer grosero. El utilitarismo, o doctrina que pone el fundamento de la moral en la utilidad o principio de la más grande felicidad, afirma que las acciones son buenas en la medida en que otorguen felicidad y son malas en caso contrario. Felicidad es el placer con ausencia de sufrimiento; la infelicidad es lo contrario. El placer y la ausencia de sufrimiento son las únicas cosas deseables: algo es deseable o porque es en sí placentero o porque es un medio de llegar al placer o de evitar el dolor

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