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John Stuart Mill


Enviado por   •  14 de Abril de 2013  •  2.109 Palabras (9 Páginas)  •  680 Visitas

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PRÓLOGO

El ensayo Sobre la libertad es, quizá, con El utilitarismo, la obra más divulgada de Stuart Mill. Era también la que su autor tenía en mayor estima, junto con la Lógica ("sobrevivirá, probablemente, a todas mis obras, con la posible excepción de la Lógica" —nos dice, en su Auto¬biografía), bien que se trate de obras de muy diferente empeño y envergadura. Aparte de los motivos sentimentales que indudablemente actuaban en esta predilección —so¬bre todo, el hecho de que su mujer, muerta antes que el libro viese la luz, hubiera colaborado activamente en su composición—, es lo cierto que la obrita, en sí misma, posee títulos suficientes para ocupar un lugar destacado en la producción total de Stuart Mill. Y no por su densidad y rigor sistemáticos, en el sentido escolar de la palabra, aspecto en el cual no admite parangón con las grandes obras doctrinales del autor de la lógica inductiva —la Libertad es un ensayo y está expuesto en forma popular, aunque según confesión de su autor, ninguno de sus es¬critos hubiese sido ''tan cuidadosamente compuesto ni tan perseverantemente corregido"—, sino por la previdente acuidad con que en ella se tocan puntos vivísimos de la sensibilidad contemporánea. El tema mismo que da nom¬bre al libro alude a una de las grandes ideas motoras de toda la historia del hombre de Occidente, y muy especial¬mente de su edad moderna, idea que culmina en el si¬glo XIX con ese amplio enfervorizamiento que Benedetto Croce pudo llamar "la religión de la libertad".

Claro está que decir "libertad", sin más, es decir muy poco, precisamente porque el vocablo significa demasiadas cosas. Mill, en la primera línea de su libro, se adelanta a decirnos que no va a tratar del libre albedrío —es decir, de la libertad en sentido ético o metafísica—, sino de "la libertad social o civil". Pero ni siquiera con esta primera restricción deja de ofrecer el término una multitud de significaciones. Y, ante todo, las determinadas por la va¬riación de las condiciones históricas, que hace que no se parezca en casi nada, por ejemplo, la libertad del mundo antiguo —griego o romano— a lo que el hombre moderno ha entendido por tal. (Véase, sobre este punto, el lúcido examen que Ortega hace de la libertas ciceroniana en Del Imperio romano y en sus apéndices: Libertas y Vida corno libertad y vida como adaptación. Véase también, del mis¬mo Ortega, desde otro punto de vista, el sentido de la franquía feudal, origen de la moderna idea liberal, en Ideas de los castillos). Mas, ni aun limitándonos a la noción mo¬derna de libertad cobra la expresión la univocidad deseada. Desde el último tercio del siglo XVIII, y superlativamente a lo largo del XIX, habla el hombre europeo en todos los tonos, y a propósito de todos los asuntos importantes, tanto para la vida individual como para la convivencia po¬lítica, de libertad y libertades —el singular y el plural alu¬den ya a una diferenciación clásica—, sin que, sin embar¬go, estos términos, y especialmente el singular, hayan de¬jado de expresar ideas, o más bien ideales, diversos y esencialmente cambiantes. Ello es que en esta época la libertad vino a ser el sésamo, la palabra mágica capaz de abrir en el corazón humano las esclusas de todas las ve-hementes devociones, de todos los nobles enardecimientos. Por eso, no sólo habla este hombre de libertad, sino, lo que es más importante, se mueve, actúa y hasta entrega la vida cuando es menester en aras de esta fabulosa dei¬dad. Fabulosa, en efecto, tanto por su capacidad de meta¬morfosis como por su sustancia ilusoria, puesto que, siempre que el hombre ha creído apresarla y poseerla ya, se ha encontrado en la situación paradójica de necesitarla y so¬licitarla de nuevo —y de ello nos va a ofrecer una buena muestra el libro de Mill. Entiéndase bien; con esta afir¬mación no pretendo en manera alguna reducir el ideal de la libertad a pura quimera, ni empañar en lo más mí¬nimo la nobilísima ejecutoria de su eficacia histórica. No se puede pensar, por ejemplo, que la libertad, y menos aún las "libertades", por las que los hombres de fines del XVIII y los del XIX se esforzaron y lucharon, con fre¬cuencia heroicamente, fuesen vanos fantasmas sin conte¬nido alguno real. Por el contrario, es un hecho que desde la Revolución francesa —y ya desde mucho antes en In¬glaterra —se conquistaron, en forma de derechos, niveles de emancipación que pasaron a incorporarse a las estruc¬turas políticas del futuro, sin distinción apenas de sus for-mas de gobierno. Lo que quiero señalar es que incluso tales conquistas concretas y efectivas, al dejar de ser cáli¬da aspiración individual o colectiva, para pasar a vías de hecho, es decir, a fría legislación administrada por cual¬quier tipo de Estado, perdieron mucho del originario fer¬vor con que fueron concebidas, cuando no defraudaron completamente las bellas esperanzas cifradas en su conse¬cución, reobrando contra el vivo impulso instaurador en forma de nueva opresión.

Ya, en efecto, la mera pretensión de hacer del Estado el depositario del "sagrado tesoro" de la libertad encierra una irremediable contradicción, por cuanto el Estado, si no el Leviatán que el clarividente pesimismo de Hobbes creyó descubrir, sí es, por lo menos, el órgano natural de la coacción y, por tanto, de la antilibertad. Contra lo que se solía pensar inertemente hasta hace poco tiempo —con¬tinuando un estado de opinión del siglo pasado, que hoy vemos como un explicable espejismo—, sólo por excep¬ción y al amparo de una constelación de circunstancias históricas especialísimas, cuya repetición puede darse por im¬posible, ha podido existir alguna vez, si es que en puridad ha existido, un Estado genuinamente liberal. Ello ocurrió, por ejemplo, en la Inglaterra de la época Victoriano, en la que el propio Stuart Mill alcanzó a vivir y en la que influyó con su pensamiento de teórico máximo del libera-lismo. Pero esta misma doctrina suya, brotada en el medio político más favorable, viene, por otro lado, a reforzar la tesis del carácter esfumadizo y precario de la libertad, ya que su sentido no es otro, como veremos, que el de reclamar contra la nueva forma de usurpación que el Estado liberal —constitucional, democrático, representa¬tivo, intérprete y servidor de la opinión pública—, preci¬samente, representa,

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