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La Flor Del Tamarindo


Enviado por   •  6 de Julio de 2015  •  1.054 Palabras (5 Páginas)  •  153 Visitas

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CUENTO LA FLOR DEL TAMARINDO (por Luisa Villar Liébana)

En el Tercer Mundo una niña quería ir al colegio.

Vivía en una pequeña ciudad, en la que todos tenían un tamarindo a las puertas de su casa.

Cada año, un tamarindo, sólo uno, daba una flor prodigiosa. Todos anhelaban ver florecer en su árbol la prodigiosa flor que tenía la virtud de hacer cumplir el deseo de su sueño.

La niña se llamaba Iris y también tenía un tamarindo.

La madre de Iris trabajaba en un telar, que vendía sus bellas telas de seda a una multinacional de Occidente.

Como la multinacional le pagaba tan poco y le hacía trabajar tantas horas, Iris se encargaba de limpiar la casa, hacer la comida y cuidar de sus hermanos. Y para ayudar económicamente, recogía coles y las vendía en el mercado de la ciudad.

Por eso no iba al colegio. Además, en su ciudad no había un colegio donde ir. En medio del trabajo, Iris siempre encontraba un hueco para regar su tamarindo. Ella también deseaba la flor prodigiosa. Si florecía en su árbol, le concedería su deseo: ir al colegio. La flor prodigiosa haría que su deseo se convirtiera en realidad.

Como en el Tercer Mundo no hay agua corriente, todos los días, acompañada de su perro Gushú, recorría un buen trecho en las afueras de la ciudad, hasta llegar a un arroyo, y regresaba a casa con agua suficiente para regar su tamarindo.

Y le hablaba con amor. Pues regar el árbol era lo más hermoso que ella hacía. Le decía:

-Tamarindo, mi bonito árbol, ¡si floreciera en ti la prodigiosa flor!

Una noche que en el cielo brillaba la luna, la niña se asomó a la ventana para mirar las estrellas. Gushú dormía a los pies del tamarindo, y el árbol parecía dormir también.

De pronto, un perfume de flores llegó hasta ella y una flor nació en una de las ramas. ¿Sería la flor prodigiosa, o una de tantas flores amarillas que crecen en los tamarindos?

¡Oh, sí! Era la flor roja, la flor prodigiosa. La luz de la luna dejaba ver su color.

El corazón de Iris latió muy deprisa. Corrió hasta el árbol. Pero, al llegar a él, la flor no estaba en la rama.

La había robado el hombre poderoso. Un magnate que tenía propiedades y acciones, bancos que guardaban su dinero y hombres a su servicio; por eso lo llamaban así. El magnate guardó la flor en un cofre de plata.

Al dar las doce, le pidió un deseo:

-Flor prodigiosa –le dijo-, quiero que llenes de lingotes de oro la cámara de mis bancos. –No conozco tu voz –dijo la flor. Y se marchitó dentro del cofre.

Y la niña pensó que tal vez había soñado. Tal vez no había nacido la flor.

Al día siguiente, de noche, la luna brillaba en el cielo y la niña se asomó a la ventana para mirar las estrellas. Gushú dormía a los pies del tamarindo, y el árbol parecía dormido también.

De pronto, un perfume de flores llegó hasta ella.

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