Nunca Fuí Igual
Krismary5415 de Marzo de 2014
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Nunca fui igual
Imagínate estar encerrado en un cuarto, amarrado, sin comer y solo escuchar el llanto de tus hermanos. Así fue mi niñez; pero todo cambió hace alrededor de nueve años. Este cambio comenzó con el nacimiento de mi hermano Joadner. Al descubrir que tenía droga en la sangre el Departamento de Niños y Familias nos separo de mi mamá. En total somos seis hermanos de los cual yo soy la mayor. Pase una vida muy difícil. No conocía mundo más allá de las cuatro paredes que me rodeaban. A mis ocho años nunca había asistido a la escuela, no estaba inmunizada y mi cuerpo estaba deshidratado, no me sabía comunicar mucho, ya que no tenía conocimiento del vocabulario normal para la edad que tenía.
Mi hogar era horrible, pasé por maltrato. Era un lugar donde solo había drogas y alcohol. Pasaba los días amarrada, sin comer, sin poder ir al baño, escuchando a mis hermanos pequeños llorar. Mi mamá entraba y salía de la casa sin siquiera mirarnos, como si fuéramos basura o simplemente como si no existieramos. Mis hermanos y yo jamás recibimos cariño de su parte, al contrario; todo era ofensas, maltrato y experiencias de rechazo inolvidables. Aun recuerdo aquella tarde en la que mi mamá abrió la puerta del cuarto y tiró comida en el piso, la cual siempre estaba cerrada con candado por fuera. En ese momento yo no entendí nada, nos dijo que si queríamos comiéramos y si no, tampoco le importaba, cerró la puerta y se marchó. Aún con el hambre que tenía no pude comer, solo llore y me preguntaba el por qué de mi vida.
La tarde que llego El Departamento De La Familia fue cuando llegó la esperanza a mi vida. Sentí que por fin mi vida iba a cambiar y así fue. Sin embargo fue un trago muy amargo. Tuve que declarar en contra de mi madre para ayudar a mis hermanos a salir de aquel mundo. Mi mamá comenzó a gritar, a pedirnos perdón, y nos prometió que algún día estaríamos juntos nuevamente. Sinceramente la esperé, pero luego entendí que jamás iba a regresar. Me enviaron al hogar de mi abuela paterna junto a mi padre y mis tías, e inmediatamente me inscribieron en la escuela. De ahí obtuve uno de los mayores recuerdos más amargos para mí, cuando me citaron en la oficina de la directora de la escuela. Ahí me entrevistaron, me preguntaron qué letras y números conocía. Mi conocimiento era bastante escaso como para que me ubicaran en el grado correspondiente a mi edad, así que me enviaron a kindergarten. Mi frustración fue inmensa, lloré como pocas veces lo he hecho en mi vida.
Era la más grande del grupo, se burlaban, me humillaban, me ofendían, fue horrible. En ese momento me sentí muy mal, mi autoestima se fue cayendo hasta llegar al suelo. Pero en medio de ese dolor me hice una promesa a mí misma, les demostraría a todos que yo si podía lograr muchas cosas. A los ocho años comencé a cumplir esa promesa. Estudie con mucho afán. A veces me daban doble dosis de asignaciones para poder adelantar lo que me faltaba. Así fue que conseguí dar mi primer paso. Aprobé el kindergarten en solo tres semanas. Mientras que el primer grado lo aprobé en tres meses, y el segundo grado en dos meses. Todo por adelantarme al resto de los estudiantes, esforzándome mucho. Cuando llegue al tercer grado ya era el segundo semestre, y me encontré con un gran problema, la maestra me dijo que ese grado debería cursar el año completo. No podía adelantar como había hecho en los grados anteriores. La maestra me dio la opción de regresar a segundo grado, porque de cualquier forma el próximo año escolar tendría que repetir el grado. Mis esperanzas se desvanecieron, pero luego pensé que si ya había adelantado tanto no me podía rendir en ese momento. Durante ese semestre me mantuve con buenas notas. Al finalizar el año escolar fui con mi papá y mi abuela a recoger las notas. Iba un poco desanimada porque me había esmerado mucho para al fin y al cabo
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