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Caso Anna O.

rociompb18Resumen30 de Mayo de 2013

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CASO ANNA O.

1. Resumen del caso.7

Josef Breuer (1842-1925) llevó a cabo el tratamiento de la señorita

Anna O. entre 1880 y 1882. La paciente tenía 21 años. Breuer gozaba de

una alta reputación en Viena como facultativo de gran experiencia y

destacado científico, en tanto Sigmund Freud apenas se iniciaba como

médico. Eran, no obstante, amigos desde varios años atrás. El tratamiento

finalizó a comienzos de junio de 1882 y en noviembre de ese año, Breuer

relató el caso a Freud, quien, a pesar de estar en ese momento dedicado a

la anatomía del sistema nervioso, quedó muy impresionado por él, hasta tal

punto que tres años más tarde, cuando estudiaba en París con Charcot,

informó sobre el caso a este último.

Este caso constituye el origen de la terapia psicoanalítica. Se publicó

como el primer historial clínico de los Estudios sobre la histeria (1895,

Breuer y Freud). Anna O. es Berta Pappenheim, amiga de Marta Bernays,

quien luego fuese la esposa de Freud. Se trataba de un caso de

“enfermedad nerviosa” que, por sus características, se diagnostica como

histeria: tos, anorexia, trastornos visuales, parálisis y, como una de las

expresiones más significativas del cuadro, una grave perturbación funcional

del lenguaje.

A continuación exponemos un resumen del relato que hace Breuer del

caso.

La señorita Anna O., de 21 años cuando contrajo la enfermedad en

1880, parece tener un moderado lastre neuropático a juzgar por algunas

psicosis sobrevenidas en su familia extensa; los padres son sanos, pero

nerviosos. Ella siempre fue sana antes, sin mostrar nerviosismo alguno en

su periodo de desarrollo; tiene inteligencia sobresaliente, un poder de

combinación asombrosamente agudo e intuición penetrante; su poderoso

intelecto habría podido recibir un sólido alimento espiritual y lo requería,

pero éste cesó tras abandonar la escuela. Ricas dotes poéticas y fantasía,

controladas por un entendimiento tajante y crítico. Este último la volvía

también por completo insugestionable; sólo argumentos, nunca

afirmaciones influían sobre ella. Su voluntad era enérgica, tenaz y

persistente; muchas veces llegaba a una testarudez que sólo resignaba su

meta por su bondad, por amor hacia los demás.

Entre los rasgos más esenciales del carácter se contaba con una

bondad compasiva; el cuidado y el amparo que les brindó a algunos pobres

y enfermos le prestaron a ella misma señalados servicios en su enfermedad,

pues por esa vía podía satisfacer una poderosa pulsión. Mostraba siempre

7

Josef Breuer: La señorita Anna O. en Contribución a los “Estudios sobre la histeria”. Siglo

XXI. En la edición original en alemán (1895) apareció formando parte de los Estudios,

también en la edición de Amorrortu de las obras completas de Freud en español, no así en la

de Biblioteca Nueva. 8

una ligera tendencia a la desmesura en sus talantes de alegría y de duelo;

por eso era de genio un poco antojadizo. El elemento sexual estaba

asombrosamente no desarrollado; la enferma cuya vida se volvió

transparente para mi como es raro que ocurra entre seres humanos, no

había conocido el amor, y en las masivas alucinaciones de su enfermedad

no afloró nunca ese elemento de la vida anímica.

Esta muchacha de desbordante vitalidad espiritual llevaba una vida

en extremo monótona, y es probable que el modo en que ella se la

embellecía resultara decisivo para su enfermedad. Cultivaba

sistemáticamente el soñar diurno, al que llamaba su “teatro privado”.

Mientras todos la creían presente, revivía en su espíritu unos cuentos: si la

llamaban estaba siempre alerta, de suerte que nadie sospechaba aquello.

Esta actividad transcurría entre los quehaceres hogareños, que ella cumplía

de manera intachable. Informaré luego sobre cómo esa ensoñación habitual

de la mujer sana pasó directamente a la enfermedad.

El ciclo de la enfermedad se descompone en varias fases bien

separadas; ellas son:

A) La incubación latente, desde mediados de julio de 1880, momento en

que enferma el padre de Anna O., hasta el 10 de diciembre de ese

año.

La enfermedad manifiesta: durante el periodo de agravamiento del

padre, con Anna O. en cama hasta el 1 de abril de 1881. El 5 de abril,

cuatro días después, muere el padre de la paciente. Presenta una

psicosis peculiar, parafasia, estrabismo convergente, perturbaciones

graves de la visión, parálisis por contractura, total en la extremidad

superior derecha y en ambas inferiores, parcial en la extremidad

superior izquierda, paresia de la musculatura cervical. Progresiva

reducción de la contractura en las extremidades del lado derecho.

Alguna mejoría interrumpida por un grave trauma psíquico (muerte

del padre).

C) Periodo de sonambulismo permanente, que luego alterna con estados

más normales; continuación de una serie de síntomas duraderos

hasta diciembre de 1881.

D) Paulatina involución de estos estados y fenómenos hasta junio de

1882, fecha de la terminación definitiva de la enfermedad.

En julio de 1880, el padre de la paciente, a quien ella amaba con

pasión, contrajo un absceso de peripleuritis que no sanó y a consecuencia

del cual murió en abril de 1881. Durante los primeros meses de esa

enfermedad, Anna se consagró al cuidado del enfermo con toda energía, y a

nadie sorprendió que se debilitara mucho. Pero poco a poco empeoró tanto

su estado de debilidad, anemia, asco ante los alimentos, que para su

máximo dolor la alejaron del cuidado del enfermo. La ocasión par ello fue

una tos intensísima, a raíz de la cual la examinó Breuer por primera vez:

Era una típica tussis nervosa. Pronto acusó una llamativa necesidad de 9

reposo en las horas de la siesta, a la que seguía, al atardecer, un estado de

adormecimiento y luego una intensa inquietud.

A comienzos de diciembre surgió el estrabismo convergente, que las

emociones agravaban mucho. El 11 de diciembre cayó en cama donde

permaneció hasta el 1 de abril.

En rápida sucesión se desarrollaron una serie de graves

perturbaciones, en apariencia totalmente nuevas: dolores en parte izquierda

de la cabeza; quejas de ver inclinarse las paredes; diversas perturbaciones

visuales; paresias en el cuello; contracturas y anestesia de las

extremidades, sobre todo del codo, que fue la zona más insensible.

En este estado la encuentra Breuer cuando empieza a tratarla. En su

investigación lo primero que destaca es la existencia de dos estados de

conciencia enteramente separados que alternaban entre sí muy a menudo

y sin transición, y que fueron separándose cada vez más a lo largo de la

enfermedad: en uno conocía su entorno, estaba triste y angustiada, pero

relativamente normal; en el otro alucinaba, se portaba mal, insultaba,

tiraba objetos a la gente, arrancaba los botones de las sábanas de la cama

(siempre que sus contracturas se lo permitían); se quejaba de que se volvía

loca y que la trataban mal. Tenía ausencias (amnesia) de casi todo lo que le

ocurría en este estado.

Con el apogeo de la enfermedad, este segundo estado era el

predominante y sólo por breves lapsos estaba casi normal durante el día.

Oscilaba entre una fugacísima alegría y sentimientos de angustia grave;

mostraba una empecinada oposición a las prescripciones médicas y sufría

angustiosas alucinaciones sobre unas serpientes negras, que así le parecían

sus cabellos o cintas. Tras esto ella misma se exhortaba a no ser tan tonta,

dado que sólo eran sus cabellos. En momentos de claridad total, se quejaba

de profundas tinieblas que invadían su cabeza, de que no podía pensar, se

volvía ciega y sorda, tenía dos yoes, el suyo real y uno malo que la

constreñía a un comportamiento díscolo.

En las siestas caía en una somnolencia que duraba hasta la puesta de

sol; despertaba y se quejaba de que algo la martirizaba, o siempre repetía

el infinitivo: “Martirizar, martirizar”.

Simultánea a la formación de las contracturas, sobrevino una

profunda perturbación funcional del lenguaje: le faltaban palabras, perdió la

gramática y la sintaxis, hasta llegar a hablar sólo con infinitivos; rebuscaba

las palabras que le faltaban en cuatro o cinco idiomas y apenas si se la

entendía; si escribía, lo hacía en ese mismo dialecto. Incluso durante dos

semanas cayó en un mutismo total, que sólo desapareció cuando Breuer le

interpretó que si no hablaba era porque algo la estaba mortificando mucho

y se había decidido a no decir nada. Entonces desapareció tal inhibición, a la

vez que mejoraba la motilidad de las extremidades del lado izquierdo. Esto

ocurrió en 1881.

Así, la parafasia desapareció pero entonces sólo hablaba en inglés,

aunque entendía

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