Crónicas Marcianas
viittaa28 de Abril de 2014
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CRÓNICAS MARCIANAS
RAY BRADBURY
CRONOLOGÍA
El verano del cohete................................................................................................2
YLLA........................................................................................................................2
Noche de verano ...................................................................................................12
Los hombres de la tierra........................................................................................14
El contribuyente.....................................................................................................31
La tercera expedición ............................................................................................32
Aunque siga brillando la luna.................................................................................50
Los Colonos...........................................................................................................77
La mañana verde...................................................................................................77
Las langostas ........................................................................................................82
Encuentro Nocturno...............................................................................................82
Intermedio..............................................................................................................92
Los músicos...........................................................................................................92
Un camino a través del aire...................................................................................94
La elección de los nombres .................................................................................109
Usher II ................................................................................................................110
Los viejos.............................................................................................................128
El marciano..........................................................................................................129
La tienda de equipajes.........................................................................................145
Fuera de temporada ............................................................................................146
Los observadores ................................................................................................159
Los pueblos silenciosos.......................................................................................161
Los largos años ...................................................................................................173
Vendrán lluvias suaves........................................................................................185
El picnic de un millón de años .............................................................................191
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ENERO DE 1999
El verano del cohete
Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban
cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los
techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de
piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.
Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido,
como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió
entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se
quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron;
los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces
de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último
verano.
El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas
abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los
dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos
fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al
suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los
porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en
su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría
mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes.
El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...
FEBRERO DE 1999
YLLA
Tenían en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de
cristal, y todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras comía la fruta
dorada que brotaba de las paredes de cristal, o mientras limpiaba la casa con
puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en
el viento cálido. A la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y tibio, y las viñas se
erguían tiesamente en los patios, y en el distante y recogido pueblito marciano
nadie salía a la calle, se podía ver al señor K en su cuarto, que leía un libro de
metal con jeroglíficos en relieve, sobre los que pasaba suavemente la mano como
quien toca el arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz
antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con
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vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y
arañas eléctricas.
El señor K y su mujer vivían desde hacía ya veinte años a orillas del mar
muerto, en la misma casa en que habían vivido sus antepasados, y que giraba y
seguía el curso del sol, como una flor, desde hacía diez siglos.
El señor K y su mujer no eran viejos. Tenían la tez clara, un poco parda, de casi
todos los marcianos; los ojos amarillos y rasgados, las voces suaves y musicales.
En otro tiempo habían pintado cuadros con fuego químico, habían nadado en
los canales, cuando corría por ellos el licor verde de las viñas y habían hablado
hasta el amanecer, bajo los azules retratos fosforescentes, en la sala de las
conversaciones.
Ahora no eran felices.
Aquella mañana, la señora K, de pie entre las columnas, escuchaba el hervor
de las arenas del desierto, que se fundían en una cera amarilla, y parecían fluir
hacia el horizonte.
Algo iba a suceder.
La señora K esperaba.
Miraba el cielo azul de Marte, como si en cualquier momento pudiera
encogerse, contraerse, y arrojar sobre la arena algo resplandeciente y maravilloso.
Nada ocurría.
Cansada de esperar, avanzó entre las húmedas columnas. Una lluvia suave
brotaba de los acanalados capiteles, caía suavemente sobre ella y refrescaba el
aire abrasador. En estos días calurosos, pasear entre las columnas era como
pasear por un arroyo. Unos frescos hilos de agua brillaban sobre los pisos de la
casa. A lo lejos oía a su marido que tocaba el libro, incesantemente, sin que los
dedos se le cansaran jamás de las antiguas canciones. Y deseó en silencio que él
volviera a abrazarla y a tocarla, como a una arpa pequeña, pasando tanto tiempo
junto a ella como el que ahora dedicaba a sus increíbles libros.
Pero no. Meneó la cabeza y se encogió imperceptiblemente de hombros. Los
párpados se le cerraron suavemente sobre los ojos amarillos. El matrimonio nos
avejenta, nos hace rutinarios, pensó.
Se dejó caer en una silla, que se curvó para recibirla, y cerró fuerte y
nerviosamente los ojos.
Y tuvo el sueño.
Los dedos morenos temblaron y se alzaron, crispándose en el aire.
Un momento después se incorporó, sobresaltada, en su silla. Miró vivamente a
su alrededor, como si esperara ver a alguien, y pareció decepcionada. No había
nadie entre las columnas.
El señor K apareció en una puerta triangular
- ¿Llamaste? - preguntó, irritado.
- No - dijo la señora K.
- Creí oírte gritar.
- ¿Grité? Descansaba y tuve un sueño.
- ¿Descansabas a esta hora? No es tu costumbre.
La señora K seguía sentada, inmóvil, como si el sueño, le hubiese golpeado el
rostro.
- Un sueño extraño, muy extraño - murmuró.
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- Ah.
Evidentemente, el señor K quería volver a su libro.
- Soñé con un hombre - dijo su mujer
- ¿Con un hombre?
- Un hombre alto, de un metro ochenta de estatura
- Qué absurdo. Un gigante, un gigante deforme.
- Sin embargo... - replicó la señora K buscando las palabras -. Y... ya sé que
creerás que soy una tonta, pero... ¡tenía los ojos azules!
- ¿Ojos azules? ¡Dioses! - exclamó el señor K - ¿Qué soñarás la próxima vez?
Supongo que los cabellos eran negros.
- ¿Cómo lo adivinaste? - preguntó la señora K excitada.
El señor K respondió fríamente:
- Elegí el color más inverosímil.
- ¡Pues eran negros! - exclamó su mujer -. Y la piel, ¡blanquísima! Era muy
...