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Democracias


Enviado por   •  17 de Enero de 2014  •  2.201 Palabras (9 Páginas)  •  259 Visitas

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Democracia y feminismo ¿Qué tiene de malo la democracia liberal?*

En esta obra la profesora Anne Phillips, del City of London Polytechnic, presenta una revisión profunda y novedosa sobre las relaciones entre la teoría democrática y el movimiento feminista contemporáneo, y la consecuente influencia que este último tiene sobre la democratización del mundo actual.

La perspectiva principal del libro no se queda en la propuesta de una inclusión más activa de las mujeres en la vida política sino que destaca, los alcances transformadores que el feminismo pudiera tener para la construcción de un nuevo concepto de democracia que tome en cuenta ampliamente las ideas de libertad y de igualdad para ambos géneros. Esta construcción, representa tanto una reformulación como la creación de un nuevo pensamiento político desde la base.

Anne Phillips estudia minuciosamente el liberalismo y su producto directo, la democracia liberal, en función de su perspectiva histórica y filosófica masculina, la cual si bien acepta en su discurso la inclusión de la mujer en la vida pública, las omisiones que ella sufre respecto de sus particularidades constituyen una exclusión de hecho que va en detrimento de la idea de igualdad formal proclamada y que deja ver la desigualdad realmente existente.

Según lo destaca la autora, el libro tiene dos grandes perspectivas a defender. Por un lado, “desarrollar mecanismos representativos que reconozcan explícitamente la diferencia de género y la desigualdad de género y de este modo garantizar una nueva proporcionalidad entre los sexos” en la toma de decisiones políticas. Y por el otro, “poner como base los discernimientos de la política del movimiento de las mujeres para reordenar la relación entre las esferas pública y privada”.

-Diferenciación/universalidad

No obstante su defensa del primer punto, dedicado al necesario reconocimiento de las diferencias de género –haciendo especial énfasis en torno a las diferenciaciones en el campo de lo sexual–, la posición de la autora no es la de eliminar el concepto de “universalidad” que permite a toda la humanidad identificarse con valores supremos que trascienden a los intereses particulares o privados de las personas. Por el contrario, ese reconocimiento de las diferencias entre géneros es un paso transitorio hacia la verdadera idea de la igualdad, la cual, cuando haya sido rebasada históricamente, dará paso al concepto de universalidad como la base fundamental de la actividad democrática y pública.

Phillips señala:

Considero que hacer hincapié en la diferenciación sexual es necesario pero transitorio, porque no quiero un mundo en el que las mujeres tengan que hablar continuamente como mujeres, o se deje a los hombres hablando como hombres. Los que han estado previamente subordinados y marginados o silenciados necesitan la seguridad de una voz garantizada [...] las democracias deben actuar para reordenar el desequilibrio [...]. Los cambios propuestos se justifican por el mal comportamiento del pasado, pero anhelan un futuro en el que esos procedimientos se vuelvan redundantes, cuando ya no se defina a la gente por su naturaleza como mujeres u hombres.

Esta visión de la universalidad, que podría parecer escéptica, es la que permite en gran medida el diálogo y la apertura a una nueva construcción de la teoría democrática y su filosofía. El producto final es el de la inclusión real de toda la humanidad sin distingo de raza, clase, religión o género. Ése es el gran movimiento que rodea a toda la obra y justifica una nueva construcción de las ideas políticas y la destrucción de viejos paradigmas: Por lo tanto, por muy importante que sea la identidad sexual/corporal, no es la característica definitiva de una persona.

-Lo público/lo privado

El liberalismo, comenta la profesora Phillips, confinó al individuo a dos esferas que describen una tensión angustiosa entre la necesidad de protección y el temor de la intervención del Estado en las decisiones particulares: las esferas pública y privada. Desde las concepciones platónica y aristotélica que dieron origen al republicanismo, se estableció la distinción entre la esfera del hogar y la polis. Las preocupaciones de la familia y el hogar eran por definición incompatibles con la vida pública; ellas se encontraban por debajo y subordinadas a la esfera de la política.

La esfera en la que tradicionalmente ha sido colocada la mujer es precisamente la del hogar y la familia, es decir, el ámbito de lo privado, lo cual demuestra que desde el principio la teoría democrática tomó una opción por el género masculino y supuso una sumisión de la mujer, debido a que las actividades privadas le correspondían “por naturaleza”.

Con el liberalismo se acentuó la idea de una división entre lo público y lo privado, pero su énfasis fue en un tono diferente: el Estado de Hobbes y Locke es concebido como un mal necesario para imponer orden en los conflictos entre individuos propietarios que no tenían ley. La falta de ley acarreaba el irrespeto a los límites de propiedad de un individuo sobre otro. No había castigo, se podría decir de tipo legítimo, ya que cada uno era ley para sí mismo, el castigo o el abuso era a criterio y posibilidad del fuerte. Los propietarios tuvieron la “necesidad” de firmar un contrato social en el cual se ponían de acuerdo para elegir autoridad sobre ellos y entregar parte de su libertad al Estado, y en realidad fundar el Estado y la sociedad (entendida como una suma de individualidades). El Estado debía garantizar la libertad y respeto de los propietarios, no intervenir o regular.

A partir de esto, es obvio que la tensión que genera el liberalismo está en la definición del grado de injerencia que debe tener el Estado, y en el rango de libertad en la que se mueven los propietarios, para lo cual se necesita la institución de la democracia y así construir lo que la autora llama “consentimiento”:

En la teoría liberal, en contraste, se presenta más bien la confrontación continua entre las esferas pública y privada. Es evidente que los propietarios que imaginaron Hobbes y Locke eran varones, ya que, según Phillips, la mujer era vista como una de las propiedades del hombre, y como un sujeto que no poseía propiedad. La escritora apunta: Si examinamos los cimientos del liberalismo, podemos ver que no fue una omisión “accidental” la que excluyó a las mujeres del contrato social original, sino que esta exclusión era central a lo que el contrato implicaba [...] el contrato era entre marido y esposa [...] pero era un contrato enteramente unilateral en el que las mujeres

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