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ETICA,CIENCIAS Y TECNICA

MARAVILLA100012 de Diciembre de 2012

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La ciencia y la técnica necesitan una ética de la responsabilidad que analice y evalúe sus consecuencias. El autor señala que la reflexión ética debe generarse dentro del discurso científico y técnico. En el artículo se plantean una serie de interrogantes cuyas respuestas generan nuevas preguntas sobre la ética y el desarrollo científico y técnico.

Science and technology need ethics of responsibility that analyze and evaluate its consequences, The author points out that the ethic reflection must be carried out within the scientific and technical discourse. In the article he makes a series of questions whose answers generate new questions about ethic and scientific and technical development.

En el mundo actual tan complejo, en el que la antigua división entre técnica y ciencia ha quedado obsoleta y en la que otra componente inexcusable de la investigación científica es la económica, tanto en el aspecto de inversión y fuentes de financiación como en el problema, también ético, de selección de objetivos, se debe hablar ante todo de la responsabilidad social del científico. Con ello surge una amplia problemática sobre la evaluación, exigida por una ética de la responsabilidad, de las consecuencias directas e indirectas de la ciencia y de la técnica.

Encontramos en esta problemática un primer nivel que podríamos denominar de tematización del problema que exige una colaboración interdisciplinaria entre científicos y técnicos de la especialidad en cuestión, en contacto con juristas, filósofos y teólogos. A título de ejemplo citaría como ámbitos concretos los de la física nuclear, la biogenética y la medicina, el impacto de las industrias y de ciertos productos químicos en el medio ambiente, la elaboración electrónica de la información, la selección de objetivos económicos y la asignación de recursos, etc. En este nivel se fijaría claramente el problema para comprender de la mejor manera posible los datos fácticos de la situación y sus previsibles consecuencias. El aspecto ético se centraría en el riguroso estudio de la complejidad de este tema, sin reduccionismos ni aplicación precipitada de principios éticos generales. La reflexión ética se debe hacer desde dentro del discurso científico o técnico directamente afectado.

El segundo nivel presenta características especiales que merecen una reflexión distinta, más difícil. Al entrar en el terreno de forma explícita, directamente ético, se nos propone una difícil cuestión epistemológica por tratar ya específicamente de la evaluación ética del problema tematizado englobando en él sus consecuencias. La dificultad estriba en la fundamentación seria, rigurosa, de las valoraciones éticas necesarias.

Cuando en la comunidad científica se discute un problema, se establece un debate público y racional. La argumentación se estructura sobre proposiciones científicas que pueden ser controladas mediante el análisis lógico y la observación empírica. Con esta piedra de toque, las proposiciones científicas deben ser aceptadas por cualquier persona libre, imparcial y mentalmente sana. Si alguien no las acepta podemos intentar convencerle apelando a la predictabilidad de tales proposiciones. Si la predicción se cumple, se evidencian como verdaderas. Desde el punto de vista cognitivo, con la apertura al debate racional, la ciencia presenta un balance claramente positivo.

Otro es el estatuto epistemológico de la ética. Para muchas personas, los juicios morales son tan sólo la expresión de preferencias subjetivas y de posiciones personales. La razón es muy simple: los juicios éticos no se pueden controlar de la misma manera que las proposiciones científicas y si las queremos presentar como deducción de unos principios morales, trasladamos la dificultad a ese otro nivel: tampoco los principios son controlables por ninguno de los métodos de investigación científica. La conclusión es, a primera vista, catastrófica: en una sociedad pluralista y de juicios morales contrapuestos, cuando se da entre diferentes personas una coincidencia en la admisión de ciertos principios, nos parece más el fruto del azar que de la razón e incluso un suceso excepcional.

Para eludir este escollo, en la práctica se suele admitir que el aspecto ético de la valoración, y de sus criterios, se muestra por sí mismo una vez captados correctamente los datos fácticos de la situación actual y de sus consecuencias.

Así parecen actuar quienes apelan, por ejemplo, en última instancia, a la supervivencia humana. Esta alegación plantea muchos problemas epistemológicos: ¿es la supervivencia un principio último o lo es una supervivencia digna? ¿Qué quiere decir digna? ¿Afectaría la supervivencia de igual manera a todos los grupos? En casos de consecuencias ecológicas graves, ¿deberían abstenerse de ciertas actividades los grupos actuales en aras de los riesgos que afectarían a sus descendientes? Pero, más radicalmente, ¿es que cualquier consecuencia puramente material, por favorable que sea, es éticamente buena? Esto no lo aceptaría ni el utilitarismo más extremado ni esquivaríamos el engorroso escollo de la falacia naturalista, es decir, de dar el salto lógico del «ser» al «debe ser», de cualquier bien fáctico al bien moral. Entonces, ¿qué criterios tenemos para clasificar las consecuencias en éticamente buenas y malas? ¿Una pura intuición subjetiva? ¿Una pura decisión fáctica, sin más? ¿Cómo conseguir entonces el consenso? ¿Sería deseable una imposición dictatorial, aunque fuera pronunciada por un senado de «sabios», para toda la humanidad, comprometiendo incluso el futuro? ¿No sería esto una decisión puramente técnica, no moral, y, desde el punto de vista de este aspecto, sin fundamento racional?

El recurso a criterios jusnaturalísticos padece de las mismas limitaciones: confundir el comportamiento mecánico de la naturaleza con una guía moral y entender esa guía moral desde la intuición de bondad ética de los procesos naturales que nadie puede legitimar. Y si se legitiman desde la comprensión de un dios creador, con voluntad de crear un mundo paradigmáticamente guía de la acción moral, esta fe, no fundamentable teológicamente, no ofrece garantías de ser compartida por quienes no comulguen en la misma.

Ya tenemos, pues ante nosotros un doble desafío, uno externo y otro interno, que resume muy bien Karl-Otto Appel:

«El desafío externo consiste, evidentemente, en las consecuencias prácticas éticas de las ciencias en la sociedad industrial contemporánea, que pueden conducir a una crisis nuclear y ecológica o a una violación programada y sin obstáculos de la privacidad humana. Por primera vez en la historia humana, este desafío plantea la urgencia de algo como una macroética, a nivel universal, de la responsabilidad de la solidaridad humana. El desafío interno de los fundamentos de la ética de parte de la ciencia procede del hecho de que el paradigma de la racionalidad científica, fundado en la lógica y el recurso de la experiencia, y que parece ser el único abierto al debate público, no es aplicable a la argumentación ética.»

La paradoja se da en la relación contradictoria entre el desafío externo e interno. Podríamos sintetizarlo así: el desafío externo consiste en que la racionalidad no valorativa de la ciencia o de la técnica garantiza una eficacia operativa que exige, sin embargo, hoy más que nunca, una valoración racional ética de las consecuencias directas e indirectas de la acción.

El desafío interno se expresaría de esta manera: si la racionalidad de la ciencia no valorativa es realmente también el modelo de la racionalidad ética, ésta, que no se puede ajustar a ese modelo, no puede proveernos de los criterios universales para valorar racionalmente las consecuencias.

Por tanto, las mismas ciencia y técnica, que reclaman una ética de la responsabilidad y se presentan como modelo indiscutible de debate racional, parecen demostrar la imposibilidad de una ética racional de la responsabilidad.

Obviamente que, cuando se nos muestra la ética como imposible, lo es en la hipótesis de que el paradigma de la racionalidad científico-técnica fuera el único posible. Pienso, sin embargo, que esta exclusividad no es tal. El éxito del método experimental y la aplicabilidad de la matemática a las ciencias de la naturaleza llevaron al hombre de la Ilustración a considerar el paradigma científico exclusivo de todo saber que supera el resbaladizo terreno de la opinión.

Para el hombre de la Ilustración, «la naturaleza estaba escrita en lenguaje matemático». La matemática podía expresar mediante fórmulas las leyes de la naturaleza inducidas a partir de la experimentación. Las relaciones lógicas que el espíritu podía determinar infaliblemente, porque se referían a combinaciones que el espíritu producía según sus propias leyes, reaparecían en el juego de las fuerzas de la naturaleza. Las leyes más profundas de la razón coincidían con las leyes de los movimientos físicos. Parecía que se había colmado el abismo que asustaba a Platón

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