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LITERATURA LATINOAMERICANA

cajamarcas13 de Diciembre de 2014

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LITERATURA INDÍGENA PREHISPÁNICA Y UNIVERSALIDAD

La conquista y la colonización de América. Aunque los hechos seguirán sometidos a nuevas investigaciones e interpretaciones, lo esencial ya está escrito e ilustrado en forma suficiente. Los testimonios de los cronistas, los frailes, los indígenas y los observadores que llegaron después a este continente, han dejado suficientes luces para entender lo que sucedió, y lo que quizá nunca se hubiera podido evitar: el contacto entre Europa y América.

Por todas las huellas del paso de los europeos por este continente, se colige que de ninguno de los reinos invasores se hubiera podido esperar resultados

diferentes de los que José Emilio Pacheco evoca tan metafóricamente en su poema “El búho”:

El ojo inmóvil

pez de tierra firme

irradiando en la noche su fijeza

la garra desasida para el vuelo

las uñas que se adentran en la carne

el pico en punta para el desgarramiento

¿De cuál sabiduría puede ser símbolo

sino de la rapiña

el crimen

el desprecio

Todo lo que hizo tu venerada gloria

No sólo se despliegan las alas de la hermosa y nocturna ave cazadora, también se resalta su simbolismo de la sabiduría para Occidente, por sus vínculos de favoritismo con Palas Atenea, la Minerva romana, “diosa de la razón, protectora e iluminadora de las artes, de la poesía y de la filosofía.

Pero, en una de sus isotopías verticales, otro sentido late profundamente a partir de la metáfora búho = pez de tierra firme: símbolo de la destrucción de América por parte de la civilización occidental. Este sentido del poema se sostiene porque búho y pez comparten el simbolismo, el primero de la razón (occidental) y el segundo del cristianismo; en ambos se da la expansividad, el estatismo y su carácter de seres animados aunque irracionales, en contradicción con sus simbolismos: de ahí su condición de metáforas. Si el pez se afianza en el agua, ruta del descubrimiento, el búho se despliega en la tierra, lugar de la conquista. Así, Occidente conquista a América, donde impone a la fuerza su cultura y sabiduría en contra de las culturas y saberes indígenas; de igual forma, impone la fe y la moral cristianas.

Entonces, se puede interpretar la metáfora pez de tierra firme como el simbolismo del nuevo modo de pensar implantado en el nuevo continente; y, de esta forma, el poema cuestiona el simbolismo primitivo del búho y trastrueca su significado al presentar una visión negativa del papel de la sabiduría occidental en las tierras conquistadas, entendiéndose por sabiduría occidental una metonimia para referirse a España, Portugal e Inglaterra, principalmente.

Para entender estos simbolismos en el contexto de la cultura y de la literatura indígenas anteriores a la conquista europea. Se intitula “Crónica de Indias” con un epígrafe tomado de Bernal Díaz del Castillo: “...Porque como los hombres no somos todos muy buenos...”:

Después de mucho navegar

por el oscuro océano amenazante, encontramos

tierras bullentes en metales, ciudades

que la imaginación nunca ha descrito, riquezas,

hombres sin arcabuces ni caballos.

Con objeto de propagar la fe

y arrancarles de inhumana vida salvaje,

arrasamos los templos, dimos muerte

a cuanto natural se nos opuso.

Para evitarles tentaciones

confiscamos su oro.

Para hacerlos humildes

los marcamos a fuego y aherrojamos.

Dios bendiga esta empresa

hecha en su nombre.

Con en este preámbulo se pretende invocar el espíritu que alimentó a los pueblos indígenas de América, su cultura, su tradición, su arte y su literatura. Es cierto que ninguno de ellos concibió la literatura como objeto distinto de los discursos esenciales de su existencias individual y colectiva; que lo que hoy se entiende como literatura prehispánica, en su momento fueron los textos de su

cultura que sostenían el mundo, alimentaban a los dioses, fundaban las ciudades y los pueblos, sostenían la autoridad y cohesionaban la sociedad. Que festejaban la fertilidad, alejaban la sequía, alegraban la fiesta, invocaban a los dioses y a los muertos, sostenían el rumbo y el ritmo del universo, celebraban las victorias y llamaban a la guerra, fundaban ciudades y transformaban la naturaleza.

En fin, sus textos hoy considerados literarios, cumplían, en esencia, una función religiosa que en la práctica era también sicológica, social, política, cultural y artística, mágica y misteriosa.

Esos textos, lo que de ellos se pudo conservar, constituyen el único legado literario de los antepasados indígenas. En ellos se plasman los mitos, el espíritu religioso, las normas de comportamiento, los calendarios rituales y los agrícolas, los calendarios adivinatorios y las profecías, el pensamiento y las prácticas colectivas de todo tipo, la imagen del mundo, las ilusiones y logros, la simbolización del mundo, la sensibilidad, la compenetración con la naturaleza, la historia, la medicina, la ciencia, los testimonios, los juegos, las prácticas pedagógicas, la historia, la distribución de las tierras, los consejos de los padres a los hijos y de los soberanos a los príncipes, la sucesión de las casas y de las familias, los límites y la fundación de ciudades, los hechos heroicos y legendarios, los civilizadores y los fundadores. Todo esto en unos cuantos códices que se salvaron de la quemazón, en unas cuantas inscripciones en lajas y piedras y huesos y pieles, en unos pocos símbolos pintados en las paredes y muros no destruidos o en cavernas remotas, en unos imprecisos recuerdos de quienes lograron escapar del castigo y de la muerte.

Esto, que constituye el legado de los pueblos indígenas de América, es lo que conforma la literatura prehispánica, en especial la conservada de las culturas Maya Quiché, Maya Cakchiquel, Maya Yucateca, Maya Lacandona, Náhuatl, Zapoteca, Quechua y Guaraní; y de otros pueblos también, pero en menor cuantía e importancia.

No obstante, esto es suficiente para un apasionante paseo por las lenguas, las culturas, las geografías, las costumbres, los mitos, los ritos, los símbolos, las artes y la literatura de nuestros antepasados aborígenes. Y de esta forma, lograr algunos resultados después de que profesor y estudiantes han buscado el camino para introducirse en el intrincado y enigmático mundo de la literatura prehispánica; para degustar con métodos ideados en ese camino y con primitivas herramientas, la lectura y el desciframiento de las lenguas y los símbolos, la estructura verbal y el particular modo de concebir el mundo sin adornos y sin lucimientos verbales, que los indígenas de América utilizaban sin ánimos estéticos o lúdicos, tal como hoy se los concibe.

De todo esto, quedan algunas consideraciones o experiencias que pueden servir de derroteros o de mojones para repensar la actitud de nuestros sistemas educativos, ante la actitud asumida frente a la herencia cultural americana.

Actitud que llevará, irremediablemente, a la total amnesia de nuestro pasado y, por ende, de nuestro presente y de nuestro futuro como pueblo, como naciones y como continente:

1. Ampliación del marco espacio-temporal de las literaturas latinoamericanas hasta sus orígenes anteriores a la conquista española; esto es: literaturas maya y náhuatl en el actual territorio mexicano, y quechua y guaraní en Suramérica, entre las más destacadas. Esto ha significado mirar de nuevo los orígenes de nuestra literatura sin forzar en ellos el inicio de la actual literatura latinoamericana. Los estudiantes que se comprometen en este estudio, descubren un campo significativo, oculto o desconocido hasta entonces, que pone en cuestión la conocida literatura latinoamericana, por cuanto la concepción del mundo, los logros de las anteriores civilizaciones indígenas y toda su capacidad creadora y transformadora de la realidad, eran campos prácticamente inexistentes para ellos. Y por medio de la literatura los conocen, profundizan e incorporan como parte del legado cultural americano.

2. Relación de estas literaturas con la literatura latinoamericana posterior a

la colonia. Una vez recorridos los principales textos indígenas

prehispánicos, los cuales exigen que el lector se adentre en los pueblos,

las culturas y los contextos que los produjeron, los estudiantes

descubren, quizá por primera vez, los fuertes nexos que tantos escritores

guardan con la cultura indígena prehispánica y poshispánica.

No sólo en los escritores más clásicos, como los del indigenismo o el indianismo, sino también con otros que desde la modernidad o la posmodernidad integran en sus obras con conciencia o en forma inconsciente, el mundo indígena, a través no sólo del lenguaje y de la forma de narrar o de poetizar, sino también en la estructura gramatical, en la lógica de los discursos, en los enfoques de la realidad, en las explicaciones de los fenómenos naturales o sociales.

Para ilustrar en algo, vienen a mi recuerdo dos cuentos de Cortázar que estremecen al lector por la extrañeza, la fantasía y la asimilación de la cultura azteca: “La noche bocarriba” y “Axolotl”. Pero también otros escritores dejan sentir las huellas del mundo indígena en sus obras.

Entre otros, recuerdo a Mario Escobar Velásquez, Manuel Mejía Vallejo, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz,

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