La Lepra.
JHOIRTesis22 de Mayo de 2014
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Hay diferentes fuentes históricas que hablan de la lepra. Así, desde hace ya miles de años hay informes de China e India en los que se describe tanto la enfermedad llamada lepra como las normas para tratar a los leprosos.
También en la Biblia hay alusiones sobre la lepra, pero los síntomas descritos en la Biblia no coinciden exactamente con los síntomas reales y pueden referirse también a un grupo general de enfermedades cutáneas.
La primera prueba de lepra en el Mediterráneo se halló en esqueletos egipcios del segundo siglo antes de Cristo. Probablemente los soldados de Alejandro Magno trajeron la lepra a la zona del Mediterráneo cuando volvieron de la India entre 327 y 326 a.C.
La enfermedad se extendió muy lentamente por todo Occidente, y alcanzó entre el siglo XII y XIII dimensiones epidémicas para ir retrocediendo poco a poco.
En Noruega, la lepra alcanzó su pico máximo en el siglo XIX, donde también se descubrió en 1873 el germen patógeno en el tejido cutáneo de personas enfermas.
La bacteria responsable de la lepra, la Mycobacterium leprae, se encuentra así entre los agentes patógenos más tempranamente descubiertos y descritos en toda la historia de la Medicina.
La llegada de la lepra a España, según la mayoría de los historiadores, se debió a la llegada del pueblo fenicio que provenía geográficamente de lo que hoy son Siria y el Líbano.
Debido a la expansión comercial, estos alcanzaron las costas de Andalucía y pudieron extender la lepra por toda la Península Ibérica.
El concepto de leproso forma parte del patrimonio de la pobreza y describe el habitual tratamiento social de los afectados: la sociedad aislaba a las personas que padecían lepra. Así, la Iglesia estableció en la Edad Media estrictas reglas de conducta para el tratamiento de los enfermos de lepra: recibían una vestimenta especial con capucha, guantes y un “palmoteador” de madera para llamar la atención sobre sí mismos, porque les estaba también prohibido hablar con las personas sanas.
A menudo llevaban consigo un bastón para poder tocar y coger los objetos que querían.
Posteriormente, se alojaba a los enfermos de lepra en las llamadas leproserías situadas fuera de las ciudades, pero a veces también se hallaban en calles bulliciosas para que los enfermos pudieran mendigar.
Lo característico de la lepra era que los afectados rara vez morían, sino que eran cada vez más deformes. Aunque estaban aislados en gran medida, la Iglesia comenzó a ocuparse de los leprosos (al contrario de lo que sucedía con la peste), porque en la Biblia se describía la curación de los leprosos en numerosos pasajes.
SER LEPROSO EN LA EDAD MEDIA
Puede que la lepra sea una de las enfermedades más antiguas e interesantes de nuestro planeta. Su origen antecede el registro histórico escrito y los testimonios que sobre ella perduran hoy en día son vastísimos. Ha sido inspiración para leyendas, cuentos, miedos y embustes. Sin embargo, es quizás en la Europa Medieval donde la lepra cobra su mayor importancia histórica y médica. Al contrario de la creencia popular, la Edad Media no fue una época insalubre y plagada de enfermedades. De hecho, las enfermedades que habían causado grandes epidemias en el pasado, habían desaparecido por completo después de la caída del Imperio Romano, al desintegrarse los grandes núcleos urbanos y por lo tanto la posibilidad de contagios masivos. El que la lepra, un padecimiento de larga evolución, haya sido la enfermedad más importante de la Edad Media, indica que las condiciones de salud en Europa habían mejorado. Hoy sabemos que la lepra es una enfermedad crónica causada por el bacilo Mycobacterium leprae, cuyos síntomas tardan muchos años en manifestarse. Cuando se presentan, sin embargo, son muy aparatosos y destructivos para los pacientes.
Entre ellos se cuentan la formación de nódulos, la fascies leonina, la pérdida de sensibilidad de las extremidades, las deformidades articulares (mano del predicador) e incluso la ceguera y la parálisis facial. Su baja infectividad y la prolongada latencia de aparición de los síntomas, aunadas a las creencias religiosas y mágicas dominantes en la sociedad medieval, explican el que los leprosos fueran apartados de la colectividad y que su enfermedad haya sido considerada como algo sucio e impuro: un castigo de Dios. La importancia de la Biblia en la sociedad medieval no puede relatarse con palabras ni medirse con números.
Después de la desaparición del Imperio Romano, el cristianismo se apoderó de un mundo influenciable y débil que necesitaba desesperadamente algo en qué creer. las ideas cristianas de salvación y perdón echaron raíces en este nuevo mundo, y llegaron a él en las páginas de la Biblia. Sobra por lo tanto decir que las ideas medievales sobre la lepra surgió de los increíblemente erróneos preceptos bíblicos.
La Biblia es, sin duda alguna, el libro en el que la lepra adquiere una mayor importancia histórica y social.
La vida de los leprosos en la Edad Media fue de sufrimiento y horror. Los preceptos religiosos concernientes a la enfermedad eran categóricos en cuanto al aislamiento y la segregación de los enfermos con lepra.
Una prueba de ello es que a finales de esta era en Europa existían 18.000 leproserías en las distintas áreas endémicas.
El procedimiento medieval en cuanto al diagnóstico e identificación de la lepra no distaba mucho de los conceptos levíticos. Cuando el paciente era diagnosticado como leproso ya fuera por el médico, por el sacerdote y, en algunos pueblos, incluso por el barbero, se emitía un decreto en el que se lo declaraba como leproso. Debido a las consecuencias sociales que esto podía ocasionar, el diagnóstico tenía que ser muy bien revisado y los síntomas correctamente descritos.
El estándar de oro para el diagnóstico de la lepra era la presencia de una destrucción masiva de la cara del paciente y sólo en la presencia de este signo se debía hacer la afirmación de que se trataba de un leproso. Sin embargo, y como lo prueban muchos registros, esto no se aplicó en la mayoría de los casos ya que el mero rumor de que una persona tuviera lepra podía llevar a su reclusión en un hospital especial.
La lepra fue, además, desde el año 757 hasta finales del siglo XIV causa legal de divorcio y de pérdida de todos los bienes comunes.
Cuando la enfermedad era diagnosticada en un paciente, el sacerdote iba a su casa y lo llevaba a la iglesia entonando cánticos religiosos. Una vez en el templo, el sujeto se confesaba por última vez y se recostaba, como si estuviera muerto, sobre una sábana negra a escuchar misa.
Terminaba la homilía, se le llevaba a la puerta de la iglesia, donde el sacerdote hacía una pausa para señalar: "Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios". Luego se le recordaban las palabras del profeta Isaías, aquellas en que se establecía una relación entre Jesucristo y la lepra, para reconfortar al enfermo.
Una vez dicho esto, se llevaba al doliente a los límites de la ciudad donde se le recitaban las prohibiciones: se le prohibía la entrada a iglesias, mercados, molinos o a cualquier reunión de personas; lavar sus manos o su ropa en cualquier arroyo; salir de su casa sin usar su traje de leproso; tocar con las manos las cosas que quisiera comprar; entrar en tabernas en busca de vino; tener relaciones sexuales excepto con su propia esposa; conversar con personas en los caminos a menos que se encontrara alejado de ellas; tocar las cuerdas y postes de los puentes a menos que se colocara unos guantes; acercarse a los niños y jóvenes; beber en cualquier compañía que no fuera aquella de los leprosos; caminar en la misma dirección que el viento por los caminos. Además, se le ordenaba que cuando muriese debía hacerse enterrar en su propia casa.
Todas estas prohibiciones, se le daba al leproso su ajuar completo: una capucha de color café o gris, zapatos de piel, un par de castañuelas para avisar a la gente de su proximidad, una taza, un bastón, un par de sábanas, un cuchillo pequeño y un plato. El leproso, solo y desamparado, debía caminar hacia el campo abierto y asentar su morada alejado de todas aquellas personas que no habían sido castigadas con la lepra. Allí viviría y moriría, con suerte acompañado de su esposa (si es que ésta no pedía el divorcio), y nunca más podría presentarse en lugares públicos. En algunos lugares de Inglaterra incluso se creó el concepto de las "ventanas para leprosos". Estas ventanas, colocadas casi a ras del suelo en las paredes de las iglesias, permitían a los leprosos ver la misa desde afuera. La creación de las leproserías promovió aún más la discriminación y el miedo hacia los leprosos. Aunque pueda parecer absurdo, el desarrollo de las leproserías tuvo un efecto negativo en los enfermos y en su evolución. Esto se debió, en gran parte, a que la sociedad de la época (y los mismos pacientes), llegaron a considerar a estos hospitales como cementerios para vivos.
Puede imaginarse el efecto que tenía, sobre el paciente, el estar encerrado sabiendo que el único modo de salir era morir. Asimismo, el miedo que se tenía en la Edad Media a los leprosos y a la enfermedad (ser infectado significaba un encierro eterno) aumentó considerablemente. La construcción de leproserías tuvo un crecimiento exponencial en la Europa medieval. Muchos de estos hospitales para leprosos se encontraban adosados a hospitales "normales" que se encargaban de todas las otras enfermedades. A estos establecimientos
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