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La Muerte Y Sus Ventjas

angel50bebe14 de Abril de 2015

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A LO largo de toda la historia, los seres humanos se han angustiado ante la certeza de que no podrán escapar de la muerte. Tanto para mitigar la angustia que produce dicha certeza y la ansiedad que emana del ignorar qué habrá de suceder después de la muerte, como para satisfacer su curiosidad acerca de ésta en sí y plantear estrategias que la pospongan, se fueron desarrollando civilizaciones, religiones, historias y leyendas. Los hombres se preguntaron: ¿Qué es la muerte? ¿Por qué también yo habré de morir? ¿El ser desaparece total y absolutamente... o hay un "Más Allá"? En el siglo V, Agustín de Hipona postuló en su libro La ciudad de Dios que dicha ciudad espera a los cristianos piadosos después de la muerte y quince siglos después sus ideas aún alientan a los creyentes. Por eso Montaigne opinaba: "El perpetuo trabajo de la vida es elaborar los fundamentos de la muerte." Pero, a pesar de haberse capacitado para hablar por teléfono de un continente a otro, girar por los cielos alrededor del planeta, hacer añicos un atolón con una bomba nuclear, cambiarse las válvulas del corazón por otras de material plástico y poder averiguar de qué murió Tutankamón hace tres mil años, el ser humano sigue siendo incapaz de vencer a la muerte.

Hay quien piensa que nuestro inconsciente no acepta la idea de la propia muerte. Creemos que sí concebimos nuestro fin, aunque nuestro inconsciente nos declare inmortales. En realidad, cuanto más débil se siente un sujeto, más cree en las fantasías de inmortalidad, que también lo protegen del dolor frente a la pérdida de los seres queridos. No es educado hablar de la muerte del otro, el que murió siempre era bueno, cuando muere un ser querido morimos con él. Frente al dolor por la idea de la propia muerte o la del ser amado, el hombre primitivo inventó los espíritus y por su culpabilidad los imaginó peligrosos. Las alteraciones físicas del muerto le sugirieron la división entre el cuerpo y el alma. Se consideró al alma como la más valiosa, ya que era la sobreviviente.

El mandamiento que dice "no matarás" aparece para negar el sentimiento de triunfo que el vivo tiene acerca del muerto, muestra el linaje agresivo de la humanidad, ya que no existiría una prohibición si no existiera el deseo de matar.

Desde la más remota antigüedad la elaboración de esa angustia se ha ido enriqueciendo con la meditación de poetas y filósofos, literatos y dramaturgos, y por supuesto, sin que en ella jacte la aportación del humor. Por ejemplo, dos rabinos, acostumbrados a charlar de sus curiosidades sobre el Más Allá, convienen en que el primero que muera regresará para contarle al otro cómo es la cosa. En un momento dado, uno fallece y cierta noche, golpetea en la ventana del otro: "¡Rabino Meyer, rabino Meyer! Soy Morris, ¿recuerda nuestro pacto? Pues bien, esto es de lo más aburrido. Comemos, comemos, comemos, todo el santo día. Al siguiente continuamos comiendo, comiendo, comiendo, y al otro día volvemos a lo mismo. Por ahí tenemos un rato de actividad sexual, pero luego continuamos comiendo, comiendo, comiendo." "¿Así que ése es el Más Allá?" comenta resignadamente el rabino Meyer." "¡No, qué Más Allá ni qué ocho cuartos! —prosigue el rabino Morris— Le hablo desde una llanura de Wisconsin: ¡Estos malditos me han reencarnado en un búfalo!"

Frente a este temor cuesta creer que haya situaciones en las que el ser humano tiende a morir por motivaciones psíquicas, si bien éstas suelen ser inconscientes. El suicidio es un ejemplo familiar de esta circunstancia. El hecho de que haya existido a lo largo de toda la historia, en personas de todas las condiciones sociales, de varias edades, de ambos sexos y distribuidas sobre la Tierra, indica que responde a una motivación esencial.

LAS PULSIONES

Cuando un animal tiene una motivación seguida de una conducta muy fundamental, que no necesariamente le haya sido enseñada, sino que, por así decir, le brota espontáneamente, se habla de instintos. Cuando los psicólogos observan que una serie de conductas parecen gobernadas por un principio común, sospechan que está operando algún instinto. Así, al constatar que en todas las circunstancias un perro da prioridad a salvar su pellejo, hablan de un "instinto de conservación".

En el caso de los seres humanos, en lugar de instintos se habla de pulsiones, porque están ligadas a la experiencia y deseos del sujeto. El sujeto depende del deseo para su vida mental; este deseo lo hace moverse para buscar satisfacción, y crea la noción de perspectiva y de futuro.

Freud describió la pulsión de vida como una tendencia a construir entidades más y más complejas, y reservó el nombre de pulsión de muerte para designar la tendencia a disolver complejidades y a destruir objetos o al mismo sujeto.

Cuidar y criar a un niño no acaba con su alimentación y aseo, sino que depende también de investirlo amorosamente y brindarle un sostén cálido y seguro. Sin embargo, es inevitable frustrarlo, pues tarde o temprano advertirá que la madre, que es lo más importante para él, ama al padre y no solamente a él y que busca en el padre una satisfacción que el niño no le puede dar. En ese momento ha aparecido una prohibición característica de las sociedades humanas, ya que no hay ni se tiene noticia de que haya habido alguna que haya permitido que los hijos procreen con los padres. Esta frustración de no ser todo para la madre no podrá satisfacerse nunca. El psicoanálisis atribuye una gran importancia a este corte que despierta un sentimiento de pérdida y una ansiedad que se convierte en un verdadero motor de la psiquis. Precisamente, las pérdidas introducen al niño en un proceso de simbolización que implica hablar y pensar, y lo impulsan a buscar eternamente algo que no ha de encontrar; sin embargo, lo llevan a crear proyectos humanos, tales como querer constituir una familia, crecer, desarrollar una ciencia, un arte, participar en la política, etcétera.

En el capítulo anterior, al ocuparnos de la reacción humana frente al envejecimiento, señalamos que el crecimiento del sujeto está mental y afectivamente basado en el investir, desear, abrazar ideales. Ahora, como preámbulo al enfrentamiento con la muerte, debemos ocuparnos de lo que sucede cuando predomina, en cambio, la pulsión de muerte. Bajo este predominio, los objetos parecen prescindibles, no hacen falta, pues no hay nada que se desee conseguir: reina la quietud, el desinterés y la desconexión con todo y con todos. La pulsión de muerte aparece entonces como un deseo de no desear. Se manifiesta en las depresiones severas, los suicidios, la psicosis, las angustias catastróficas, los miedos a la aniquilación, y los sentimientos de futilidad.

Uno de los mecanismos que tiene el sujeto para resolver semejante situación es proyectar lo malo afuera de sí mismo. Surge entonces la fantasía de que si se elimina al otro se elimina al Mal. El concepto de pulsión de muerte se liga entonces con el de agresividad; los semejantes no aparecen como posibles compañeros que pueden ser amados, sino que despiertan la tentación de agredirlos, martirizarlos, desposeerlos y explotarlos. Este mecanismo se invoca para explicar los orígenes de la destructividad y la agresión al prójimo, las paranoias, los odios y guerras entre las naciones.26 [Nota 26] Las guerras, las matanzas, los homicidios, el Holocausto, son ejemplos extremos de estas situaciones. Se trata de eventos en los que el sadismo actúa con suprema eficiencia, considerando a los candidatos al exterminio como si fueran "nada", despojándolos de su investidura humana, convirtiéndolos en cosas indiferentes y no significativas. El mal es una afirmación de que el bien no tiene sentido y que se debe eliminar.

Los seres humanos interpretamos la realidad en términos de tiempo y espacio. Una vez que nos hemos ubicado en ella, que "captamos" un tiempo que "fluye" desde el pasado hacia el futuro, la experiencia nos dirá que en este futuro aguarda nuestra muerte. Desde los tiempos de los hombres de los cavernas, que mantenían "vivos" a sus muertos tiñéndoles los huesos de rojo, el dolor causado por esta visión de la muerte mueve a la mente a generar modelos e ideas que mitigan de alguna forma la angustia que genera la idea de morir. "Escapar a la muerte ha sido el núcleo de las religiones" (Unamuno, 1953). Las religiones dan por sentado que vendrán las deidades a premiar nuestra heroica muerte en combate llevándonos al Valhalla, a transportarnos en una barca por el Nilo, a reencarnamos en otros seres, a instalarnos en un paraíso.

Hoy las promesas místicas ya no resultan verosímiles y los modelos religiosos son menos eficaces para apaciguar la angustia. Es por eso que Macfarlane Burnet (1978) sostiene que tal vez el problema humano más importante es la actual remoción de todo apoyo científico y filosófico a la creencia de la persistencia personal después de la muerte. Aun aquéllos que no tienen creencias religiosas buscan perdurar a través de una identidad simbólica: cada persona desea que su nombre perdure en sus hijos, en sus obras, en su recuerdo: "Debemos plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro", reza la sabiduría popular. Hoy esa tendencia se refleja hasta en las invitaciones para dar la "Conferencia Fulano de Tal" en el Salón Mengano, del Instituto Zutano, del Centro Perengano, que ya no queda en la calle de los Sauces, sino en la Avenida comandante Tripudio González.

LA VOLUNTAD DE SEGUIR VIVIENDO

Del

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