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Las Reglas Sociales


Enviado por   •  11 de Septiembre de 2012  •  10.345 Palabras (42 Páginas)  •  420 Visitas

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Reglas relativas a la observación de los hechos sociales[*]

La primera regla y la más fundamental es considerar los hechos sociales como cosas.

I

Cuando un nuevo orden de fenómenos se hace objeto de una ciencia, se encuentran ya representados en el espíritu, no sólo por imágenes sensibles, sino también por conceptos groseramente formados. Antes de los primeros rudimentos de física y química, los hombres tenían ya, sobre los fenómenos físico-químicos, noticias que iban más allá de la pura percepción; tales son, por ejemplo, las que encontramos mezcladas en todas las religiones. Y es que, en efecto, la reflexión es anterior a la ciencia, que no hace sino servirse de ella como un método mejor. El hombre no puede vivir en medio de las cosas sin formular sus ideas sobre ellas y de acuerdo a las cuales arregla su conducta. Pero como estas nociones están más cerca y más a nuestro alcance que las realidades a que corresponden, tendemos naturalmente a sustituirías a estas últimas y a hacer de ellas la materia prima de nuestras especulaciones. En lugar de observar las cosas., describirlas y compararlas, nos contentamos entonces con tener conciencia de nuestras ideas, con analizarlas y combinarlas. En lugar de una ciencia de realidades, no hacemos más que un análisis ideológico. Sin duda alguna, este análisis no excluye necesariamente toda observación, pues se puede apelar a los hechos para confirmar estas nociones o las conclusiones que de ellas se sacan. Pero entonces los hechos sólo intervienen de una manera secundaria, como ejemplos o pruebas confirmatorias; no son objeto de la ciencia. Ésta va de las ideas a las cosas, no de las cosas a las ideas.

Claro está que este método no puede producir resultados objetivos. Estas nociones, conceptos o como se les quiera llamar, no son sustitutos legítimos de las cosas. Productos de la experiencia vulgar, ante todo tienen por objeto el poner nuestras acciones en armonía con el mundo que nos rodea; son formadas para la práctica y con ella. Ahora bien, una representación puede estar en condiciones de desempeñar útilmente ese papel y ser, .sin embargo, falsa. Después de muchos siglos, Copérnico disipó las ilusiones de nuestros sentidos respecto al movimiento de los astros, y sin embargo, es por estas ilusiones por lo que arreglamos generalmente la distribución de nuestro tiempo. Para que una idea suscite con exactitud los movimientos que reclama la naturaleza de una cosa, no es necesario que exprese fielmente esta naturaleza, sino que basta con que nos haga sentir lo que la cosa encierra de útil o de desventajosa, aquello en que nos puede servir y en que nos puede perjudicar. Y aún las nociones así formadas sólo presentan esta exactitud práctica, de una manera aproximada y únicamente en la generalidad de los casos. ¡Cuántas veces son tan peligrosas como inadecuadas! No es, pues, elaborándolas, sea cual fuere la manera de proceder, como se llegarán a descubrir las leyes de la realidad. Estas nociones son, por el contrario, algo así como un velo que se interpone entre las cosas y nosotros, y nos las disfrazan cuando nos las figuramos más transparentes.

Una ciencia de esta naturaleza, no sólo sería incompleta, sino que le faltaría materia de qué alimentarse. Apenas existe, cuando, por decirlo así, desaparece y se transforma en arte. En efecto, se considera que estas nociones contienen todo cuanto hay de esencial en lo real, pues se las confunde con lo real mismo. A partir de este momento, parecen contener cuanto es necesario para ponernos en condiciones; no sólo de comprender lo que es, sino de prescribir lo que debe ser y los medios de llevarlo a la práctica. Pues lo bueno es lo que está conforme con la naturaleza de las cosas, y lo malo lo que la contraría; y los medios de alcanzar uno y huir del otro derivan de esta misma naturaleza. Por consiguiente, si la poseyéramos sin esfuerzo, el estudio de la realidad presente no tendría para nosotros ningún interés práctico, y como es precisamente este interés lo que justifica dicho estudio, éste carecería en lo sucesivo de objeto. De esta manera, la reflexión se siente incitada a desviarse de lo que constituye el objeto mismo de la ciencia, a saber el presente y el pasado, para lanzarse de un solo salto hacia el porvenir. En lugar de tratar de comprender los hechos adquiridos y realizados, trata de realizar otros nuevos, más conforme con los fines perseguidos por los hombres. Cuando cree saber en qué consiste la esencia de la materia, emprende, acto continuo, la búsqueda de la piedra filosofal. Esta usurpación del arte sobre la ciencia, que impide el desarrollo de ésta, se ve por otra parte favorecida por las mismas circunstancias que determinan el despertar de la reflexión científica. Pues como su nacimiento se debe única y exclusivamente a la satisfacción de necesidades vitales, se encuentra naturalmente orientada hacia la práctica. Las necesidades Ve está destinada a satisfacer son siempre apremiantes, y, por consiguiente, ha de apresurarse a obtener su fin; estas necesidades no reclaman explicaciones, sino remedios.

Esta manera de proceder es tan conforme con la inclinación natural de nuestro espíritu, que se la encuentra en el mismo origen de las ciencias físicas. Es la que diferencia la alquimia de la química y la astrología de la astronomía. Es por ella que caracteriza Bacon el método que seguían los sabios de su tiempo, y que él combate. Las nociones de que acabamos de hablar son las nociones vulgares o praenotiones(1) que Bacon señala como la base de todas las ciencias(2) y en las cuales substituyen los hechos.(3) Son las idola, especie de fantasmas que desfiguran el verdadero aspecto de las cosas, y que tomamos, sin embarro, por las cosas mismas. Y como este medio imaginario no ofrece al espíritu resistencia alguna, no sintiéndose éste contenido por nada, se abandona a ambiciones sin límites y cree posible construir, o mejor reconstruir el mundo con sus solas fuerzas y a la medida de sus deseos.

Si esto sucedió en las ciencias naturales, nada tiene de extraño que pasara lo mismo con la sociología. Los hombres no han esperado a la ciencia social para forjar sus ideas respecto del derecho, de la moral, de la familia, del Estado y de la misma sociedad, pues estos hombres las necesitaban para poder vivir. Ahora bien, es precisamente en sociología donde estas prenociones, para usar otra vez la expresión de Bacon, están en condiciones de dominar a los espíritus y de sustituirse a las cosas. En efecto; las cosas sociales sólo se realizan por los hombres; son un producto de la actividad humana. Estas

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