Mitos Y Realidades De Las Hienas
jeybukowski7 de Marzo de 2014
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Adaptación y desarrollo
11. Mitos y realidades de las hienas
Admito libremente que la hiena manchada, la que se ríe, no es el animal más hermoso que imaginarse pueda.
Aun así, difícilmente podría ser merecedora de la lamentable reputación que le fue impuesta por parte de
nuestros ilustres antecesores. Existen tres mitos acerca de las hienas que fueron los que inspiraron los
comentarios, llenos de repugnancia, de los textos primitivos.
En primer lugar, las hienas eran consideradas animales carroñeros. En su Historia natural, Plinio el Viejo
(23-79 d.C.) se refería a ellas diciendo que eran el único animal que excavaba las tumbas en busca de
cadáveres (ab uno animali sepulchra erui inquisitione corporum). Conrad Gesner, el gran catalogador de la
historia natural del siglo XVI, contaba que se atiborran glotonamente al encontrar un cadáver, que sus panzas
se hinchan quedando tensas como un tambor. Después buscan algún lugar estrecho entre dos árboles o dos
piedras, y se estrujan para atravesarlo, expulsándose los restos de sus comidas simultáneamente por ambos
extremos.
Hans Kruuk, que pasó años estudiando las hienas manchadas en su hábitat natural (las llanuras del África
oriental), ha trabajado mucho por anular estos antiguos mitos (véase su libro The Spotted Hyena, University
of Chicago Press, 1972). Nos informa de que las hienas comen carroña cuando tienen oportunidad de hacerlo.
(La mayor parte de los carnívoros, incluyendo al noble león, se atiborrarán encantados de la carne muerta
gracias al esfuerzo de algún otro carnívoro.) Pero las hienas manchadas viven en clanes de caza compuestos
por hasta ochenta animales. Cada clan controla un territorio y mata la mayor parte de sus alimentos
(fundamentalmente cebras y ñúes) en persecuciones comunales nocturnas.
Como segundo insulto, las hienas eran generalmente consideradas como híbridos. Sir Walter Raleigh las
excluyó del Arca de Noé dado que creía que Dios sólo había salvado purasangres. Las hienas fueron
reconstituidas tras el Diluvio por la unión antinatural de un perro y un gato. De hecho, las tres especies
actuales de hienas forman una familia propia en el seno del orden Carnívoros. Sus parientes más próximos
son los mustélidos (las comadrejas y sus afines).
10. Similitud entre los genitales del macho y de la hembra en la hiena manchada. Hilera superior,
aspectos del pene del macho. Hilera inferior, aspectos similares del clítoris de la hembra (de Harrison
Matthews, 1939).
Como borrón final, y falso, en su cartilla, y con la mayor de las injusticias, muchos escritores antiguos
afirmaban que las hienas eran hermafroditas, siendo portadoras de órganos tanto masculinos como femeninos.
Los bestiarios medievales, en su continuo intento de extraer deducciones morales de la depravación de las
bestias, se concentraron en esta supuesta ambivalencia sexual. Un documento del siglo XII, traducido por T.
H. White, declaraba:
podría parecer que este artículo representa otro borrón en la reputación de la rueda (aunque no sea así).
Deseo plantear otra cuestión que parece ponerle límites a la rueda. Buena parte de la tecnología humana
surgió recreando el buen diseño de los organismos. Si el arte es el reflejo de la naturaleza y si las ruedas son
un invento de tanto éxito, ¿por qué los animales andan, saltan, vuelan, se arrastran, nadan y nunca ruedan (al
menos no sobre ruedas)? Bastante malo es que las ruedas, como artefacto humano, no sean siempre
superiores al trabajo de la naturaleza. ¿Por qué ésta, tan variopinta en sus actividades, ha pasado también por
alto la rueda? ¿Acaso es la rueda un mecanismo poco eficaz para desplazarse, después de todo?
En este caso, las limitaciones están en los animales, no en la eficacia de la rueda. Una vulgarización de la
evolución, que aparece en multitud de narraciones populares, presenta a la selección natural como un
principio perfeccionador, tan preciso en su funcionamiento, tan libre de trabas en su actuación, que los
animales acaban encarnando un juego de planos de ingeniería para una forma óptima (véase el ensayo 11). En
lugar de sustituir el antiguo «razonamiento a partir del diseño» (la idea de que puede demostrarse la
existencia de Dios a través de la armonía de la naturaleza y la sabia construcción de los organismos), la
selección natural pasa a ocupar el antiguo papel de Dios como principio perfeccionador.
Pero la prueba de que ha sido la evolución, y no el fiat de un agente racional, la que ha construido los
organismos yace en las imperfecciones que registran una historia de descendencia y refutan la creación a
partir de la nada. Los animales no pueden desarrollar multitud de formas ventajosas porque los esquemas
estructurales heredados se lo impiden. Las ruedas no presentan defectos como modo de transporte; estoy
convencido de que a muchos animales les iría mucho mejor con ellas. (La única criatura lo suficientemente
inteligente como para construirlas, después de todo, les ha sacado un buen partido, a pesar de la superioridad
de los camellos en determinadas circunstancias.) Pero los animales no pueden construir ruedas a partir de las
piezas que les suministra la naturaleza.
Como principio estructural básico, una verdadera rueda debe girar libremente, sin estar físicamente fusionada
al objeto sólido que mueve. Si la rueda y el objeto están físicamente ligados, entonces la rueda no puede girar
libremente mucho espacio, y debe girar de vuelta, ya que, en caso contrario, los elementos de conexión se
romperían por la tensión acumulada. Pero los animales deben mantener una conexión física entre todas sus
partes. Si los extremos de nuestras piernas fueran ejes y nuestros pies ruedas, ¿cómo podrían la sangre, los
nutrientes y los impulsos nerviosos salvar el espacio, para alimentar y dirigir las partes móviles de nuestros
patines naturales? Los huesos de nuestros brazos tal vez estén o no estén en contacto, pero necesitamos las
envueltas que los rodean formadas por los músculos, los vasos sanguíneos y la piel; y, por lo tanto, no somos
capaces de rotar nuestros brazos ni siquiera una sola vuelta en torno al hombro.
Estudiamos a los animales para ilustrar o ejemplificar las leyes de la naturaleza. El principio más elevado
de todos podría ser el equivalente, en la naturaleza, al axioma de que para cada regularidad duramente
ganada y reconfortante, podemos encontrar una excepción. Sin duda, alguien allá fuera tiene una rueda. De
hecho, en este mismo momento, hay millones de ruedas girando en la tripa del lector.
Escherichia coli, el bacilo común del intestino humano, mide alrededor de dos micras de longitud (una
micra es una milésima de milímetro). Impulsado por largos flagelos, un E. coli puede nadar alrededor de diez
veces su longitud en un segundo. En caso de que nadar pudiera parecer fácil para un organismo
prácticamente inmune a la fuerza de la gravedad, que se desplaza a través de un fluido de soporte fácil de
atravesar, me gustaría señalar que es peligroso extrapolar nuestras perspectivas al mundo de las bacterias. La
viscosidad percibida de un fluido depende de las dimensiones del organismo. Si hacemos disminuir el tamaño
de un organismo, el agua se convierte inmediatamente en melaza. Howard C. Berg, el biólogo de Colorado
que demostró cómo operan los flagelos, compara a una bacteria moviéndose a través del agua con un hombre
intentando nadar en el asfalto. Una bacteria no puede deslizarse. Si sus flagelos dejan de moverse, la bacteria
se detiene abruptamente en menos de una millonésima parte de su longitud. Los flagelos funcionan
magníficamente bien en circunstancias difíciles.
Una vez que Berg modificó su microscopio para seguir la pista a bacterias individuales, percibió que E. coli
se desplaza de dos maneras distintas. Puede «correr» nadando sin interrupción a lo largo de una línea recta o
ligeramente curva. Después se detiene abruptamente y se agita de un lado para otro: se «revuelve» en la
terminología de Berg. Después echa a correr en otra dirección. Las «revoluciones» duran una décima de
segundo y se producen, por término medio, una vez cada segundo. La temporización de las «revoluciones» y
la dirección de las nuevas carreras parecen ser totalmente aleatorias, a menos que exista una elevada
concentración de algún señuelo químico en alguna parte del medio. La bacteria se desplazará entonces
gradiente arriba hacia el producto atrayente, disminuyendo la probabilidad de la «revolución» cuando una
carrera al azar la lleva en la dirección apropiada. Cuando una carrera la lleva en dirección equivocada, la
«revolución» sigue siendo de duración y frecuencia normales. Las bacterias, por lo tanto, se dirigen hacia el
producto que las atrae incrementando la longitud de sus carreras en las direcciones apropiadas.
El flagelo bacteriano está formado por tres partes: un filamento largo y helicoidal, un segmento corto
(llamado gancho o anclaje) que conecta el filamento a la base del flagelo y una estructura basal empotrada en
la pared
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