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Análisis de géneros drámaticos


Enviado por   •  18 de Marzo de 2021  •  Tareas  •  1.842 Palabras (8 Páginas)  •  77 Visitas

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Cristina

Era una cálida y común tarde de primavera en el pueblo de “Los Agustín”. Un pueblo pequeñito y no muy alejado del mar donde la unión y las buenas costumbres abundaban entre los pobladores. De hecho, una de las cosas que caracterizaban a dicho lugar era la obediencia con la que respondían los habitantes ante cualquier situación.

        La tarde estaba muy soleada y en la plaza principal todos los “agustinos” estaban trabajando o estudiando con esmero para terminar el día e ir a casa. De pronto, una carroza se estacionó en el kiosco de la plaza y de ella bajó una pelirroja y atractiva joven, quien vestía un hermoso vestido color coral y le rodeaban varias personas uniformadas. Los agustinos estaban impactados con los hermosos ojos azules que tenía la joven, esos ojos encendidos, brillantes.

La chica comenzó a recorrer la plaza con seguridad, con cada paso transmitía una huella que dejaba a todos anonadados. Los habitantes del pueblo jamás habían visto a una mujer tan radiante, parecía “un querubín”, dijeron algunos. Mientras Cristina – que así era el nombre de aquella misteriosa joven – recorría la plaza, todos se preguntaban quién podría ser y que haría una jovencita en un como el pueblo el de “San Agustín”; sin embargo, nadie se atrevió a dirigirle una sola palabra.

-¡Sobrina!- Se escuchó a lo lejos.

Era la voz de don Guzmán Agustín, el representante del pueblo desde hacía doce años y que se había convertido en unos de los más queridos hasta entonces. Él iba saliendo del palacio principal e iba decidido a darle la bienvenida y un gran abrazo a su sobrina, quien viviría con ellos un par de meses puesto que hacía muy pocos sus padres perdieron la vida. Pensaba que el trabajo de campo le haría bien y luego tal vez podría regresaría a casa para intentar culminar su carrera.

- Cuánto has crecido, Cristina. Te recordaba más rellenita – dijo Guzmán cuando estuvo frente a su sobrina, lo siento tanto.

- Lo de mis padres y la escuela me ha absorbido de más, tío – respondió Cristina con una sonrisa apagada.

-Entra, hija. Rita te mostrará la habitación que dispusimos para ti, sólo no demores mucho, ya casi está lista la comida –

La habitación de Cristina era una de las más grandes de la hacienda. Tenía un peculiar olor a lavanda y un balcón que daba al campo.

- El sol sale bien bonito en las mañanas, niña – afirmó Rita, la anciana sirvienta que le ayudaba a guardar su equipaje

Cuando la mayoría de su equipaje estuvo ordenado, Cristina decidió bajar a comer. En la mesa ya le esperaban su tío Guzmán, la tía Dalia – esposa de Guzmán -, sus primos Gregorio y Teresa y los gemelos Humberto y Roberto.

- Te esperábamos, prima. Siéntate – Dijo Gregorio mientras recorría una silla para que Cristina pudiera sentarse.

La sobremesa de aquel día duró poco más de dos horas, pues Cristina contó con esmero los experiencia y recuerdos que vivió con sus padres, también hablo sobre el colegio, los proyectos que tenía en mente y cómo era la vida en la ciudad, incluso aconsejó a Teresa sobre algunas carreras. Aunque la plática había comenzado pesada llena de amurria, poco a poco se había tornado plena. La tía Dalia le pidió a Cristina que le ayudase a educar a los gemelos ya que, al ser niños rescatados de un río, les hacía falta tomar clases de etiqueta.

Transcurrieron algunas semanas y, poco a poco, Cristina fue aceptado su nueva vida y convirtiéndose en un ente cercano para todos. Ya no se trataba de la misteriosa chica pelirroja estudiante de maestra que había escapado de la ciudad por la muerte de sus padres ahora era “Cristina la consejera”. Le habían apodado así porque, después de unos meses decidió que abrir su propia escuela no era mala idea, además. Cristina había decidido abrir un taller para jóvenes donde pudiera instruir sobre literatura, artes, libertad de expresión y decisión y sobre todo amor propio. Cristiana había logrado sentirse nuevamente acompañada y por primera vez en muchos meses pensó que podría pertenece a una familia nuevamente.

Un viernes, cuando las clases y las charlas del taller habían culminado y el sol estaba ocultándose, Cristina había decidido quedarse más tiempo en el salón que tenía para hacerle algunos arreglos, terminar sus pendientes y así llegar a casa a descansar. Ella estaba limpiando los libros cuando una pequeña y rugosa mano tocó su hombro y Cristina volteó inmediatamente para ver quién era. Se trataba de una anciana que, por su ropa y su fétido olor, parecía llevar meses viviendo en la calle. Aunque Cristina intentó disimular su desagrado por ella, no pudo evitar dar unos pasos hacia atrás para alejarse y que el olor no fuera tan penetrante.  

        La anciana tenía ojos amarillentos y detestables, sus pestañas tenían lagañas y, en la barbilla, tenía una especie de barba que confirmaban su avanzada edad. Llevaban para entonces, cerca de dos minutos mirándose sin decir nada la una a la otra, así que Cristina le sonrió a la anciana e intentó iniciar la plática, pero la anciana le interrumpió:

  • Este no es un buen lugar para ti, vete –
  • ¿Cómo? – Respondió Cristina con extrañeza
  • No perteneces aquí. Tu y tus ideales sobran en este jodido pueblo, huérfana –
  • ¿Có… ¿Có… ¿Qué? – Dijo Cristina mientras sentía cómo sus manos comenzaban a llenarse de sudor
  • Tus ideales y tú sobran en este jodido pueblo – Repitió la anciana, esta vez con una voz menos avejentada
  • Discúlpeme, no estoy entendiendo, señora –
  • Lárgate ahora que puedes – Gritó la anciana

Cristina estaba sudando y sentía un enorme vacío en el estómago. Por primera vez dentro de su estancia en el pueblo se sentía intimidada y tenía ganas de salir corriendo; sin embargo, sus pensamientos se desviaron cuando escuchó unos terribles gritos que parecían venir de afuera:

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