COLOMBIA Y LA MUERTE.
LexellTrabajo15 de Marzo de 2017
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COLOMBIA Y LA MUERTE:
LAS TRAGEDIAS INCONCLUSAS
JORGE ARISTIZABAL GAFARO
De todos los problemas de la sociedad colombiana el más grave, en sentido antropológico, es el retraso cultural, la irresolución de los problemas de autoridad, de los valores y de la afectividad impide la consolidación de nuestras instituciones y nos aleja de la libertad y de la dignidad, que son las condiciones para la generación de conocimientos y bienestar material sostenible. Este diagnóstico no es nuevo; en 1819 SIMON BOLIVAR señalaba en la carta de angostura que sometidos “al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no henos podido adquirir, ni saber, ni poder, ni virtud” y precisamente porque en Colombia el panorama es similar tras casi dos siglos, es obligación colectiva maximizar esfuerzos para la desconstrucción del “triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y de vacío, no hemos podido adquirir, ni sabe, ni poder, ni virtud “. Y precisamente porque en Colombia el panorama es similar tras casi dos siglos, es obligación colectiva maximizar esfuerzos para la desconstrucción del “triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vacío” con miras a establecer sus posibilidades de desmonte real.
Se trata, por supuesto, de una tarea colosal cuya mayor dificultad estriba en la simultaneidad de sus objetos: construcción del liderazgo, construcción de la historia y construcción de relaciones. En lo que nos corresponde, consideramos que es tiempo de resplandecer el objeto, pensar no solo la violencia –que en cuanto abstracción agita un mar de estadísticas donde naufragan de acción individua---, sino examinar nuestra encrucijada social desde una perspectiva necrosémica, es decir, desde una visión transdiciplinaria (semiótica, antropología, historia y psicoanálisis) de lo tanatológico (el cadáver como texto y el difunto como la lectura ) para que mediante el análisis estructural de la narrativas sociales podemos determinar lo que se esconde tras nuestras actitudes ante la muerte y más exactamente, tras su sistemática y por lo mismo muy significativa negación.
Nos animan en este propósito las hipótesis de que el núcleo de nuestra problemática general es nuestra incapacidad para asumir la muerte; que pese a las 30 mil muertes violentas que ocurren cada año, el nuestro es un país de muertos sin muerte; que la desaparición de 27 mil civiles resalta esa otra guerra que vive el país como resultado de la falta de autoridad, de patrimonio ético y de cohesión social, y que esta situación alimenta y se nutre de una repetición de relatos sin termino, de in girar en círculos sin hallar salida; en suma, de unos relatos que se perpetúan sin Eleos ni phobos y por lo tanto, sin catarsis, a modo de unas tragedias extrañas, de unas tragedias inconclusas
1, Estructura de la tragedia
Recordemos que la vigencia de la tragedia (tragoidia) obedece precisamente a la articulación de las experiencias que Aristóteles denomina Eteos, phobos y catarsis. Prescindiendo de rigor, anotemos que el Eloes es la identificación del espectador con el héroe por medio de las virtuales y cualidades de este, ya que por tales rasgos se logra que quiera parecérsele y pueda, mediante ejercicio mimetico, apropiarse de su lugar se trata, por supuesto, de una trampa estética, pues en realidad tal identificación prepara al espectador para que viva como propio el phobos, el horror de los hechos trágicos que falta (hamartia) y la soberbia (hybris) precipitan sobre el héroe y que, en contraste con el eleos, produce la catarsis o purga del horror los males representados. Por lo tanto, la tragedia es una experiencia saludable porque, identificado con el héroe, el espectador disfruta como propia la conjura del mal y porque aun si el héroe sucumbe, al volver a su realidad, igual logra tal conjura. En suma, la catarsis se obtiene a condición de que el espectador se identifique con el héroe y viva plenamente el horror; de lo contrario no puede haber purga, conjura o exorcismo de los males, ya no en la representación, sino en la realidad misma.
Desde luego, las réplicas de tan precaria descripción, se sumaran las objeciones al procedimiento de extraer conclusiones mediante la comparación de relato y realidad. Lo último nos preocupa menos, primero, porque es un método legítimo, según lo prescriben la antropología, el psicoanálisis y por supuesto la semiótica; segundo porque la construcción social de la realidad se opera en el lenguaje y por él, y , tercero, porque en cuanto sistema de signos, articulación de códigos y circulación de sentidos, la cultura es texto, susceptible de ser leída como tal y abordable como estructura de significación de la que pueden extraerse isotopías figurativas, temáticas y narrativas presentes en los textos, que la integran. Esto, parra no mencionar la condición fractal y rizomatica del ser humano y de la sociedad, es decir, la sujeción de ambos a unos diagramas que derivan del régimen del lenguaje y de los cuales hemos recibido confirmación por parte de saberes y narrativas. Así pues, se la tragedia es mimesis (imitación), válganos entonces para explicar esa realidad que al negar la muerte, actualiza tres estructuras narrativas: la del fratricidio, la del terrorismo y la del desgarramiento afectivo.
2. muerte y cultura.
Si en algo coinciden las ciencias naturales y las humanas es en la conveniencia de dialogar con los muertos en aras de obtener sabiduría. Cadáver y difunto son las caras de una misma moneda y, por lo mismo, objetos de dos tipos de mirada que, no obstante, se avienen en que al morir como individuo se nace como especie. En efecto, el tabú del cadáver en descomposición y de los sentimientos de dolor y miedo que inspiran los muertos obran para que desde el punto de vista de una lógica cultural los seres humanos opongan inicial mente la muerte a la vida en contra vida de la dialéctica, que advierte la lógica natural, habida cuenta de que todo organismo comienza a morir desde el instante mismo en que nace y que la muerte forma parte del proceso de regeneración vital. De ahí para las ciencias naturales, con la biología a la cabeza, no haya existido la muerte sino el cadáver, que en cuando objeto concreto ha permitido conocer positivamente el destino del individuo y prever desde sus dominios mejoras en las condiciones de vida de la especie. Semejante atención ha sido retribuida: las revelaciones del cadáver han facilitado la comprensión no solo de la estructura y funcionamiento de los sistemas vitales, sino también de las condiciones que causan su deterioro y detención, lo cual ha posibilitado el desarrollo del amplio espectro de especialidades médicas y de sus diversos correlatos , como la inmunología, la biogenética, la química farmacéutica y las tecnologías quirúrgicas, frentes desde los cuales la humanidad se alza en su lucha contra el dolor, la enfermedad y el envejecimiento.
Por otra parte y aun con las particularidades de su lógica, la mirada cultural determina apuntando en la misma vía. Al detenerse ya no el cadáver sino en el difunto, aparece la idea de muerte que, como abstracción, es campo fértil para la metafísica, la tecnología y la imaginación en la conjura del horror que suscita el inexorable no ser, toda vez que la muerte es vivida de manera particular según las ideas matrices de los distintos sistemas socioculturales. En efecto, las valoraciones y las actitudes respecto de la muerte varían de una sociedad a otra y por lo mismo, muchas de las conclusiones que el científico obtiene de un grupo humano, no tienen validez para otros, de suerte que, por ejemplo, el ritual funerario y las actitudes hacia el difunto ofrecen características enteramente diversas entre una cultura que concibe la muerte como castigo y otra que la concibe como liberación tratándose de occidente, hay, no obstante, algunos principios universales. El más importante es que la separación de los muertos es no solo una condición de higiene ambiental (estética), si o social (ética y política). En tal sentido, el ceremonial funerario crea las condiciones para el reconocimiento y el dialogo con los difuntos en procura de favores y tutela, evidenciando que pese al dolor y el miedo, la negación no puede ser indefinida. En otras palabras, la inhumación de los muertos como a la de los vivos, de lo que se obtiene tranquilidad para unos y salud fisca y espiritual para otros. Así, toda sociedad medianamente sana entiende que de la actitud ante la muerte dependen sus actitudes ante la muerte dependen sus actitudes ante el poder y el placer, pues de la comprensión de la muerte, de su aceptación y de su valoración deriva el patrimonio ético para acatar y ejercer la autoridad y para regular la economía de los placeres orientándolos hacia la trascendencia por vía de la efectividad y la sensibilidad.
Un haz de certeza fundamentales emerge con nitidez del dialogo con los muertos. En primer lugar, una conciencia de condición humana, toda vez que tanto para opresores como para oprimidos la muerte ofrece, a diferencia de la vida, un lugar común, un mismo y fatal destino, una unidad en la nada que señala las calamidades de la disolución del todo y el compromiso de fraternidad para preservarnos como especie. En segundo lugar, una conciencia sobre la precariedad del ser individual, pero, también sobre la trascendencia del ser colectivo. Al interpelarnos en nuestro ser individual la muerte no solo nos dice que tan breve es nuestro paso por la vida, sino que precisamente por breve ese instante debe ser disfrutado a plenitud. Al interpelarnos en nuestro ser colectivo, la muerte nos invita a contar con los demás para lograr placer, aunque abocándolos al compromiso de servir, de reproducir la vida y de empeñarnos en ella para perpetuarla, para que al trascender como especie, alcance sentido nuestra efímera existencia individual.
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