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CURSO ETICA UNAD

diegoangel200614 de Julio de 2014

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CURSO DE ÉTICA

UNAD

LECCIÓN 1. EL SER HUMANO: UN ANIMAL A LA DERIVA

El escritor francés Georges Perec escribió una vez que “el problema de la elección [era] el problema de la vida entera” (Perec, 27, 2007). Sin duda alguna, el ser humano está irremediablemente obligado a elegir, a actuar en el mundo, a construir su propio destino (incluso, dado el caso en que se niegue a hacerlo está ya, de por sí, eligiendo). En esto han coincidido muchos pensadores al sugerir que el ser humano es el único animal que, además de vivir, en sentido biológico, «actúa», y, en consecuencia, tiene que dirigir su propia vida tomando elecciones. Pero veamos más de cerca esta idea.

En el contexto de la cultura occidental, que tiene sus raíces en la antigua Grecia, el ser humano es considerado como un animal racional que tiene necesariamente que pensar el mundo y actuar en él, eligiendo entre las distintas posibilidades que se le presentan (Aristóteles, 1998). Según esto, y desde una mirada contemporánea, el cerebro sería el instrumento que la naturaleza nos ha dado para poder pensar y transformar la naturaleza, a fin de poder sobrevivir, y no sólo eso, sino también de lograr edificar un mundo a imagen y semejanza de nuestras expectativas. La naturaleza parece habernos arrojado al mundo sin ningún tipo de programación y sin ningún tipo de habilidad física para poder contrarrestar la severidad del entorno natural, pero nos dotó, a diferencia de otros animales, con la capacidad de razonar para así poder elegir y transformar el mundo (París, 2000).

Sin muchas habilidades físicas, y sin un plan predeterminado que oriente nuestra vida, el ser humano tiene que inventarse a sí mismo en el mundo. Es un ser desprovisto de especialización, que a través de la razón, mediadora de su relación con el mundo, ha logrado adaptarse al mundo y, más importante aún, adaptar el mundo a sus propios intereses. Los seres humanos tenemos un órgano sumamente importante y supremamente complejo que nos ha permitido desarrollar, precisamente, la capacidad de actuar y razonar[1]. El cerebro nos permite razonar y, de esta manera, actuar; la razón es la que dota a la existencia humana de su posibilidad de proyección y elección en el mundo. A esto se debe el inmenso orgullo que tiene la especie humana de sí misma[2], pues ha sido gracias a ella que ha podido edificar un opulento mundo material y cultural. El ser humano es un animal de posibilidades, y la razón es nuestra herramienta para poder discernir cuáles de ellas tenemos que elegir y cuáles son los criterios para preferir unas y no otras. Independientemente de que situemos el origen del ser humano en Dios o en el animal, es fundamental reconocer el hecho de que el ser humano está en el mundo, que tiene la capacidad, y sobre todo la necesidad, de interpretarlo y transformarlo, para crear y recrear su vida, tanto individual como colectiva, sin ningún objetivo preestablecido de antemano, sino como un desafío común al que estamos condenados[3] todos los seres humanos.

Para profundizar en lo que hemos venido diciendo, consideremos al ser humano en sí mismo. ¿Qué es aquello que lo distingue de otros animales? Según Arnold Gehlen, el aspecto distintivo del ser humano es que es un «ser práxico», es decir, que actúa en el mundo (Gehlen, 1980). Esta definición no resulta ser muy distintiva después de todo, ya que uno podría pensar que la «actividad» es algo característico de todos los seres vivos; incluso se podría objetar a esta respuesta que vivir es, en cierta medida, actuar. Sin embargo, Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, señaló, hace más de dos mil trescientos años, que los demás animales no actúan. Según el filósofo estagirita, «actuar» es algo más que alimentarse y reproducirse. «Actuar» es poder llevar a cabo un proyecto, más que satisfacer un instinto. En palabras del filósofo español, Fernando Savater, “las acciones tienen que ver con diseños de situaciones virtuales que no se dan en el presente, con el registro simbólico de posibilidades que no se agotan en el cumplimiento de paradigmas establecidos en el pasado sino que abren a futuros inéditos e incluso disidentes” (Savater, 2003).

Los seres humanos actuamos en la medida en que no sabemos realmente que es lo que hay que hacer: estamos a la deriva. Tenemos que prever en la incertidumbre; intervenir la realidad para transformarla; proyectar posibilidades y elegir.

Ésta es quizás la diferencia más importante entre nosotros y los demás animales: no tenemos que cumplir un programa en sentido estricto, tenemos que diseñarlo y rediseñarlo indeterminadamente. Claro, los seres humanos tenemos unas pautas biológicas de comportamiento que nos determinan como especie. Sin embargo, nuestra evolución biológica nos ha llevado a una apertura simbólica (cultura) que a través del aprendizaje y la comunicación nos ha permitido estructurar un mundo propio. En otras palabras, nuestra capacidad proyectiva tiene raíces biológicas pero no se agota en ellas. Entendiendo la cultura como una totalidad compleja (París, 2000) que comprende prácticas, representaciones de mundo, códigos morales, realizaciones expresivas, procesos de comunicación y formas de organización, no podemos limitar nuestra investigación sobre el ser humano a definiciones convencionales y cerradas. Sin embargo, los seres humanos somos animales que en el proceso evolutivo hemos desarrollado cierta capacidad: La biología nos ofrece recursos nuevos que nos permiten explorar diversas posibilidades para orientar nuestra vida y nuestra capacidad de adaptación (Harris, 1971). Este aspecto es de vital importancia para el contenido de este módulo, porque nos permite identificar las complejas relaciones metabólicas entre los seres humanos y la Naturaleza, e identificar los desajustes de dicha relación.

Retomando lo señalado unos párrafos más arriba, podemos decir que el cerebro nos ha permitido adaptarnos creativamente al medio. Nuestras carencias en otros ámbitos, y nuestra mala dotación instintiva, se “compensa” con la prolongación del cuerpo en la cultura como acción, es decir, como capacidad de conocer, deliberar, valorar y elegir, además de las distintas relaciones metabólicas de transformación del medio. Los seres humanos tenemos que reflexionar sobre nuestra vida, sobre su finalidad y los medios para llevar a cabo nuestros objetivos. Esto no sólo nos impone una responsabilidad específica con nosotros mismo, sino que además instaura un medio diferente, pero articulado, al medio ambiente natural, es decir, la sociedad. No estamos obligados a vivir de esta u otra forma, pero sí a convivir con otros seres humanos, aprendiendo y ayudándonos mutuamente (Savater, 2003). Sobre esto volveremos en el capítulo 3.

En este orden de ideas, podemos afirmar que la naturaleza humana es dinámica, dialéctica y articulada, y comprende tanto lo biológico como lo cultural, marcando la pauta de una apertura natural hacia un universo simbólico que le permite modificar su manera de comprender el mundo, crear nuevos valores, así como transformar su entorno de manera creativa. La acción, y en esa medida, nuestra capacidad de elección, son vitales: no se trata de una capacidad optativa de la que podamos prescindir, es una necesidad esencial de la que dependemos como especie y como sociedad. En este sentido, es de suma importancia reconocer, no sólo las posibilidades, sino las responsabilidades, que como animales racionales tenemos, a fin de establecer nuestros deberes con otros seres humanos y con la Naturaleza en su conjunto.

Definitivamente, el problema de la elección constituye el problema humano por excelencia: cómo elegir y bajo qué criterios hacerlo no resulta ser, pues, una cuestión menor, sino el problema de la vida misma. En palabras de Sartre, estamos condenados a la libertad. Ante un mundo de incertidumbre, y sin una orientación preestablecida, el ser humano tiene que preguntarse, una y otra vez, “¿qué es lo que voy a hacer y por qué?”, a fin de encontrar los principios orientadores de su conducta.

LECCIÓN 2. LA ÉTICA COMO FILOSOFÍA MORAL

“Si el ser humano

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