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Ciclo Pedagógico “El Fin de Enseñar Literatura”

morgaineMonografía25 de Abril de 2019

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Universidad del Salvador

Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social

Ciclo Pedagógico

“El Fin de Enseñar Literatura”

        Asignatura: Fundamentos de la Educación

        Profesor/a: Celia Romani

        Alumno/a: Aileen Patricia Nöllmann

        Comisión: 18

        Cursada: 1º cuatrimestre del 2004, sábados

        Mail: morgaine@fibertel.com.ar

El Fin de Enseñar Literatura

Introducción

        

        Muchos estudiosos, filósofos, hombres de letras se han preguntado a lo largo de la historia por el fin de la literatura, y ha sido una cuestión problemática por la diversidad de respuestas que esta pregunta ha suscitado, cada una correspondiente a diferentes posturas filosóficas o antropologías filosóficas. Hubo incluso opiniones negativas acerca de la existencia de ese fin. Toda monografía acerca del fin de la enseñanza de la literatura no puede dejar de lado esta problemática capital, y que en la época en que vivimos, afecta a la concepción que profesores, maestros, padres y todo tipo de educadores tienen acerca de la importancia de esta materia para la vida humana. Pues no es desdeñable la desvalorización que ha sufrido la literatura en estos últimos tiempos, a nivel medio hubo dos movimientos: El primero a hacer recaer su valor metonímicamente en una de sus partes, en su sustento material, en el libro más que en su contenido. No faltan ensayos sobre el peligro de la desaparición del libro, o sobre la falta de lectura en los jóvenes de hoy. Parecería que se estudia literatura porque hay que leer y el saber leer bien es la única utilidad que nos da la literatura. Se puede leer cualquier cosa, desde las revistas de moda, los best-sellers, los catálogos de promociones del supermercado, humor y pornografía, lo importante es leer mucho, y en su defecto decorar habitaciones con volúmenes pesados ya que eso queda bien. El valor de la literatura esta más en su instrumento que en su objeto, y es un valor cuantitativo, no cualitativo. El segundo movimiento a nivel medio fue que o se tomó la literatura como medio del habla particular, es decir, como expresión de la subjetividad e identidad cultural de un pueblo; o como expresión de todas las posibilidades del lenguaje, la literatura como medio de estudio de la lingüística para los profesionales y como cultura general para el hombre común. El crimen de la primera concepción sería dejar de lado a Shakespeare, a Kafka, a Chejov y a tantos otros; el de la otra, hacer que el saber literario se reduzca a un mero privilegio, un lujo para quienes tienen tiempo de dedicarse a ello. De todas maneras aparece como un saber devaluado, la educación en literatura ha dejado de ser un fundamento para la persona, algo que forme parte de la esencia del hombre, ha dejado de ser pertinente para la sociedad globalizada. De allí que se reduzcan los programas, que éstos sean formulados deficientemente, que se enseñe sólo literatura argentina, o sólo la suficiente como para darle al joven cierta ‘cultura’.  

        Y eso es sólo a nivel medio, la literatura en la enseñanza superior sufre más encarnizadamente de las concepciones divergentes acerca del fin de la literatura, y la postura del educador determina su forma de enseñarla y lo que los alumnos reciben de la importancia del estudio de aquello a lo que dedicarán horas de investigación, de lectura placentera, de creación. Si la literatura es una estupidez, como exclamaba Rimbaud, ¿para qué estudiarla? ¿Con qué fin enseñarla?

        Pero la literatura es mucho más que lectura, que identidad de un pueblo, que cultura general, la literatura es un fin en si misma y merece ser enseñada de un modo acorde a ese fin. Por lo ello voy a recorrer diferentes conceptos que se han tenido acerca de esta causa eficiente para poder dilucidar primero cual es su verdadero fin y plantear entonces una forma de enseñanza acorde a él.

Acerca del fin de la Literatura

        La pregunta sobre el para qué se escribe, es también la pregunta acerca de la relevancia para el ser humano, es decir, si la literatura con su quehacer llena alguna necesidad del espíritu del hombre.

        De la antigua retórica se pueden distinguir tres fines: Primero, para Platón el fin de la literatura era el deleitar el espíritu dirigiéndose en particular a la imaginación y al sentimiento. La meta era crear obras bellas por medio de la palabra. Luego, desde el punto de vista de la oratoria, la literatura-belleza dejaría de ser un fin para pasar a ser un medio para la persuasión. También se la consideró como una manera de ilustrar la inteligencia enseñándole verdades con amenidad y gusto, en la didáctica la belleza pasa a ser un procedimiento, de allí que a Platón le agradase solamente las obras moralizantes de Eurípides. Como vemos, el problema del fin de la literatura ya se había dividido en dos corrientes: la que seguirían todos aquellos que consideran a la literatura y al arte como fines per se, y la de quienes les asignan una utilidad para otras actividades. Ya Aristóteles hablaba de la separación entre la praxis y la poiesis, y más tarde Horacio de lo útil y lo dulce (o agradable), ambos propiciaban como ideal la unión o equilibrio de estas dos actitudes. La actitud práctica consideraría al arte un medio para un fin exterior o ajeno a si mismo. La poética, vería una justificación en el arte mismo, lo que puede ser muy mal interpretado si no se especifica que la diferencia apela a distintos ámbitos mentales que sólo pueden ser separados por el medio expresivo. El lenguaje de la praxis en nada se parece al de la poiesis.

        Entre quienes adoptaron la actitud práctica, es decir, la negación de la literatura como un fin en si misma; hubo muchos que la consideraron un medio de acción. Para Elliot, por ejemplo, la literatura era un medio de propaganda, consideraba al arte en general como un esfuerzo, consciente o no, de influir en el público para que compartan la propia actitud ante la vida. Para él todo aquel que había logrado aprehender una verdad estaba moralmente obligado a difundirla, a hacer a los demás partícipes de ella. El escritor era un descubridor, alguien que había captado el sentido de algo fundamental para la vida humana. A diferencia del filósofo, el escritor no debía sintetizar esa verdad sino encarnarla en su obra y hacerla asequible, deseable mediante la belleza.

        Para Freud el fin puro de la literatura y del hecho estético es el juego. Cree que el origen de la inventiva poética debe rastrearse en el juego de los niños. Dice que en todo ser humano se esconde un poeta, todos los hombres fantasean, actividad proveniente del juego en la niñez. Para jugar dice, es necesario desprenderse de la realidad pues lo opuesto del juego es la realidad, la praxis se opone a la poiesis. Tanto el niño como el escritor crean un mundo imaginario, lo toman en serio como si existiese, le inyectan profundo afecto, lo llenan de materiales de la realidad pero lo mantienen separado de esa realidad. La palabra juego es por eso utilizada para tantas expresiones artísticas, (to play the piano, Hamlet´s play). Pero cuando el niño se convierte en adulto, se avergüenza de sus fantasías, y en vez de comunicarlas prefiere sentirse culpable de ellas. Fantasear es una forma de satisfacer deseos, fantasea el insatisfecho pues de una u otra forma busca corregir su situación. En la fantasía se borran las fronteras del tiempo y el deseo aprovecha una situación posible del presente para resucitar algo del pasado (donde reside la insatisfacción) y efectivizarlo en el futuro. Los autores mediocres dice no logran disimular su identificación con el héroe y la gratificación que el texto brinda a sus propios deseos. El creador de genio construye un universo que parece desprendido de su propia persona, que suena original, verosímil y genera emoción intensa. Para que las fantasías generen placer el autor debe sobornar al lector con la belleza formal, este placer genera una descarga de tensiones pues el lector recreando su niñez goza sin remordimientos ni vergüenza. Todo creador juega sus juegos frente a los lectores.  

        Con el existencialismo, se dieron dos fuertes exponentes de la actitud práctica radicalizada:

        El existencialismo de Sartre coincide en cierto sentido con la visión de Elliot, pero desde una posición completamente distinta. Para él la literatura es un instrumento de liberación. Los motivos de la creación radican en la necesidad del escritor de sentirse esencial en su relación con el mundo. El escritor apela a la libertad del lector, y éste con él co-crean la obra. Desde una posición política dirá que el único tema de la literatura es la libertad. El escritor tiene un deber moral de expresar políticamente la época en que vive. La literatura debe ser un arma de lucha social, debe intentar corregir el tiempo en que le tocó vivir luchando por la igualdad de clases, pues para él hasta el silencio es compromiso, y sólo hay posibilidad de inmortalidad si el escritor se funde con su tiempo. Quienes se dedicaron a la literatura de evasión, los que no se comprometieron, los de la torre de marfil, al salirse de su época dejaron de existir. Cree que el hombre que lee va a ser libre: mediante la literatura, al vivir por sustitución otras elecciones de vida, el hombre toma conciencia de sus propias elecciones. Además todo pensamiento, dice, es una síntesis de las lecturas de una persona. Para Sartre somos lo que leemos, y sólo leyendo tenemos la libertad de conocernos a nosotros mismos. Excluye de esta noble utilidad a la poesía, (también Platón la expulsó de su república ideal), pues considera que en ella las palabras no son signos sino cosas, para él el poema es la creación de objetos, por ello su modo de acción será la prosa y la belleza como la miel que atraiga a las abejas al panal. En definitiva, la literatura para Sartre tiene un fin social, el salvar al hombre de la opresión.

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