Divina Comedia
miko980619 de Septiembre de 2014
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INFIERNO
CANTO I
A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por
haberme apartado del camino recto.
¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta
selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es
tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas
que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando
abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde
terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y
vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por
todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había
permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta
angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago,
al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi
espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió
nunca nadie vivo.
Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continuéDIVINA COMEDIA
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subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que
estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de
rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista,
sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para
retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas
estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento
a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para
augurar bien de aquella fiera de pintada piel. Pero no tanto que no me infundiera
terror el aspecto de un león que a su vez se me apareció; figuróseme que venía
contra mí, con la cabeza alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire
parecía temerle. Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración,
parecía cargada de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha
gente. El fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la
esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se entristece
y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento en que sufre una
pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi encuentro,
poco a poco me repelia hacia donde el sol se calla. Mientras yo retrocedía hacia
el valle, se presentó a mi vista uno, que por su prolongado silencio parecía mudo.
Cuando le vi en aquel gran desierto:
- Piedad de mí -le grité- quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero.
Respondióme:
- No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos
tuvieron a Mantua por patria. Nací sub Julio, aunque algo tarde, y vi Roma bajo el
mando del buen Augusto en tiempo de los dioses falsos y engañosos. Poeta fui, y
canté a aquel justo hijo de Anquises, que volvió de Troya después del incendio de
la soberbia llión. Pero, ¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no
asciendes al delicioso monte, que es causa y principio de todo goce?
- ¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que derrama tan ancho raudal
de elocuencia? -le respondí ruboroso-. ¡Ah!, ¡honor y antorcha de los demás DIVINA COMEDIA
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poetas! Válganme para contigo el prolongado estudio y el grande amor con que
he leído y meditado tu obra. Tú eres mi maestro y mi autor predilecto; tú sólo eres
aquél de quien he imitado el bello estilo que me ha dado tanto honor. Mira esa
fiera debido a la cual retrocedía; líbrame de ella, famoso sabio, porque a su
aspecto se estremecen mis venas y late con precipitación mi pulso.
- Te conviene seguir otra ruta -respondió al verme llorar-, si quieres huir de
este sitio salvaje; porque esa fiera que te hace prorrumpir en tales lamentaciones
no deja pasar a nadie por su camino, sino que se opone a ello matando al que a
tanto se atreve. Su instinto es tan malvado y cruel, que nunca ve satisfechos sus
ambiciosos deseos, y después de comer tiene más hambre que antes. Muchos
son los animales a quienes se une, y serán aun muchos más hasta que venga el
Lebrel y la haga morir entre dolores. Éste no se alimentará de tierra ni de peltre,
sino de sabiduría, de amor y de virtud, y su patria estará entre Feltro y Feltro.
Será la salvación de esta humilde Italia, por quien murieron de sus heridas la
virgen Camila, Euríalo y Turno y Niso. Perseguirá a la loba de ciudad en ciudad
hasta que la haya arrojado en el infierno, de donde en otro tiempo la hizo salir la
envidia. Ahora, por tu bien, pienso Y veo claramente que debes seguirme; yo seré
tu guía, y te sacaré de aquí para llevarte a un lugar eterno, donde oirás aullidos
desesperados; verás los espíritus dolientes de los antiguos condenados, que
llaman a gritos a la segunda muerte; verás también a los que están contentos
entre las llamas, porque esperan, cuando llegue la ocasión, tener un puesto entre
los bienaventurados. Si quieres, en seguida, subir hasta ellos, te acompañará en
este viaje un alma más digna que yo, te dejaré con ella cuando yo parta; pues el
Emperador que reina en las alturas no quiere que por mediación mía se entre en
su ciudad, porque fui rebelde a su ley. Él impera en todas partes y reina arriba;
arriba está su ciudad y su alto solio: ¡Oh! ¡Feliz el elegido para su reino!
Y yo le contesté:
- Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido, que me hagas
huir de este mal y de otro peor; condúceme adonde has dicho, para que yo vea lapuerta de San Pedro y a los que, según dices, están tan desolados.
Entonces se puso en marcha, y yo seguí tras él.
CANTO II
El día terminaba; la atmósfera oscura de la noche invitaba a descansar de
sus fatigas a los seres animados que existen sobre la Tierra, y yo solo me
preparaba a sostener los combates del camino y de las cosas dignas de
compasión, que mi memoria trazará sin equivocarse. ¡Oh Musas!, ¡Oh alto,
ingenio!, venid en mi ayuda: ¡oh mente, que escribiste lo que vi!, ahora aparecerá
tu nobleza.
Yo comencé:
- Poeta, que me guías, mira si mi virtud es bastante fuerte antes de
aventurarme en tan profundo viaje. Tú dices que el padre de Silvio, aun
corruptible, pasó al siglo inmortal y pasó sensiblemente. Si el adversario de todo
mal le fue favorable, debióse a los grandes efectos que de él debían sobrevenir; y
el por qué no parece injusto a un hombre de talento; pues en el Empíreo fue
elegido para ser el padre de la fecunda Roma y de su imperio: el uno y la otra, a
decir verdad, fueron establecidos en favor del sitio santo en donde reside el
sucesor del gran Pedro. Durante este viaje, por el que le elogias, oyó cosas que
presagiaron su victoria y el manto papal. Después el Vaso de elección fue
transportado hasta el cielo para dar más firmeza a la fe, que es el principio del
camino de la salvación. Pero yo, ¿por qué he de ir?, ¿quién me lo permite? Yo no
soy Eneas, ni San Pablo: ante nadie, ni ante mí mismo, me creo digno de tal
honor. Porque si me lanzo a tal empresa, temo por mi loco empeño. Puesto que
eres sabio, comprenderás las razones que me callo.
Y como aquel que no quiere ya lo que quería, y asaltado de una nueva idea, cambia de parecer, de suerte que abandona todo lo que había comenzado, así
me sucedía en aquella oscura cuesta; porque, a fuerza de pensar, abandoné la
empresa que había empezado con tanto ardor.
- Si he comprendido bien tus palabras -respondió aquella sombra
magnánima-, tu alma está traspasada de espanto, el cual se apodera
frecuentemente del hombre, y tanto, que le retrae de una empresa honrosa, como
una vana sombra hace a veces retroceder a una fiera, cuando se introduce en la
oscuridad. Para librarte de ese temor, te diré por qué he venido, y lo que vi en el
primer momento en que me moviste a compasión. Yo estaba entre los que se
hallan en suspenso, y me llamó una dama tan bienaventurada y tan bella, que le
rogué me diera sus órdenes. Brillaban sus ojos más que la estrella, y empezó a
decirme con voz angelical, en su lengua: iOh alma cortés Mantuana, cuya fama
dura aún en el mundo y durará mientras su movimiento se prolongue! Mi amigo,
que no lo es de la ventura, se ve tan embarazado en la playa desierta, que en
medio del camino el miedo le ha hecho retroceder; y temo (por lo que he oído de
él en el Cielo) que se haya extraviado ya, y que yo haya acudido tarde en su
socorro. Ve, pues, y con tus elocuentes palabras, y con lo que se necesita para
sacarle de su apuro, auxíliale tan bien, que yo quede consolada. Yo soy Beatriz,
la
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