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ENSAYO SOBRE LA CEGUERA JOSÉ SARAMAGO

andresFg23 de Octubre de 2013

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ENSAYO SOBRE

LA CEGUERA

JOSÉ SARAMAGO

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José Saramago (1922) - Es uno de los novelistas portugueses modernos más

conocidos y apreciados en el mundo entero. En España la publicación en 1985 de El

año de la muerte de Ricardo Reís es el inicio de un éxito que ha ido creciendo con

cada novela. Otros títulos importantes son: Manual de pintura y caligrafía (1977),

Alzado del suelo (1980), Memorial del convento (1982), La balsa de piedra (1986),

Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991). Vive

actualmente -en Lanzarote, desde donde participa activamente en la vida cultural

española.

Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el

primer casó de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante.

Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que

enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad

de sobrevivir a cualquier precio.

Ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre «la

responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron». José Saramago traza en

este libro una imagen aterradora -y conmovedora- de los tiempos sombríos que

estamos viviendo, a la vera de un nuevo milenio. En un mundo así, ¿cabrá alguna

esperanza? El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En un punto

donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago nos obliga a parar, cerrar los

ojos y ver. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas

fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor José Saramago Ensayo sobre la ceguera

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y la solidaridad. « Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo

que somos», declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez el

deseó más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el nombre

que le falta. José Saramago Ensayo sobre la ceguera

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ENSAYO SOBRE LA CEGUERA

1995, José Saramago

y Editorial Caminho, S.A., Lisboa.

De la traducción: Basilio Losada Título original: Ensaio sobre a Cegueira

De la edición española:

1996, Santillana, S.A. Torrelaguna, 60-28043. Madrid ISBN: 84-204-2865-5

De esta edición:

D.R. 1998, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. de C.V. Av. Universidad 767, Col, del Valle

México, 03100, D.F. Teléfono 688 8966

Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taunis, Alfaguara, S.A. de C.V. Calle 80 10-23. Bogotá,

Colombia.

Santillana S.A., Avda San Felipe 731. Lima.

Editorial Santillana S.A. Av. Rómulo Gallegos, Edif. Zulia ler. piso Boleita Nte. Caracas 1071.

Venezuela.

Editorial Santillana Inc. P.O. Box 5462 Hato Rey, Puerto Rico, 00919.

Santillana Publishing Company Inc. 2043 N. W. 87 th Avenue Miami, Fl., 33172 USA.

Ediciones Santillana S.A.(ROU) Javier de Viana 2350, Montevideo 11200, Uruguay.

Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S.A. Beazley 3860, 1437. Buenos Aires.

Aguilar Chilena de Ediciones Ltda. Pedro de Valdivia 942. Santiago.

Santillana de Costa Rica, S.A. Apdo. Postal 878-1150, San José 1671-2050 Costa Rica.

Primera edición en Alfaguara: abril de 1996 Primera edición en México: abril de 1998

ISBN: 968-19-0454-0

Diseño:

Proyecto de Enrie Satué

Ilustración de cubierta: La parábola de los ciegos. Pieter Brueghel

Foto: Jorge Aparicio

Impreso en México José Saramago Ensayo sobre la ceguera

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A Pilar

A mi hija Violante

Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes

de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta

del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en

la capa negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este

paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los

coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta

alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba

paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene

que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos

existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una

de las causas de los atascos de circulación, o embotellamientos, si queremos utilizar la

expresión común.

Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero

enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está

parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le

agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un

bloqueo de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya

quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones

que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el

parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos

conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia

donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está

dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los

movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como

sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta, Estoy ciego.

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hombre parecen sanos, el iris se presenta

nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los párpados muy

abiertos, la piel de la cara crispada, las cejas, repentinamente revueltas, todo eso que

cualquiera puede comprobar, son trastornos de la angustia. En un movimiento rápido, lo que

estaba a la vista desapareció tras los puños cerrados del hombre, como si aún quisiera

retener en el interior del cerebro la última imagen recogida, una luz roja, redonda, en un

semáforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir

del coche, y las lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que él decía que estaban

muertos. Eso se pasa, ya verá, eso se pasa enseguida, a veces son nervios, dijo una mujer.

El semáforo había cambiado de color, algunos transeúntes curiosos se acercaban al grupo,

y los conductores, allá atrás, que no sabían lo que estaba ocurriendo, protestaban contra lo

que creían un accidente de tráfico vulgar, un faro roto, un guardabarros abollado, nada que

justificara tanta confusión. Llamen a la policía, gritaban, saquen eso de ahí. El ciego

imploraba, Por favor, que alguien me lleve a casa. La mujer que había hablado de nervios

opinó que deberían llamar a una ambulancia, llevar a aquel pobre hombre al hospital, pero el

ciego dijo que no, que no quería tanto, sólo quería que lo acompañaran hasta la puerta de la

casa donde vivía, Está ahí al lado, me harían un gran favor, Y el coche, preguntó una voz.

Otra voz respondió, La llave está ahí, en su sitio, podemos aparcarlo en la acera. No es

necesario, intervino una tercera voz, yo conduciré el coche y llevo a este señor a su casa.

Se oyeron murmullos de aprobación. El ciego notó que lo agarraban por el brazo, Venga,

venga conmigo, decía la misma voz. Lo ayudaron a sentarse en el asiento de al lado del José Saramago Ensayo sobre la ceguera

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conductor, le abrocharon el cinturón de seguridad. No veo, no veo, murmuraba el hombre

llorando, Dígame dónde vive, pidió el otro. Por las ventanillas del coche acechaban caras

voraces, golosas de la novedad. El ciego alzó las manos ante los ojos, las movió, Nada, es

como si estuviera en medio de una niebla espesa, es como si hubiera caído en un mar de

leche, Pero la ceguera no es así, dijo el otro, la ceguera dicen que es negra, Pues yo lo veo

todo blanco, A lo mejor tiene razón la mujer, será cosa de nervios, los nervios son el diablo,

Yo sé muy bien lo que es esto, una desgracia, sí, una desgracia, Dígame dónde vive, por

favor, al mismo tiempo se oyó que el motor se ponía en marcha. Balbuceando, como si la

falta de visión hubiera debilitado su memoria, el ciego dio una dirección, luego dijo, No sé

cómo voy a agradecérselo, y el otro respondió, Nada, hombre, no tiene importancia, hoy por

ti, mañana por mí, nadie sabe lo que le espera, Tiene razón, quién me iba a decir a mí,

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