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El Padre Olegario Lazo Baeza


Enviado por   •  12 de Junio de 2013  •  Ensayos  •  941 Palabras (4 Páginas)  •  1.181 Visitas

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El Padre Olegario Lazo Baeza.(Chileno)

Un viejecito de barba larga y blanca, bigotes enrubiecidos por la nicotina, manta roja, zapatos de taco alto, sombrero de pita y un canasto al brazo, se acercaba, se alejaba y volvía tímidamente a la puerta del cuartel. Quiso interrogar al centinela, pero el soldado le cortó la palabra en la boca, con el grito:

-¡Cabo de guardia!

El suboficial apareció de un salto en la puerta, como si hubiera estado en acecho.

Interrogado con la vista y con un movimiento de la cabeza hacia arriba, el desconocido habló:

-¿Estará mi hijo?

El cabo soltó la risa. El centinela permaneció impasible, frío como una estatua de sal.

-El regimiento tiene trescientos hijos; falta saber el nombre del suyo repuso el suboficial.

-Manuel… Manuel Zapata, señor.

El cabo arrugó la frente y repitió, registrando su memoria:

-¿Manuel Zapata…? ¿Manuel Zapata…?

Y con tono seguro:

-No conozco ningún soldado de ese nombre.

El paisano se irguió orgulloso sobre las gruesas suelas de sus zapatos, y sonriendo irónicamente:

-¡Pero si no es soldado! Mi hijo es oficial, oficial de línea…

El trompeta, que desde el cuerpo de guardia oía la conversación, se acercó, codeó al cabo, diciéndole por lo bajo:

-Es el nuevo, el recién salido de la Escuela.

-¡Diablos! El que nos palabrea tanto…

El cabo envolvió al hombre en una mirada investigadora y, como lo encontró pobre, no se atrevió a invitarlo al casino de oficiales. Lo hizo pasar al cuerpo de guardia.

El viejecito se sentó sobre un banco de madera y dejó su canasto al lado, al alcance de su mano. Los soldados se acercaron, dirigiendo miradas curiosas al campesino e interesadas al canasto. Un canasto chico, cubierto con un pedazo de saco. Por debajo de la tapa de lona empezó a picotear, primero, y a asomar la cabeza después, una gallina de cresta roja y pico negro abierto por el calor.

Al verla, los soldados palmotearon y gritaron como niños:

-¡Cazuela! ¡Cazuela!

El paisano, nervioso por la idea de ver a su hijo, agitado con la vista de tantas armas, reía sin motivo y lanzaba atropelladamente sus pensamientos.

-¡Ja, ja, ja!… Sí, Cazuela…, pero para mi niño.

Y con su cara sombreada por una ráfaga de pesar, agregó:

-¡Cinco años sin verlo…!

Mas alegre rascándose detrás de la oreja:

-No quería venirse a este pueblo. Mi patrón lo hizo militar. ¡Ja, ja, ja…!

Uno de guardia, pesado y tieso por la bandolera, el cinturón y el sable, fue a llamar al teniente.

Estaba en el picadero, frente a las tropas en descanso, entre un grupo de oficiales. Era chico, moreno, grueso, de vulgar aspecto.

El soldado se cuadró, levantando tierra con sus pies al juntar los tacos de sus botas, y dijo:

-Lo buscan…, mi teniente.

No sé por qué fenómeno del pensamiento, la encogida figura de su padre relampagueó en su mente.

Alzó la cabeza y habló fuerte, con tono despectivo, de modo que oyeran sus camaradas:

-En

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