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Ensayo De Marcos Ramirez


Enviado por   •  21 de Julio de 2014  •  2.727 Palabras (11 Páginas)  •  682 Visitas

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MARCOS RAMÍREZ

El autor titula sus páginas como “aventuras de un muchacho”, lo que sitúa este libro en una dimensión muy distinta del género novelesco. No existe en estas aventuras una trama definida sino una línea recta en la que se mezclan los hechos de un chico que vive su vida con suma espontaneidad.

Se manifiesta en estas páginas los vicios y las virtudes del autóctono ser costarricense, y tienen la ventaja de que sin ser folklóricas, hacen uso de una lengua divertida y maliciosa muy tica.

CAPÍTULO V AL IX

A partir del capítulo V del libro, encontramos a Marcos Ramírez narrando sus diabluras cuando siendo estudiante de apenas segundo grado en la escuela Porfirio Brenes, se escapaba con sus compañeros a las pozas, al río y a los potreros, haciendo abandono de la escuela sin preocuparle en absoluto las tremendas palizas que recibía de su tío Zacarías.

Recuerda los groseros castigos que le impuso el maestro de entonces, don Severo, contra quien se reveló haciendo el peor y más terrible de sus años escolares. En una ocasión persignó junto con otros compañeros, a varios estudiantes con la sustancia cáustica de una extraña planta que les produjo una tremenda hinchazón de cara. Menciona las descabelladas estrategias que él elaboraba a fin de librarse de las tundas que le propinaba su tío Zacarías, como cuando falsificó la firma de su tío en la nota desastrosa del último bimestre. En esa ocasión Marcos ingirió un brebaje preparado con higuerillas y restos de betún que le resultó en una terrible enfermedad que lo postró en cama largo tiempo. Su propósito se cumplió a un alto precio de su salud. Cayó gravemente enfermo; terminó aquél año escolar, llegaron las vacaciones y él seguía en cama todavía. La recompensa de tan insensata decisión consistió en librarse efectivamente de la paliza por tener el año perdido sin haber terminado el curso lectivo, y además logró que lo enviaran dos meses a su barrio en Alajuela a la casa de sus abuelos a restablecerse.

Describe con el lenguaje popular propio del campesino, anécdotas de las Fiestas Cívicas de El Llano de Alajuela, con sus corridas de toros, los caballitos, los chinamos de comidas y aguardientes y el emocionante Paseo de Disfraces el cual era dirigido por su tío Silverio.

En ese ir y venir de San José a Alajuela y viceversa, transcurren algunos años. Estando en quinto grado, en momentos en que el país vivía días de intensa agitación por causa de un puesto fronterizo que el gobierno de Panamá le disputaba a Costa Rica, una pequeña e improvisada tropa fue emboscada por panameños, con numerosas bajas y el resto tomados prisioneros. (Guerra de Coto febrero y marzo de 1921).

El pueblo exigiendo venganza, se organiza en batallones con centenares de reclutas. Marcos encontró aquí la oportunidad de su vida para realizar sus sueños de conquistas y aventuras; corrió a la estación del Atlántico a ver los reclutas marcharse en tren pero luego corrió a la estación del Pacífico donde se preparaban a partir las tropas de Alajuela y sin pensarlo dos veces se enlistó al amparo de algunos conocidos suyos de El Llano de Alajuela, su barrio.

Todas las fantasías del mar de los piratas de Emilio Salgari que tanto había leído, revoloteaban en su mente durante el viaje en tren a Puntarenas. Su paso por el Puerto; el embarcarse por primera vez en una lancha y su arribo a punta Uvita; su permanencia en este lugar y todas la eripecias, ocurrencias y travesuras de niño que vivió en todo este trayecto, son descritas con brillante sencillez, citando expresiones de soldados y marineros en su propio estilo pueblerino impregnando la narración de un lenguaje muy tico, jocoso y vivaracho.

Cobra especial realce la descripción de un hombre “…un tanto ventrudo, de piel blanquísima y sonrosada…” quien en la lancha presentó un severo cuadro de mareo con violentas convulsiones y vómito. Posteriormente, ya estando en Punta Uvita, volvió a encontrar al mismo personaje bañándose en un remanso del río y del cual se burlaba a hurtadillas junto con los soldados, por su condición blanca, regordeta y de chapaleos torpes. Ese era el coronel don Juan Segreda quien al cabo del tiempo, volvería a cruzarse en la vida de Marcos Ramírez con funestos resultados.

Volvió el batallón a San José sin siquiera haberse aproximado a la frontera, y Marcos, luego de muchas dificultades y amargas decepciones regresó a casa de su madre y hermanas mostrándoles con gran argullo los dos platos, el jarro y la cuchara que utilizara como recluta, llevándoles las conchas y caracoles que recolectara en aquella lejana playa y repartiendo la cajeta y los marañones, caimitos y salmones que tomara a hurtadillas de las provisiones de uno de sus jefes.

Ese año cursó su quinto grado en Alajuela con buenos resultados. Viviendo en casa de sus abuelos lograba hacer sus correrías con sus amigos por los ríos, las pozas y los potreros y también practicar la cacería. Los problemas no se hicieron esperar. Junto con su amigo Jesús “Chus” Molina se fueron a una poza y luego a fumar en el potrero, con tan mala previsión que dejaron colillas junto a una boñiga que alzó fuego provocando un tremendo incendio en dos cañaverales y todo el potrero, obligando a un garañón y una yegua preñada a despeñarse desde un paredón matándose al caer entre las piedras del río.

Tremenda angustia y desesperación para ambos muchachos. La policía y el pueblo entero buscaba a los culpables para castigarlos cuando de repente un violento temblor seguido de otros más sacudió toda la región causando daños en todo el vecindario. Tembló durante varios días seguidos y por causa de ello, “… ni la policía ni nadie volvió a acordarse jamás del maldito incendio del potrero y los cañaverales.”

Marcos se matriculó en el Instituto de Alajuela, dispuesto a ser un buen estudiante como su tío Tomás, casi tan joven como él. Hubo convocatoria a reunión general en el Salón de Asambleas donde les iba a hablar el director y ¡Sorpresa! El director era ni más ni menos que don Juan Segreda, el coronel que tiempo atrás había visto en la lancha y en Punta Uvita, de quien se había burlado junto con los demás soldados.

Tentado por la malicia, comenzó a presumir entre sus compañeros diciendo que ellos habían sido amigos y contando cómo militaron juntos en el Ejército del Sur. Se burló de las muecas que hacía al vomitar, de sus blancas y gordas desnudeces y se atrevió a decir que el director tenía el ombligo tan saltado y retorcido que parecía “…un curioso y muy rosado caracol.”, provocando ruidosas carcajadas entre quienes lo escuchaban.

Su audacia le costó caro durante su permanencia en el Instituto ya que sufrió

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