Es común escuchar a los docentes universitarios quejarse continuamente de la enseñanza básica y media

Es común escuchar a los docentes universitarios quejarse continuamente de la enseñanza básica y media, de los bajos niveles académicos con los que ingresan los jóvenes a la universidad, mientras, el docente de bachillerato asegura que es culpa de la enseñanza en primaría y, a su vez, los docentes de primaria señalan a las familias de los estudiantes por la falta de apoyo en los procesos de enseñanza, y si los reunimos a todos escucharemos un solo lamento, una sola queja, "la culpa es de aquel o de aquella, pero mía jamás"; sin duda es importante reconocer que la formación es un proceso continuo en el que intervienen muchísimos factores y claro está, muchos docentes, sin embargo, aceptar que desde nuestra propio quehacer podemos aportar a la transformación y fortalecimiento de ese proceso, no como el docente que juzga por la historia de enseñanza del estudiante,sino, como el docente que reconoce los saberes previos del otro, sus posibilidades de aprendizaje y a partir de ellos construye nuevos conocimientos, posibilitaría que practicas como la lectura y la escritura no fueran un tema recurrente entre las causas de deserción universitaria.

Todo lo anterior, se debe a que en la Facultad de Educación los estudiantes se ven abocados a un numerosas concepciones sobre la enseñanza de la lectura y la escritura, dichas concepciones son evidenciadas por cada docente en la evaluaciones de los contenidos de los cursos, así que, los estudiantes leen y escriben de acuerdo a la exigencia de cada docente; en la gran mayoría de los casos se lee y se escribe como un acto obligatorio que no va ligado precisamente a un acto lectura consciente que estructure nuevos procesos de pensamiento, ya que su realización se limita a dar a cuenta de aspectos básicos de los textos leídos, los cuales terminados los cursos pronto serán olvidados; obviamente, a medida que avanzan los semestres el nivel de exigencia aumenta, y aquellos estudiantes que leían y escribian por cumplir los compromisos evaluativos, ven como sus aprendizajes lectoescritores son una limitante para la construcción de nuevos conocimientos

Recuperar el lugar privilegiado de la palabra, aquella palabra que ha sido señalada por su carga de subjetividad, de tradición, por ser efímera e imperecedera al mismo tiempo; revindicar la palabra, que ha sido silenciada por posibilitarle al sujeto empoderarse de su historia; darle voz a la voz que fue invalidada para dar validez a la tinta y el papel, porque, dentro del universo académico lo escrito inmortaliza el pensamiento, mientras, la palabra no es considerada más allá que un sentir.

¿Cómo podemos desde nuestra labor docente posibilitar que la oralidad sea reconocida como una práctica que contribuye a la construcción de conocimiento?

En la Facultad de Educación los estudiantes se ven abocados a un numerosas concepciones sobre la enseñanza de la lectura y la escritura, dichas concepciones son evidenciadas por cada docente en la evaluaciones de los contenidos de los cursos, así que, los estudiantes leen y escriben de acuerdo a la exigencia de cada docente; en la gran mayoría de los casos se lee y se escribe como un acto obligatorio que no va ligado precisamente a un acto lectura consciente que estructure nuevos procesos de pensamiento, ya que su realización se limita a dar a cuenta de aspectos básicos de los textos leídos, los cuales terminados los cursos pronto serán olvidados; obviamente, a medida que avanzan los semestres el nivel de exigencia aumenta, y aquellos estudiantes que leían y escribían por cumplir los compromisos evaluativos y concebían  la lectura y la escritura como habilidades dadas, ven a éstas como obstáculos para la construcción de nuevos conocimientos.

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