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La Divina Comedia Canto I


Enviado por   •  3 de Mayo de 2015  •  943 Palabras (4 Páginas)  •  359 Visitas

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CANTO I

A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva oscura, por

haberme apartado del camino recto.

¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta

selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es

tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas

que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando

abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde

terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y

vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por

todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había

permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta

angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago,

al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi

espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió

nunca nadie vivo.

Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué

DIVINA COMEDIA

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subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que

estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de

rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista,

sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para

retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas

estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento

a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para

augurar bien de aquella fiera de pintada piel. Pero no tanto que no me infundiera

terror el aspecto de un león que a su vez se me apareció; figuróseme que venía

contra mí, con la cabeza alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire

parecía temerle. Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración,

parecía cargada de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha

gente. El fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la

esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se entristece

y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento en que sufre una

pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi encuentro,

poco a poco me repelia hacia donde el sol se calla. Mientras yo retrocedía hacia

el valle, se presentó a mi vista uno, que por su prolongado silencio parecía mudo.

Cuando le vi en aquel gran desierto:

- Piedad de mí -le grité- quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero.

Respondióme:

- No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos

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