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La Muerte De Spocrates


Enviado por   •  6 de Noviembre de 2013  •  1.666 Palabras (7 Páginas)  •  382 Visitas

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Varios estudiosos de finales del siglo XX han sostenido que el relato que hace Platón de la muerte de Sócrates no es fiel, es demasiado bueno y bello para ser verdad. La ingestión de cicuta produce babas, hace que sudes profundamente, provoca dolor de estómago y de cabeza, vómitos, aceleración del ritmo cardíaco, convulsiones, sequedad bucal y estremecimientos. El cuadro no se asemeja en absoluto a la descripción de la muerte que hace Platón en el Fedón. La visión platónica, tan alejada de los verdaderos síntomas, tan puesta en escena, sugiere que su versión es netamente ficcional si bien basada en un hecho real. Ergo…

No hay, no debería haber consecuencias precipitadas. Enid Bloch ha puesto en entredicho esa visión más realista, menos ficcional, muy antiplatónica. Bloch -acaso el nombre no sea casual en este caso- ha probado que Platón nos ofrece una descripción fiel de los probables síntomas médicos de Sócrates durante los últimos instantes de su vida: la cicuta venenosa, una de las tres variantes de la cicuta, no afecta al sistema nervioso central, sino sólo al sistema periférico, de ahí que los que la ingieren se vean afectados exactamente en la forma descrita por Platón: su cuerpo se agarrota poco a poco hasta que mueren indoloramente una vez que la parálisis afecta al sistema respiratorio o al corazón.

Esta es una disquisiciones, de las magníficas e informadas disquisiciones, que nos ofrece la autora de La muerte de Sócrates. Emily Wilson, filósofa por el Balliol College de Oxford y doctora en Literatura Inglesa del Renacimiento por el Corpus Christi College de Oxford y doctora igualmente en Literatura Clásica y Comparativa por la Universidad de Yale, responde con La muerte de Sócrates a una pregunta que de formas diversas vuelve a aparecer, una y otra vez, en los estudios culturales y en las historias de la filosofía no estrictamente académicas (aunque también en ellas, por lo demás): ¿por qué hemos de seguir ocupándonos de un hombre, de un filósofo, el padre de la filosofía occidental según la mayoría, que durante su vida hizo poca cosa más que hablar y hablar y que se suicidó -dice Wilson, más bien lo suicidaron- bebiendo cicuta en una cárcel ateniense en –399, hace más de 2.400 años?

La muerte de Sócrates, no es ninguna exageración narrativa, ha ejercido un impacto en la cultura occidental comparable al de la muerte de Jesús. Ese es precisamente el propósito central del ensayo: explicar por qué esa muerte ha sido tan importante, durante tanto tiempo y para tantas personas.

La autora responde a la pregunta con gran erudición, con exquisitez y elegancia poco comunes y, desde una perspectiva, la que se quiere resaltar en esta nota, que es acaso razonable denominar mirada feminista sobre la historia de la filosofía. Las palabras finales que cierran el relato, cuando Wilson describe la aproximación a Sócrates de Dürrenmatt, son claro y neto indicio de ello: “(…) Jantipa nos cuenta que la muerte de su esposo por medio de la cicuta fue simplemente “la consecuencia natural de ser tan buen bebedor”. ‘Sócrates murió como Sócrates’, declara. Jantipa, que tantas veces ha sido excluida de la historia de la muerte de su esposo, es la que tiene finalmente la última palabra” (p. 181). La autora se la otorga.

Como ella misma señala, Wilson hace arqueología de las ideas: muestra de dónde viene nuestra moderna visión de Sócrates como mártir de la libertad y hasta qué punto difiere nuestra visión de otras historias que se han contado sobre él, su vida y su muerte, a lo largo de la historia. ¿Desde qué punto de vista construye su relato? Desde la convicción declarada de que “la presencia de una multiplicidad de voces, incluidas las que disienten, incluidas las voces de los muertos, no pueden sino reforzar intelectualmente nuestra comunidad. Si los tábanos han de ser beneficiosos, tenemos que ser capaces de sentir de verdad el dolor de su picadura“ (p. 14). Apunta también, desde luego, que a veces –vale la pena insistir: a veces- Nietzsche tenía razón cuando echaba las culpas al decadente Sócrates de la posterior decadencia de la civilización occidental. Aún más, todavía vivimos a la sombra de lo que Nietzsche llamaba el ‘racionalismo ingenuo’ socrático.

En cuanto al tema central, la muerte de Sócrates, la posición de la autora es diáfana: “me siento desgarrada entre una enorme admiración y una sensación igualmente abrumadora de rabia” (p. 14) (La sombra de Nietzsche, nuevamente, es alargada: también él tuvo una relación de amor-odio son Sócrates motivada por los sentimientos encontrados que tuvo respecto al valor de la razón humana a lo largo de su vida). Veneración de Wilson por un hombre que fue capaz de decir la verdad al poder, que creyó en una vida dedicada a la búsqueda de esa verdad, pero, al mismo tiempo, también documentadas reservas frente a un hombre que siempre parece estar más allá de sus propias investigaciones, que nunca pone realmente sus propias creencias en entredicho. Por lo demás, Wilson señala, y remarca, que encuentra la vida familiar de Sócrates o la falta de ella particularmente difícil de admirar. “Cuando Sócrates optó por arriesgarse la vida con la práctica de la filosofía, y cuando aceptó acatar la sentencia de muerte, estaba condenando a su mujer y a sus hijos a una vida de pobreza y humillación social. Desde esta perspectiva,

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