Periquillo Sarniento
merce__19 de Enero de 2015
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Era un hombre que tenía muchos hijos y vivía de su trabajo en una cantera picando la piedra. El matrimonio estaba tan apurado que el hombre siempre iba canturreando:
-Pico que pico, pico que pico,
el que nace pa pobre nunca será rico.
Todos los días, camino a la cantera y de la cantera a su casa e incluso trabajando, siempre estaba con la misma cancioncilla entre manos.
Tenían unos compadres que, por pura caridad, les habían bautizado a varios de sus niños. Eran gentes que estaban bien de dinero y siempre que podían les ayudaban algo, pero tenía que ser con mucho tacto por no herir a la familia en su amor propio.
Un día estaban comentando los compadres:
-Hay que ver, el compadre, tan buena persona y tan formal que es, tan correcto, y el pobre no levanta cabeza, siempre está igual, no gana para nada en esa cantera. Y lo peor es que, como no sabe hacer otra cosa, no sé cómo podemos ayudarle.
Pensando, pensando, idearon:
-Pues, ¿sabes lo que vamos a hacer? Que en el próximo amasijo que hagamos le vamos a preparar una torta y le vamos a meter unas monedas de oro, que de algo le servirán; así puede que se remedien un poco.
Prepararon la torta, que consistía en una telera de pan que, una vez cortada y amasada, se arreglaba aparte con mucho aceite o con manteca de cerdo y miel; luego se le hacían unos dibujitos por encima, se le espolvoreaba azúcar, se metía en el horno y aquello era algo exquisito.
Pues bien, hicieron su torta, le metieron sus monedas y cuando estuvo en condiciones la llevaron a casa del compadre. Cuando el hombre regresó del trabajo, la mujer estaba loca de contenta:
-Mira, mira la torta que nos han traído los compadres.
Efectivamente, la torta tenía una pinta que no veas. Y le dice la mujer:
-¿Sabes que hoy he tenido que llevar al chico otra vez al médico?
-¿Sí?
-Es que tiene diarreas y el médico dice que ha comido algo que le ha caído mal, pero, vamos, que no tiene mucha importancia.
-¿Y qué te ha llevado?
-No, no me ha cobrado nada, como siempre. Parece mentira, las veces que ha atendido a los niños y nunca nos ha cobrado ni una chica. Y nosotros somos tan pobres que nunca hemos podido hacerle un regalo para demostrarle nuestro agradecimiento.
-¿Sabes lo que podríamos hacer? Regalarle la torta.
-¿Y vamos a regalar la torta con lo que hubieran disfrutado los niños con lo rica que debe estar?
-Es verdad, pero cuándo nos va a llegar otra ocasión de tener una cosa tan exquisita y tan presentable para podérsela regalar a este señor?
Total, que decidieron regalarle la torta y la llevó la mujer muy contenta al médico. Lo que no sabemos es si la torta se partió en la mesa en familia o si la partió la criada en la cocina, con lo que las monedas irían al bolsillo de su delantal. Lo que sí es seguro es que al compadre no le llegaron.
Pasaron días y comentaron los compadres otra vez:
-¡Hay que ver el compadre! Le metimos una buena ración de monedas en la torta y no le hemos visto que se le haya notado por ninguna parte, ni ella se ha comprado una hilacha de nada ni él tampoco, ni calzado para los niños. Esto es increíble. Sabe Dios las trampas que tendrían estos pobres.
Empezaron a pensar cómo podrían socorrerles y se les ocurrió hacer una cajita de madera, llenarla de monedas y ponerla en un puentecillo que salvaba el arroyo en el camino a la cantera.
Aquel día, cuando el pobre se levantó, pensó: “¡Hay que ver, Dios mío de mi alma, la de veces que he hecho este camino! Llevo treinta y tantos años haciendo este camino de mi casa a la cantera y de la cantera a mi casa. Parece mentira, pero yo creo que soy capaz de hacerlo con los ojos cerrados. ¡Digo, como que lo voy a intentar!”
Con las mismas, el hombre se echó su porrilla al hombro y salió caminando con los ojos cerrados, y así fue capaz de llegar a la cantera. Y él dijo tan contento: “Sabía yo que lo conseguía. Si es que esto me lo sé yo de memoria, vamos”.
Y lo mismo hizo al regreso. No sabemos si la caja fue encontrada por el compadre rico o si la cogió alguno de los pocos que pasaban por allí. Lo cierto es que tampoco llegó al pobre hombre.
Viendo los compadres adinerados que no había manera de que este hombre consiguiera un respiro económico, decidieron dejarlo por imposible diciendo:
-Tiene mucha razón el compadre cuando dice: “Pico que pico, el que nace pa pobre nunca llega a rico”.
Y con esto termina este cuento con pan y pimiento y rabanillos tuertos.
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¡Mundo, Mundo! [29-05-2006]
INFORMANTE: Andrés Pérez Sánchez (Jimena de la Frontera, Cádiz).
RECOGIDO POR: Ana María Martínez y Juan Ignacio Pérez.
Era un hombre que se murió y lo pusieron en su casa para el velatorio. La mujer del difunto no paraba de decir:
-¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores.
La gente que estaba acompañándola asentía con la cabeza y, mientras tanto, un gato iba y venía llevándose unos boquerones que tenía la mujer en un plato. Cada vez que pasaba el gato, la mujer volvía a decir dándose golpes de pecho:
-¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores.
El gato volvía a pasar y ella repetía lo mismo:
-¡Mundo, Mundo!, que te los llevas uno a uno y de los mejores.
Y es que el gato se llamaba Mundo y ella veía que la estaba dejando sin los boquerones más grandes. Pero la gente, que no se daba cuenta y creía que se refería al difunto, le decía que sí con la cabeza y la volvía a acompañar en el sentimiento.
(este texto forma parte del libro CIEN CUENTOS POPULARES ANDALUCES. Editado por Asociación LitOral)
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El pastor y el mes de marzo [23-04-2006]
INFORMANTE: Luz Ibáñez Atanasio (Tarifa y Algeciras, Cádiz).
RECOGIDO POR: Ana María Martínez y Juan Ignacio Pérez.
Cuentan que una vez el mes de marzo le pidió un borrego a un pastor y él le dijo que se lo daba si mantenía el buen tiempo para poder llevar su rebaño a pastar. Pero cuando llegaba el final de mes, el pastor, viendo que ya no quedaban más que tres días, le dijo que había cambiado de opinión, que no se lo daba. Marzo se enfadó y le contestó:
-Pues, ¿sabes lo que te digo? Que con tres días que me quedan y tres que le pida a mi compadre abril te tengo que poner a parir.
Se puso entonces a llover y se le fueron ahogando todas las ovejas al pastor hasta que sólo le quedó un borrego. El hombre cogió al borrego y lo metió debajo de un caldero dejándole fuera el rabo sin darse cuenta. Entonces vino el granizo y se lo cortó.
(Este texto forma parte del libro CIEN CUENTOS POPULARES ANDALUCES. Editado por Asociación LitOral)
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Periquillo y los cochinos [29-03-2006]
INFORMANTE: Isabel Calvente Márquez (Los Barrios, Cádiz).
RECOGIDO POR: Juan Ignacio Pérez.
Este era un muchacho que se llamaba Periquillo y que vivía junto con unos señores que tenían posibles (posesiones). Esta familia tenía dos hijas. Las dos hijas eran muy guapetonas. Entonces, como Periquillo estaba encargado de la piara de cerdos, pues un día le cortó las orejas y los rabitos a los cerdos y los enterró en barro y vendió los cerdos sin los extremos de las orejas y los rabitos. Entonces se fue corriendo:
-¡Mi amo, mi amo!
-¿Qué ha pasado?
-Los cerdos se han quedado atascados en el barro.
-¿Y no puedes sacarlos?
-No, pues no puedo sacarlos.
-Bueno, pues corre a la casa y tráete las dos azadas.
Va Periquillo corriendo a la casa y dice:
-Mi ama, me ha dicho mi amo que me lleve a sus dos hijas.
-¿Cómo va a ser eso, hombre?
-Sí, sí, sí, sí, que me lleve a sus dos hijas.
-¿Qué a ti te ha dicho mi marido que te lleves tú a las dos niñas? Yo no me lo puedo creer.
-Sí, ¿se lo pregunto?
-Pregúntaselo.
-¡Mi amo, mi amo! –a lo lejos-, ¿las dos?
-Que sí, hombre, que las dos.
-¿Lo ve, mi ama, que me ha dicho las dos?
-Bueno, niñas, pues arreglaros, lavaros, peinaros y os vais con Periquillo.
Se fue Periquillo con las niñas por ahí de juerga y se lo pasó pipa.
Y cuando llega de nuevo a la casa y trae a las dos niñas de vuelta, el padre estaba hecho una furia y le dice a la madre:
-¿Cómo puedes dejar tú que las niñas se vayan con Periquillo, si está hecho un loco?
-Pero si tú me has dicho a mí que sí.
-¿Yo te he dicho que dejaba que se llevara a las niñas?
-Pero si él te preguntó y tú dijiste las dos.
-Las dos azadas, hombre, para sacar los cochinos, no las dos niñas.
Y le dice a Periquillo:
-¿Tú por qué te has llevado a las niñas?
-Porque como ustedes no me dejan que las mire y que hable con ellas y a mí me gustan...
-Pues entonces ahora te vas a enterar.
Lo mete en un saco, lo ata a una bestia y se lo lleva y dice:
-Y ahora te voy a tirar por el Tajo de Ronda.
En esto que va por el camino diciendo:
-Que yo no me quiero casar con la hija del rey.
Y paran en una posada, en una venta, y allí un tontajo le pregunta:
-Bueno, ¿y tú por qué no te quieres casar con la hija del rey?
-Hombre, porque eso tiene mucha responsabilidad, yo no conozco a la niña, que me han dicho que es
...