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Relatos de clase. Las sombras de abajo

Siseneg3Ensayo25 de Noviembre de 2018

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Las sombras de abajo

La vida es injusta, o así la llaman a menudo las divas del drama.

Porque el viernes no podemos comer lo que queremos, porque nos encontramos con tráfico en la autopista, o porque a Dios no le dio la puñetera gana de que el messenger funcionara un domingo por la noche. Razones hay muchas.

La gente se queja de la vida como si de un deporte se tratara, por eso es que a todos yo soy partidario de mandarlos a los hospitales, pero no a fuerza de patadas por los riñones (dan ganas, Jesús sabe que a veces dan ganas) sino para que echen un vistazo a la zona de pediatría, ahí, donde están los niños con cáncer.

Eso, a la mayoría de los mamones les da algo en qué pensar, les enseña a estar agradecidos. Incluso a aquellos que desfilan y tienen la desfachatez de disfrutar sus falsas enfermedades mentales.

Jodido no es conseguir entradas para ir a ver al artista genérico que se graduó en un insufrible programa de televisión, jodido es que tengas un accidente y que te tengan que amputar una pata.

La vida puede ser una verdadera mierda para algunas, que no la mayoría de las personas. Sin embargo, por lo menos un par de veces, a lo largo y ancho de esa vida, ésta elige un día para demostrarnos qué tanto asco puede dar. Esto le pasa a todos y cada uno de los seres humanos que habitan en este mundo, caprichosos o no, malos o buenos, simples o excéntricos: todos tienen una probada de qué tan mal pueden salir las cosas durante veinticuatro horas.

Y para mí, ese día parece que va a ser hoy.

Y me da pena decir por qué…

Digamos que me han abandonado.

Mi mujer me abandonó.

Una cosa es que la llame “mi mujer” pero otra es hacer honor a la verdad y aclarar que no estuvimos casados. Yo no creo en el matrimonio (y afortunadamente, ella tampoco),  pero decidió que era hora de seguir adelante por su cuenta y vivir “experiencias nuevas”. Y todo justo cuando yo ya podía decir que estaba realizado en mi vida, creyendo que todo hubiera podido permanecer así 40 años o hasta que el cuerpo quisiera aguantar.

A todo esto se le suma una cosa que es todavía peor: creo que ella se ha conseguido a otro hombre, y no tienes idea de lo mucho que yo detestaría pensar que me dejó no precisamente porque “es hora de una nueva etapa en la vida”, sino porque “es hora de probar una nueva polla en la vida”.  Oh, Dios.

 

Vamos a ver: yo soy un hombre de ventajas, porque soy policía… detective, para ser más específicos. Cualquier hijo se hace la idea, más temprano que tarde, que es ventajoso tener un papá poli, y no dudo que la mujer de uno piense igual, a su modo. No voy a especificar razones, porque son obvias.

¿Y éste tipo por el que me dejó? ¿Tiene ventajas? Debo admitir que sí, y para empeorar las cosas, son ventajas que me dejan más miserable, y con más ganas de hacer una locura.

Te preguntarás qué ventajas… pues te las diré; resulta que el cabrón tiene una apariencia fenomenal, y todo lo que eso conlleva; desde el físico hasta el porte. Me cago en su alma, me sobra mierda para sus muertos, y me queda algo para Dios, porque ni yo puedo evitar culparlo y convertirme en lo que siempre he criticado. En fin, soy humano, y eso, como a todos los demás, me asegura unos cuantos genes de gilipollas en mi licuadora de ADN.

Huelga decir que en el fondo, sé bien, sé muy bien, que Dios tiene cosas más importantes que hacer que estar fijándose en un tipo que ha perdido a su mujer.

En fin, siento que he perdido seis años de mi vida, y seis años fenomenales.

Esa última afirmación, sépase, me cuesta hacerla, sobre todo porque ahora tengo ganas de estrangular a la protagonista de esos años.

Así que de ahora en más puedo dedicarme tiempo completo a hacerme estrella en <> deporte que todos practicamos a partir de los treinta años, cuando nos damos cuenta de que el mundo es una cagada y que no hay nada ni nadie allá arriba, velando por nosotros. Ahora puedo dedicarme a ser un total infeliz.

Desde la madrugada hasta la tarde, y de la tarde hasta la noche, tomándose de la mano con la otra madrugada.

Aquí me hallo entonces, sintiéndome peor de lo que transmiten estas líneas.

Más de lo que mi habilidad para psicoanalizarme me lo permite.

Y aunque no voy a andar escribiendo que desearía morirme, a) porque estoy muy grande para ello, b) porque me parece una tontería, lo cierto es que me siento jodido.

Parezco una parodia de John McClane en Duro de Matar 3, cuando iba en el camión de la poli, sólo que al menos él tenía un terrorista que se interesaba por sus huesos.  Eso era un indicio para sentirse querido o cuando menos importante.

Así que… ¿qué me queda?

Estar aquí, con una camiseta que resalta vagamente en la oscuridad, volviendo a acordarme después de despierto lo mucho que me chuparía un huevo que el mundo se funda.

Y deseando que ella, esté donde esté, supiera cuánto la detesto (no cuánto la quiero, sino cuánto la detesto, porque ya sé que el amor es irrecuperable, ella está enamorada del otro).

Que se arrepintiera y que sufriera así fuera la mitad que yo. Que se haga miserable y que a él, se lo coman los gusanos, empezando por el culo y terminando en los pulmones.

Y mientras levanto fantasías me martilla el hecho de que, a consecuencia de mi enorme y reciente dejadez, me podrían echar del trabajo. Mi casa se está volviendo un desastre porque por primera vez en mi vida no me interesa la limpieza, me siento mal anímica y físicamente, y encima sé que el mes que viene tendré deudas.

Entonces, al final, todo se resume a una cosa, una idea, una simple pregunta: ¿me voy a dejar caer, o voy a seguir adelante?

Lo malo del asunto es que el largo tiempo que uno suele tomar en decidirse a contestar esa pregunta contribuye, de hecho, a dejarse caer. En estas situaciones, como muchos elementos en la vida, pareciera que las cosas juegan contra uno.

Así que debo apurarme:

¿Qué voy a hacer?

Voy a seguir.

O por lo menos, lo voy a intentar.

E intentarlo está al alcance de la mano: ahí en la mesa, el celular sonando, llaman del despacho.

Sí, voy a intentarlo.

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El capitán Yorgo Leguizamo era un hombre de muy mal genio, o por lo menos era percibido como tal.

Pero lo cierto es que no tenía expresamente <>, la gente confunde ser un bastardo con tener mal carácter, cuando las dos cosas son, de hecho, diferentes: un hombre con mal carácter todavía puede ir al cielo, un bastardo, en cambio, hace fila para entrar al otro lugar.

Él era de esos últimos.

Lo simpático es que aquello se veía profusamente acentuado en su mantecosa cara de bulldog, su pelo de cepillo corto y rojo, y sus ojos verdes. Era, por fuera, una buena propaganda de lo que llevaba por dentro.

Y en ese entonces era un buen momento para estudiarlo porque estaba siendo exactamente eso; un bastardo.

¿Por qué? Porque en la inmensa cartelera a sus espaldas se hallaban colgadas una serie de fotos que exhibían las travesuras de la última joya de la ciudad: El Trepanador, un asesino en serie.

Todavía no había sido percibido por la prensa, pero ya llevaba tres víctimas en un período de un año y tres meses, tiempo suficiente como para que el capi considerase que, a pesar de todo, podían trabajar relajadamente, no porque con toda seguridad habrá una próxima víctima, (con predilección especial por las de 19 y 23 años, no le gustaban las mujeres demasiado jóvenes, al parecer prefiere que puedan defenderse), sino porque todavía estaban a salvo de que la prensa metiera las narices y creara un escándalo.

El Trepanador era un caso jodido, y encima está el hecho de que el Silencio de los Corderos suele hacer creer bobadas a algunas personas, como que todos los seriales son súper genios, y nada más alejado de la realidad; el índice de asesinos múltiples es más alto de lo que se reporta, pero esa cifra nunca levanta vuelo porque la policía consigue atraparlos tan pronto cometen el primer crimen, quedando así como asesinos casuales y no como lo que potencialmente hubiesen podido ser.

No es para menos… hoy día, y si la poli se da a la tarea de hacer bien su trabajo, es muy difícil llegar a matar a alguien y que no lo pillen a uno. Entre el ADN, y los largos interrogatorios en los que te hacen preguntas maliciosas cuya respuesta ya saben de antemano y que no tiene otro brillante objetivo más que

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