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Resumen .- El Libro Del Caballero De La Armadura Oxidada


Enviado por   •  9 de Abril de 2013  •  1.813 Palabras (8 Páginas)  •  924 Visitas

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Resumen Del Libro “El Caballero De La Armadura Oxidada”

Capitulo IV.- El Castillo del Silencio

El caballero pronto se dio cuenta de dos cosas: primero, parecía no haber ninguna puerta que lo condujera fuera de la habitación, hacia otras áreas del castillo. Segundo, había un extraordinario y aterrador silencio. Se sobresaltó al notar que el fuego ni siquiera chasqueaba. El castillo del Silencio hacía honor a su nombre, pensó. Jamás en la vida se había sentido tan solo.

Escuchó la voz del Rey que hacía lo mismo que él, entonces le propuso que realizaran el viaje juntos, pero el Rey le dijo que solo si estaba callado encontraría la salida también le dijo “Esto es un nuevo tipo de cruzada que requiere más coraje que las otras, si logras reunir las fuerzas necesarias y quedarte para hacer lo que tienes que hacer aquí será tu mayor victoria”

Dicho esto, el rey se giró y, estirando el brazo como para abrir una puerta, desapareció en la pared, dejando al caballero mirando con incredulidad.

El caballero corrió al sitio donde había estado el rey, esperando que, de cerca, también podía ver la puerta. Al encontrar tan sólo lo que parecía ser una pared sólida comenzó a caminar por toda la habitación. Lo único que el caballero podía oír era el sonido de su armadura resonando por todo el Castillo.

Después de un rato, se sentía más deprimido que nunca. Para animarse, cantó un par de canciones de batalla: Estaré contigo para llevarte a una Cruzada, cariño y dondequiera que deje mi yelmo, es mi casa. Las cantó una y otra vez.

A medida que su voz se fue cansando, la quietud comenzó a ahogar su canto, envolviéndolo en el silencio más absoluto. Sólo entonces pudo el caballero admitir francamente algo que ya sabía: tenía miedo de estar solo.

En ese momento, vió una puerta en la pared más lejana de la habitación. Fue hasta ella, la abrió lentamente y entró en otra habitación. Esta otra sala se parecía mucho a la anterior, solo que era más pequeña. También ésta estaba vacía de todo sonido.

Para pasar el tiempo, el caballero empezó a hablar consigo mismo. Decía cualquier cosa que le venía a la mente. Habló de cómo era de pequeño y de qué manera era diferente de los otros niños que conocía. Mientras cazaban codornices y jugaban “Ponle la cola al burro”, él se quedaba en casa y leía. Como en aquel entonces los libros eran manuscritos de los monjes, había pocos y, muy pronto, los hubo leído todos. Fue entonces cuando comenzó a hablar con todo aquel que pasaba delante de él. Cuando no había con quién hablar, hablaba consigo mismo, igual que lo hacía ahora.

Se encontró diciendo que había hablado tanto durante toda su vida para evitar sentirse solo.

El caballero pensó profundamente sobre esto hasta que el sonido de su propia voz rompió el aterrador silencio.

- Supongo que siempre he tenido miedo de estar solo -.

Mientras pronunciaba estas palabras otra puerta se hizo visible. El caballero la abrió y entró en la siguiente habitación. Era más pequeña aún que la anterior.

Se sentó en el suelo y continuó pensando. Al poco rato, le vino el pensamiento de que toda su vida había perdido el tiempo hablando de lo que había hecho y de lo que iba a hacer. Nunca había disfrutado de lo que pasaba en el momento. Y entonces apareció otra puerta. Llevaba a una habitación aún más pequeña que las anteriores.

Animado por su progreso, el caballero hizo algo que nunca antes había hecho. Se quedó quieto y escuchó el silencio. Se dió cuenta de que, la mayor parte de su vida, no había escuchado realmente a nadie ni a nada. El sonido del viento, de la lluvia, el sonido del agua que corre por los arroyos, habían estado siempre ahí, pero en realidad nunca los había oído. Tampoco había oído a Julieta, cuando ella intentaba decirle cómo se sentía; especialmente cuando estaba triste. Le hacía recordar que él también estaba triste. De hecho una de las razones por las que había decidido dejarse la armadura puesta todo el tiempo era porque así ahogaba la triste voz de Julieta. Todo lo que tenía que hacer era bajar la visera y ya no la oía.

Julieta debía de haberse sentido muy sola hablando con un hombre envuelto en acero; tan sola como él se había sentido en esta lúgubre habitación. Su propio dolor y su soledad afloraron. Comenzó a sentir el dolor y la soledad de Julieta también. Durante años la había obligado a vivir en un castillo de silencio. Se puso a llorar.

El caballero lloró tanto que las lágrimas se derramaron por los agujeros de la visera y empaparon la alfombra que había debajo de él. Las lágrimas fluyeron hacía la chimenea y apagaron el fuego. En realidad, todo la habitación había empezado a inundarse, y el caballero se hubiera ahogado si no fuera porque en ese preciso instante apareció otra puerta.

Aunque estaba exhausto por el diluvio, se arrastró hasta la puerta, la abrió y entró en una habitación que no era mucho más grande que el establo de su caballo.

- Me pregunto por qué las habitaciones son cada vez más pequeñas – dijo en voz alta.

Una voz replicó:

- Porque os estáis acercando a vos mismo -.

Sobresaltado, el caballero miró a su alrededor.

Estaba solo, o eso habría creído. ¿Quién había hablado?

- Tú has hablado – dijo la voz como respuesta a su pensamiento.

La voz parecía venir de dentro de sí mismo. ¿era eso posible?

- Sí, es posible – respondió la voz -, Soy tu yo verdadero -.

- Pero si yo soy mi yo verdadero – protestó el caballero.

- Mírate.- pronunció la voz con ligera aversión -, ahí sentado medio muerto, dentro de ese montón de lata, con la visera oxidada y la barba hecha una sopa. Si tú eres tu verdadero yo, ¡los dos estamos en problemas!

- Ahora óyeme tu a mí – dijo el caballero -. He

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